Una mañana madrileña fresca y soleada. El metro me deja frente a la fachada principal del reabierto Museo de Historia de Madrid. Me recibe la imponente fachada barroca de Pedro de Ribera. El edificio, construido entre los siglos XVII y XVIII, albergó en otro tiempo el Real Hospicio de la ciudad. Concebido según el esquema de los hospitales renacentistas acogió durante más de dos siglos a mendigos, huérfanos, ancianos pobres e impedidos. Símbolo de las instituciones sociales del Antiguo Régimen funcionó también como taller y escuela y en sus aulas aprendió el oficio de cajista de imprenta el fundador del PSOE, Pablo Iglesias, huérfano de padre.
A principios del siglo XX estuvo a punto de desaparecer, pero se salvó de la piqueta gracias a diversas iniciativas institucionales. En 1926 acogió una exposición sobre la ciudad y tres años después se convirtió en el museo municipal que la villa no tenía. En una ciudad que crecía a un ritmo bastante rápido era necesario un testimonio vivo y público de su pasado. Actualmente ha sido objeto de una remodelación para cumplir más eficazmente ese objetivo.
Entrada al Museo de Madrid. Fachada barroca de Pedro de Ribera
Nuevo vestíbulo de acceso al museo.
El actual museo recoge y describe la trayectoria de la ciudad desde su constitución en capital de la monarquía absoluta hasta las primeras décadas del siglo XX. Su historia se despliega en una variedad de documentos visuales: mapas, grabados, óleos, fotografías, objetos, fuentes importantes y poco conocidas de su evolución. Resultan una propuesta activa y estimulante para conocer la ciudad. Una serie de carteles sintetizan en las diversas salas los momentos claves de los cuatro siglos de la trayectoria histórica urbana. Redactados en un estilo fluido, con rigor y claridad, ayudan al visitante a informarse y ver con más precisión.
A lo largo de la visita fui dialogando con casi todo lo que veía. Soy muy aficionada a los museos urbanos. Si estoy en París siempre hago un hueco para el Carnavalet. Nunca he olvidado todo lo que aprendí sobre Viena visitando el museo de la ciudad y en Chicago lamenté lo anticuado y sobrecargado de información que está el museo de la urbe. He observado que los visitantes de estos museos se comunican entre sí, expresan sentimientos y observaciones sobre lo expuesto. Con frecuencia se trata de visitantes locales, que conocen de cerca la ciudad y se interesan por ella, pero también hay turistas y suelen emitir comentarios sobre lo que ven.
Me gustaría hablar de la pieza más representativa del Museo de Madrid. Me refiero a la maqueta de la ciudad construida en 1830 por el ingeniero militar León Gil del Palacio. La joya de su colección. Se exhibe en una sala especial y vale la pena detenerse en el autor y la obra.
La personalidad del ingeniero cartógrafo es muy interesante, llena de las contradicciones propias de los que como a él les tocó vivir en malos tiempos para la ciencia y el desarrollo técnico en España. Se formó inicialmente en infantería, pasando a artillería en 1805. Su capacitación profesional y sus inclinaciones políticas le llevaron a participar activamente en la Guerra de la Independencia, donde alcanzó el grado de comandante. Con el retorno de Fernando VII se refugió en La Coruña, donde realizó su primer modelo o maqueta de la Torre de Hércules. Su mal disimulada ideología liberal le impulsó a luchar durante el Trienio constitucional contra las tropas francesas enviadas por las monarquías conservadoras europeas. Fue herido y volvió a refugiarse de la represión fernandina en Valladolid, donde trabajó en la construcción de la maqueta de la ciudad, que terminó en 1828.
Ese trabajo, conocido por el hermano del monarca, le sirvió de carta de presentación para lograr el encargo de la Maqueta de Madrid. Inició su construcción a un ritmo de trabajo intenso y la culminó en dos años, en 1830. El logro final supuso su rehabilitación política y el encargo por parte del rey de los modelos de El Escorial, la Casa de Campo y de Aranjuez. Dichas realizaciones favorecieron su nombramiento como académico de Honor y de Mérito por Arquitectura y la creación del Gabinete Topográfico, ubicado en el Palacio del Buen Retiro, del cual fue nombrado director en 1832.
Un año después murió Fernando VII y si bien triunfaron las ideas liberales se bloqueó toda la actividad del ingeniero cartógrafo. Las labores del Gabinete recién creado se relegaron a la construcción de belenes y otras obras efímeras y tras su muerte, en 1849, la Maqueta de Madrid fue enviada al Museo de Artillería. Mesonero Romanos había hablado de ella en su Manual de Madrid. Quedaba su testimonio escrito, pero vivió una existencia lánguida hasta la creación del Museo municipal de la villa.
