El domingo pasado, mientras el Parlamento votaba el quinto plan de austeridad en dos años, el pueblo volvía a salir a las calles en protesta por una línea política que sólo ha llevado al país a perpetuar la crisis económica, política y social. Paralelamente, se publicaban las cifras que confirman que Grecia continúa sumida en la recesión: cerró el cuarto trimestre de 2011 con una caída del PIB del 7%, y con unos niveles de desempleo que alcanzan al 20% de la población activa y al 48% de los jóvenes. Seguramente por eso, por la desesperación que conlleva la falta de expectativas entre los jóvenes, fueron las facultades las que vivieron los mayores disturbios. El triste balance del día fueron 170 heridos, algunos detenidos y casi 200 edificios dañados.
La indignación y desesperación del pueblo griego es comprensible. La llamada Troika (la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI) han presionado, prácticamente ha obligado, a rebajar el salario mínimo un 22% y a recortar las pensiones por encima de los mil euros mensuales. A estas alturas, los griegos saben bien que los recortes son una trampa que perpetúa la recesión e imposiblita pagar la deuda. Hace dos años, los griegos compraron el discurso de que eran necesarios sacrificios para salir del atolladero; a estas alturas, saben que todo ha ido a peor, y seguirá empeorando mientras la clase política siga plegándose a los intereses de la UE, que, eso también lo saben bien los griegos, equivale a decir la Alemania de Angela Merkel.
La salida del euro de Grecia ha dejado de ser tabú. Bruselas estudia un plan que, bajo el ilustrador título de «Control de daños», detalla los pasos para que la salida griega de la zona euro no genere un efecto en cascada que contagie a economías mayores, empezando por Portugal y siguiendo por España e Italia. Ese plan contempla, por ejemplo, la inyección de liquidez a las entidades bancarias y la compra de títulos por parte del BCE de títulos de deuda de los países en riesgo -esto es, del sur de Europa. Perdón por el escepticismo, pero dudo mucho que las medidas de Bruselas se encaminen también a controlar los daños para la población griega. Al fin y al cabo, piensan muchos, los griegos se lo buscaron al pasar años viviendo por encima de sus posiblidades. Sin embargo, no se ha puesto mucho interés en desentrañar las responsabilidades de los políticos y los banqueros -de Goldman Sachs, conviene no olvidarlo- que falsearon las cuentas griegas para ajustarse a los criterios de estabilidad de Bruselas.
Hace tiempo que los economistas más críticos, como Paul Krugman, repiten lo que los griegos ya saben por propia experiencia: que la opción por la austeridad sólo perpetuará el círculo vicioso; que lo que necesita una economía estancada es una inyección a lo keynesiano, y no más recortes. Que ser más generosos con Grecia es también ser más realistas, porque los acreedores sólo tendrán una posiblidad de cobrar una vez la economía griega salga del atolladero y vuelva a crecer.
Quinto round, y los que faltan. En abril se celebran elecciones generales: sexto round, si no llega antes.
Entre tanto, las miradas escépticas de Bruselas se dirigen a España. La entrada en el gobierno del Partido Popular de Mariano Rajoy no ha tenido el efecto milagroso que anunciaban algunos. Europa quiere saber por qué Rajoy está retrasando las reformas, los recortes; posiblemente, porque en marzo hay elecciones regionales y el PP no quiere sacar la tijera hasta asegurarse unos buenos resultados. La UE presiona, quiere que el Gobierno diga cómo alcanzará los objetivos de déficit, y presiona al Gobierno para que publique los nuevos presupuestos lo antes posible. Rajoy dice que será en marzo. Los mercados siguen presionando, y Bruselas llega a insinuar que el Gobierno podría estar maquillando los números y, tal vez, inflar la cifra de déficit de 2011 (que según el Ejecutivo español es del 8%, y la UE estima en un 6,6%), para maximizar las bondades de sus esfuerzos por reducir el déficit al 4,4%, como es la meta en 2012. Veremos.