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Tras la aparición del coronavirus, ¿ha dejado de ser una utopía la renta básica universal?

La directora de la Oficina Regional para Asia y el Pacífico del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Kanni Wignaraja, habló con Noticias ONU y comenzó explicándonos por qué empieza a cobrar fuerza la idea de una renta básica universal (en la que los gobiernos dan una suma mínima de dinero a todos los ciudadanos, en función de la situación laboral o de los ingresos).

«La propagación de la COVID-19 ha sacudido profundamente las economías y la gente empieza a cuestionar los modelos económicos existentes: esta pandemia ha disparado los actuales niveles de injusticia y desigualdad en todo el mundo. Así que se necesitan ideas más atrevidas incluyendo algunas que se dejaron antes de lado», asegura.

En la ONU decimos que cuando se produce y nos golpea este tipo de situaciones y no hay un nivel de ingresos mínimos, la gente se encuentra literalmente sin opciones. Sin los medios necesarios para subsistir, es mucho más probable que sucumban al hambre u otras enfermedades, mucho antes de que la COVID-19 les alcance.

Actualmente, millones de personas están desempleadas. Una enorme proporción de ellas trabajan en el sector informal, sin contrato, cobertura sanitaria o cualquier tipo de seguridad laboral. A esta situación hay que sumar a las personas desplazadas, los refugiados y los indocumentados que nunca formaron parte de ningún sistema formal.

Por ese motivo, para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo es esencial recuperar el debate sobre la renta básica universal, y convertirla en una parte esencial de los paquetes de estímulo fiscal que los países están planeando.

¿Qué tipo de respuesta está recibiendo de los gobiernos de la región de Asia y el Pacífico?

Bastante mayor de la que tuvimos en el pasado. Por primera vez, también cotamos con muchos más datos que nos permiten identificar a las personas más vulnerables. Hacemos preguntas muy específicas sobre el tipo de paquetes de seguridad social que hoy en día cubren a las personas, y hemos descubierto que, en Asia y el Pacífico, alrededor del 60% de las personas no tienen ningún tipo de protección social, y ciertamente no pueden permitirse algunas de las opciones que existen actualmente.

Los dólares invertidos en asegurar que las personas tengan algún tipo de red de seguridad son mucho más baratos que las enormes inversiones para rescatar ahora economías enteras o pagar subsidios a los combustibles fósiles.

Pero la renta básica universal es demasiado cara, ¿no?

La mayoría de los países de Asia y el Pacífico no tienen una elevada deuda interna o externa, y no queremos aumentar esa carga porque sólo servirá para causar mayores problemas durante varias generaciones.

Pero en la mayoría de los países de esta región la relación entre los impuestos y el PIB es muy reducida y la mayor parte de los ingresos públicos provienen de los impuestos indirectos o regresivos. En otras palabras, son principalmente los pobres los que están siendo gravados desproporcionadamente, y esto tiene que cambiar.

Las «termitas fiscales» se comen la recaudación tributaria de un país: las naciones permiten paraísos y exenciones fiscales. Además, otorgan grandes subvenciones a los combustibles fósiles. Esto representa una pesada carga para los recursos públicos. Además, los países en desarrollo pierden más de un billón de dólares cada año debido a las operaciones financieras ilícitas, y esto sin contar con la corrupción y la ineficiencia internas.

Tenemos que detener esta hemorragia financiera. Arreglar cualquiera de esas partes liberaría suficiente dinero para pagar la renta básica universal, que no es para siempre, pero lo es en estos momentos dados los impactos sociales y económicos de la COVID-19.

¿Cómo pueden los países de Asia y el Pacífico recuperarse de forma sostenible y reducir la desigualdad?

Una de las razones fundamentales por las que la mayoría de los coronavirus saltan tan rápido de las especies animales a las humanas, es que no hemos cuidado nuestro medio ambiente: hemos destruido tanto hábitat natural que las transmisiones de enfermedades de los animales a los humanos parecen inevitables.

Por ejemplo, fue alentador ver que en las recientes elecciones celebradas en la República de Corea durante la pandemia de coronavirus el partido ganador incluyó como promesa electoral la consecución de una economía baja en carbono y alcanzar las emisiones neutras para el año 2050.

El apoyo abrumador a esta plataforma demuestra que los votantes -y espero que así sea en todo el mundo- están empezando a juntar los puntos. No sólo ven esta situación como una crisis económica y sanitaria, sino que también reconocen su vinculación a una crisis climática y ambiental.

Por ese motivo, en las Naciones Unidas insistimos en la importancia de la sostenibilidad económica, social y ambiental, y en la necesidad de unir a la gente y al planeta, e invertir en ambos.

No se trata de un sueño inalcanzable que resulta demasiado costoso para convertirlo en realidad. El costo de vivir usando combustibles fósiles y con enfermedades como la COVID-19 es mucho más caro, no sólo a largo plazo, sino incluso a corto plazo.

Varios países de Asia temen la perdida de millones de empleos debido a la pandemia. ¿Puede la renta básica universal salvar a la región?

La renta básica universal no es la solución a los problemas económicos de la región, pero salvará a las personas de caer en el abismo. Hay una creciente crisis de empleo en la región y las economías necesitan crecer de modo que se tenga en cuenta ese hecho.

Pese a algunas excepciones, muchos países de Asia tienen una población muy joven y en crecimiento por lo que cada vez se incorporan más personas al mercado laboral. Sus niveles de educación están mejorando y están dispuestos a colaborar. Pero ese mercado laboral no se expande con la suficiente rapidez, y esta vez se deben crear empleos más ecológicos y seguros.

Además, la interconexión más estrecha de las economías del mundo provoca nuevos problemas. Por ejemplo, Bangladesh tuvo muy pocos casos de COVID-19 hace un par de meses, pero se despidió a más de un millón de personas en la industria de la confección.

Esta situación se formó cuando, al inicio de la pandemia y tras la detención de la producción en China, se rompió la cadena de suministro no pudiéndose enviar a las fábricas de Bangladesh piezas esenciales como botones y cremalleras. Los trabajadores bangladesíes despedidos recibieron, en el mejor de los casos, una semana de salario y ninguna protección social. En muchos casos, ahora se viven en las calles.

Otro ejemplo se produjo en los países que dependen en gran medida del turismo, como las Maldivas, Tailandia, Sri Lanka y Bhután. Las economías de esas naciones se vieron gravemente afectadas al interrumpierse los viajes de los turistas internacionales.

Además, esta crisis plantea varias cuestiones relativas a la capacidad de recuperación de las economías. Por ejemplo, ¿cuánto se debe cultivar y producir localmente para mantenerse seguro ante estas situaciones? Mientras permanecemos interconectados globalmente, aprendemos a las malas que las cadenas de suministro globales son tan fuertes como su eslabón más débil: cuando se rompe ese eslabón, pueden colapsar economías enteras.

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