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Mientras tantoTríptico ucraniano: historias del exilio

Tríptico ucraniano: historias del exilio


El proyecto colaborativo Cerca de la guerra: las otras fronteras de Rusia, para informar libremente y desde dentro de las tensiones que el conflicto provoca en toda la zona, está a punto de comenzar en FronteraD. Esta crónica quiere servir de anticipo a los reportajes que ya preparan reconocidos periodistas, ahora también refugiados a causa de la guerra. 

Tres familias ucranianas y su vida como refugiados

1 Evgeni Petrenko: Desde Irpin a Donostia

Evgeni Petrenko en la playa de La Concha. Imagen cedida por él mismo

San Sebastián, 31 de julio, un magnífico domingo de playa. Acabo de viajar a Polonia, donde el número de refugiados alcanza ya los 5 millones. Pero no hace falta más que doblar la esquina para cruzarse con ucranianos. Entre ellos, Evgeni Petrenko, al que conocí a través de una amiga en común, bajo los ruidosos acordes de las fiestas de Amara. 

Hoy ya no estamos de ocio, debatiendo entre amigos en un bar. La entrevista es intensa: durante dos horas se suceden sin tregua las preguntas y respuestas, como un combate cara a cara en el que el soldado Petrenko aguanta el tipo, mientras llena de munición la grabadora y mi libreta. Si bien el sitio es tranquilo yo, como el maestro Kapuściński “lo escribo todo para no perder nada”.

P: ¿De qué parte de Ucrania eres?

EP: Nací en Kiev, pero siempre he vivido en Irpin. Luego estudié Odontología en la capital, pero mi familia seguía en Irpin, en la misma oblast´ o provincia.  

P: Justo en uno de los epicentros de la guerra.  

EP: Un punto caliente, sí. Mi familia además compró casa en Bucha. 

P: ¡Bucha, donde los crímenes de guerra! Vamos de mal en peor…

EP: Ya sabes, están muy cerca, casi sin división alguna. Compraron según el precio del suelo. 

P: ¿Cuándo exactamente dejaste Ucrania? ¿Viniste directamente a Donostia?

EP: En 2014, después de la victoria del Maidán. Sí, tenía conocidos que me ofrecieron un buen sueldo como segurata. 

P: Ocho años, todo un veterano ya. Volvamos a las protestas del Maidán, ¿qué fueron y cómo las recuerdas?

EP: A finales de 2013, cuando estalló el Euromaidán, yo estaba en Kíev. Fue impresionante. Yanunkóvich empezó chantajeando a Putin, prometiendo al país ingresar en la UE. Luego, ya después de ganar aquellas elecciones, le compraron y se volvió prorruso, lo contrario a lo que se había comprometido. Nosotros estábamos hartos, no queríamos más años de corrupción, viendo solo las noticias rusas en la tele. En la Revolución europeísta, con la plaza abarrotada de gente y la policía tirando a matar y echándonos gases, descubrimos la importancia de la unidad. Yanunkóvich pensaba que con las fuerzas especiales nos acallaría, pero fue lo contrario. Si bien Kíev era un hervidero desde el minuto cero, yo vi que Irpin estaba tranquilo y me fui a organizar allí las protestas. Luego ya hasta un comité popular me eligió como representante. No nos costó nada derrocar al gobierno local: les dimos a escoger y eligieron el lado del pueblo. 

P: ¿Cómo reaccionaste cuando el 24 de febrero se declaró oficialmente la guerra? ¿Y tu familia?

EP: Yo no podía dormir, no sabía qué hacer, estaba venga a mirar las noticias. Les dije que bajaran al sótano como refugio, que tenía un mal presentimiento, que se vinieran. Cuando estalló la guerra tenía a los más cercanos cerca del aeropuerto de Hostómel en Kíev, uno de los primeros en ser atacados. Por suerte, se acababan de mudar y eso los salvó la vida. En esa zona las casas eran de nueva construcción, se escondieron en silencio y los soldados rusos creyeron que aún estaban deshabitadas. 

P: ¿Querías luchar?

EP: Sí, claro. Quería combatir, pero mi ex que es vasca y mi madre me convencieron de que no. Lo importante era sacar a mi familia, y yo no tengo experiencia militar, no me dejarían. Lo sé por amigos que tengo deportistas. Puedes presentarte voluntario y ser fuerte, pero no te dan un arma y te llevan directamente al frente. Somos 48 millones, primero te dan una formación militar de un mes, y luego participas en tareas que no eliges, como cavar zanjas. Eso es lo que da miedo, esperar ocultos en las trincheras mientras otros combaten. 

P: Ya me imagino, la incertidumbre de antes del combate, sin ver ni saber qué pasa. 

