Estoy leyendo Las lunas de Júpiter (Debolsillo), de Alice Munro, autora canadiense de cuentos que me habían recomendado mucho, y es verdad que es muy buena. La traducción a veces me parece algo forzada, como a trompicones. Supongo que es una traducción difícil, como siempre pasa con la literatura, pero aún así; la impresión es que el texto no siempre fluye, a veces se atasca o se hace confuso, y llega un momento en que pierdes el hilo del sentido y tienes que retroceder y releer despacio. Me encontré una palabra curiosa: atresnalar, que me era completamente desconocida. En el diccionario de la RAE la define así: “Poner y ordenar los haces en tresnales”. Y los tresnales son: “Conjuntos de haces de mies apilados en pirámides para que despidan el agua antes de llevarlos a la era”. Así que llevo toda mi vida viendo tresnales al pasar por los campos… El caso es que la frase en cuestión era: “…las hermanas de mi padre fregaban el suelo con lejía, atresnalaban la avena y ordeñaban las vacas a mano”. Está muy bien la erudición en la traducción (y la fidelidad), pero ¿no hubiera sido mejor en este caso sacrificarla, en aras de la comprensión y poner, por ejemplo, “apilaban la avena” o “apilaban los haces de avena”? Es lo que hubiera hecho yo, pero bueno…
También hay campo y calores y penalidades en el magnífico Intemperie, de Jesús Carrasco (¡primer libro!), pero allí el lenguaje, lleno de términos añejos de la naturaleza, del campo y todo lo que lo rodea, fluye con suavidad y brilla a pesar de la enorme crueldad del escenario y de la trama. Un libro muy verdadero, que absorbe mientras se lee y deja poso. El viernes había una entrevista con el autor en El País, y como siempre me encontré con el desfacedor de los sumarios: “La novela cuenta el encuentro entre un niño y un pastor de cabras que huye”. Ustedes habrán entendido lo mismo que yo: el que huye es el pastor ¿no?; pues es el niño. Vamos al texto de la entrevista: “…la relación entre un niño que se encuentra con un viejo pastor de cabras cuando huye…” Aquí ya está más claro que el que huye es el niño (cosa que dice la contraportada del libro, además). Pereza de editor, editoritis que padece El País, al que sin embargo hoy no quiero dar la barrila porque desde hace dos o tres días no puedo separar mis ojos de sus páginas. Buena semana a todos (también a los no-editores de El País).