La Maqueta de Madrid se inscribe en el interés ilustrado por conocer la ciudad para poder gobernarla mejor. Un impulso que se extendió por toda la Europa premoderna y el modelo de Madrid resulta ser el más temprano. Tiene unas dimensiones de 5,20 por 3,50 metros. Se compone de diez bloques irregulares con una superficie de 18,34 metros cuadrados. Las edificaciones corrientes están realizadas manzana a manzana y los edificios singulares trabajados de forma individual. En la historia de la representación de la ciudad viene a ocupar un lugar intermedio entre el Plano de Teixeira de 1656 y el Plano Topográfico de Ibáñez Ibero de 1872. En la exhibición del museo, con muy buen criterio, aquél aparece junto a la misma y las comparaciones son inevitables. El visitante puede comprobar con su mirada la evolución física, real, de la ciudad a lo largo de dos siglos. La maqueta aporta una visión detallada, visual de la misma en 1830. Casi una foto fija de la misma en ese momento
Plano de Madrid de Teixeira (1656).
Detalle de la Puerta del Sol y alrededores extraído de Plano Topográfico de Ibáñez Ibero (1872).
Puede seguirse el Madrid consolidado, el casco urbano, la cerca y todo lo que quedaba fuera de la misma, las posesiones reales y las afueras de la ciudad. El casco viene rodeado por la cerca de tapial, construida en 1625, por motivos fiscales y para hacer más eficaz la seguridad y vigilancia de la villa. Sería derribada unas décadas más tarde, al iniciarse la expansión de la ciudad con el Plan Castro. Esta parte recoge los avances realizados en los siglos XVII y XVIII, muy principalmente con Carlos III.
Al otro lado de la cerca, aunque los espacios no se visualizan con igual precisión, aparecen los paseos urbanizados por Carlos III al acometer las obras del Canal de Manzanares. Desde la Puerta de Toledo salen tres paseos: el de los Pontones, la prolongación de la calle de Toledo y el Paseo de los Olmos. Desde Atocha el paseo de las Delicias, hoy calle con el mismo nombre, el de Santa María de la Cabeza y la Ronda de Atocha.
En las afueras de la urbe hacia 1830 existían varios edificios consignados en la maqueta por su singularidad: el Asilo de San Bernandino, los recién construidos cementerios de 1805-1810, la Real Fábrica de Tapices y la Plaza de toros edificada en 1764.
La imagen de la ciudad que nos proporciona la maqueta es esencial para ver cómo era la misma antes de las desamortizaciones de conventos e iglesias de 1836-1869 y del citado Plan de extensión y modernización de Castro de 1860. Por su trazado resuenan las voces de los personajes galdosianos e incluso de las novelas madrileñas de Pío Baroja. Aunque dichos relatos se escribieron más tarde la ciudad cambió poco apoco en la bisagra entre los siglos XIX y XX y una parte de su paisaje y hábitat tardó tiempo en desaparecer.
Dos imágenes de la Maqueta de Madrid de León Gil de Palacio. Museo de Historia de Madrid.
Por ello resulta muy estimulante el montaje virtual que ha realizado el Museo para ir cotejando calles, plazas y edificios de la Maqueta de 1830 con lo que queda hoy todavía de ella. Se puede navegar en una reproducción por la retícula urbana, el hábitat, los conventos, palacios, designados por sus nombres actuales. Una vertiente activa y participativa añadida a la observación. Los visitantes charlan entre ellos, discuten…
—Mira, mira –dice una señora–. En esa calle vivía mi abuela y yo iba a visitarla con mi madre cuando era pequeña! ¡Qué maravilla! –exclama.
—No me lo puedo creer –señala un señor a su acompañante–. ¡Me siento el Diablo Cojuelo volando por los tejados de Madrid!
—Tiens, tu vois, nôtre hotel est a côté de cette petite ruelle! C’est fantastique! (Anda, te das cuenta, nuestro hotel está al lado de esa callecita. Es fantástico, dice una turista francesa a su amiga).
Salgo a la calle. El día sigue siendo luminoso. Con la retina plagada de nombres y calles enfilo la histórica calle de Fuencarral. Curiosamente hoy una de las más modernas de Madrid.
Sobrevolar por el Madrid premoderno resulta interesante y divertido. En las fotos, la transformación del Convento de la Baronesa en el actual Círculo de Bellas Artes y el de las Carmelitas Descalzas en la Iglesia de San José.
Carmen del Moral Ruiz es historiadora, especialista en historia socio-cultural del Madrid contemporáneo. Es autora de los libros El Madrid de Baroja (2001), El género chico(2004) y un estudio publicado recientemente, Los pasajes comerciales de Madrid (2011). En FronteraD ha publicado El Retiro de Madrid en sus planos: de jardín real a parque público y Los pasajes de Madrid en el siglo XIX.