EP. Exacto. Ahí abajo, normalmente todos están ansiosos y bueno, la mayoría tiembla. He visto muchos vídeos de combates y al luchar, matas cualquier miedo porque pasas a la acción. Tienes que fijarte mucho y a la vez combates con otros que te cubren. 

P: ¿En qué momento está la guerra?

EP: Solo necesitamos más armas para luchar y ya nos defendemos solos. Si cerraran el espacio aéreo, salvarían tantas vidas… Nadie daba un duro por nosotros, un país mucho más pequeño y sin armamento, contra Rusia, el segundo ejército más poderoso del planeta. Uno de sus objetivos eran nuestras centrales nucleares. Ahora que Estados Unidos nos ha enviado los HIMARS (un sistema lanzacohetes de alta precisión y largo alcance), les estamos machacando porque no los detectan. De momento solo tenemos 17, que no es suficiente, pero estamos unidos y no nos rendiremos. 

P: ¿Cómo y cuándo acabará este conflicto híbrido?

EP: No lo sé, nadie lo sabe. Ahora mismo está enquistado, pero nos están enviando más armas y esa es la clave. Sé que ganaremos a este nuevo Hitler, pero ¿en diciembre quizá? 

P: Muchos se preguntan, ¿los rusos y ucranianos no eran como hermanos? ¿Cómo se ha llegado a esta situación?

EP: A pesar de que Rusia no existiría sin la Rus´ de Kíev en territorio ahora ucraniano, los rusos nos desprecian. Siempre se han reído de nuestro idioma y cultura, poniéndonos muchos motes. Estoy seguro de que la mayoría del pueblo ruso apoya la invasión. Por eso decimos que son orcos: les gusta pensar que son fuertes, sentir ese poder.

P: ¿A quién has dejado allí?

A mi hermano y a mi cuñado que luchan. Al principio, a mis abuelos que no querían salir. Son mayores y es un viaje peligroso. Luego, al ver los ataques y al ejército ruso se convencieron. 

P: ¿Cómo organizaste la huida de tu familia?

Ellos primero salieron muy pronto en una furgoneta, de noche y sin luces. Un amigo que trabaja en el ejército les informaba sobre qué carreteras evitar, y por dónde caían los misiles. Era muy peligroso, mi hermano les acompañaba porque no puedes dejar a las mujeres y niños solos. No solo con mi familia, todos los hombres protegen la huida de la suya y luego vuelven solos a luchar. Yo conduje del tirón desde Varsovia hasta aquí trayendo a 9 personas en total. No solo a la familia más directa, sino también a la hija de una señora de aquí, Bohdana, que se había extraviado en la frontera polaca. Hice varios viajes, a por unos y a por otros, mientras los míos esperaban, fueron muchos kilómetros. Luego al llegar Lyubov, su madre, me quería dar un sobre con dinero, pero no lo acepté. Se le saltaban las lágrimas, “eres una buena persona”, me dijo. Yo no hago esto por dinero: “guárdalo para tu hija, lo va a necesitar”, le respondí.

P: Muchos dicen que Ucrania debería rendirse antes de perder más territorio y vidas.

EP: Yo a esos les diría, ¿vas a mirar en silencio cómo violan a tus mujeres y niños, cómo matan?

P: ¿Y no sería quizá más práctico, a la vista de cómo dejaron los rusos Chechenia?

EP: Esta es una guerra para acabar con el pueblo ucraniano, con su desarrollo económico, su cultura y democracia. A nosotros nos ha ido bien desde el 91, que por cierto no es solo el año en que nació Ucrania sino también Rusia como tal, pues lo que existía antes era la Unión Soviética y el Imperio de los zares. Si ellos de verdad buscaran “liberar” a la población civil, no la masacrarían con misiles y bombas de racimo. ¿Por qué bombardean hospitales, viviendas, escuelas, que no son objetivos militares? Rusia tiene ansias expansionistas y quiere ganar territorio, lo que supone una amenaza a la UE. Nosotros estamos luchando también por vosotros, y eso los líderes occidentales lo saben. 

En cuanto a Chechenia, no todos son unos locos mercenarios. Yo siempre distingo entre los chechenos que sobrevivieron a las guerras con Rusia y emigraron, que se llaman ichkires, y los «hombres de Ramzán Kadírov», que son unos matones y asesinos. En Chechenia perdieron la guerra porque, cuando estaba en el poder Kadírov padre, se dejó comprar por Putin. Esto no nos va a pasar a nosotros. Desde el Euromaidán no hay corrupción, se acabó con Yanunkóvich y los antiguos mandatorios prorrusos. Algunos critican a Zelenski porque aparece mucho en prensa, o su mujer sale en el Vogue, pero es todo un líder al que invitan y escuchan en todos los parlamentos. Pero si un país tan agresivo y poderoso como Rusia se queda con una parte de Ucrania, no va a parar hasta conseguir más. En poco tiempo volverá a atacar, estando ya en el umbral de la OTAN. 

P: Hablando de la infiltración rusa, ¿cómo ha sido la vida en los territorios ocupados del Dombás en 2014?

EP: Si soy sincero, ni idea. Coincidió cuando me fui a Donostia, lo saben los que lo han vivido. Sé que, con la invasión, llegaron sicarios y oscuras mafias empresariales de Rusia. ¿Y qué han hecho desde entonces? El resto de Ucrania ha crecido económicamente a pesar de seguir luchando, aunque con baja intensidad, pero los gobernantes prorrusos no han traído nada bueno. 

Escuela bombardeada en Bajmut, Donetsk (imagen: K.B.)

P: ¿Y en Crimea? En las negociaciones, Zelenski parecía dispuesto a entregarla. Dicen que fue un regalo de Khrushchov al pueblo ucranio, que era antes soviética o del Imperio ruso y se cedió para compensar por la Hambruna provocada en Ucrania por Stalin o Holodomor. 

EP: No, en Crimea es muy importante el porcentaje de población tártara, que no quiere ser rusa. El referéndum de 2014 fue ilegal, con más votos que votantes y el ejército en las calles. Siendo Crimea parte de nuestro país además, deberían habernos consultado a todos. Y el argumento del Imperio resulta ridículo, ¿es que a día de hoy vamos a volver a las fronteras del Imperio tártaro-mongol, del español o del británico? 

P: Muchos pacifistas temen que el conflicto se expanda, y llegue la Tercera Guerra Mundial.

EP: En mi opinión, ya estamos en la Tercera Guerra Mundial. No se puede atacar a un país libre de forma aislada e impune. China, Estados Unidos, Turquía, muchos otros países ya están involucrados hasta las cejas en la guerra. ¿No has oído que el gobierno chino ha iniciado una escalada de tensión con Taiwán?

P: Si, no por casualidad Taiwán es uno de los países más desarrollados tecnológicamente del mundo, donde sí se respetan los derechos humanos.

EP: Ya está prendida la mecha, falta poco para que el conflicto se extienda. De hecho ya sabes qué luchamos contra dos países, también contra Bielorrusia, que nos lanza misiles.

P: Ya que le mencionas, contra el dictador Lukashenko, porque el pueblo bielorruso está muy en contra. Hay bielorrusos luchando con los ucranianos y, entre otras muchas acciones, sabotearon las líneas ferroviarias.

EP: Bueno, pero yo ya no creo en la resistencia del pueblo bielorruso. Tuvieron su oportunidad en agosto de 2020 y la perdieron, ¿dónde están los manifestantes a día de hoy? Ahora deberían echarse echarse a la calle, en contra de la guerra. 

P: Con más de 1000 presos políticos encarcelados y el equipo de la opositora Tijanóvskaya en el exilio, no parece fácil la vida allí. Aún así han retrasado la entrada en la guerra.

EP: No es suficiente, nos lanzan misiles a los ucranianos, que no les hemos hecho nada. A nosotros con el Euromaidán nos dispararon balas y gases, y sin embargo vencimos. 

P: Volviendo al exilio, está claro que ser refugiado es duro, ¿lo es también emigrar?

EP: Sí, hay mucho racismo y prejuicios. Lo veo aquí, en el País Vasco, pero realmente está en todas partes. Ahora con la guerra, la situación ha mejorado porque se sabe que somos valientes, pero en general hay muchos señores mayores o empresarios que te rechazan solo por ser ucraniano. Ahora desde la crisis de la pandemia parece que tienes que agradecer eternamente el tener un trabajo, sea el que sea. Yo pienso que hay puestos en tal malas condiciones, que es mejor dejarlos. Volviendo al racismo, la gente tiene que ser menos cerrada y abrir su mentalidad. Me han ocurrido cosas surrealistas, y eso que soy blanco.

P: ¿Los españoles y vascos, somos solidarios con Ucrania? ¿Qué piensas? 

EP: Al principio sí, mandaron de todo, dinero y comida. Muchos conocidos me preguntaban por mi familia, me emocionó ver que querían ayudarnos. Pero luego la gente en seguida se cansa y se olvida. 

P: ¿Pero y las asociaciones ucranianas? Desde 2014 existe la Asociación Ucrania Euskadi, con triple sede en Bilbao, Vitoria y Donostia. Hay organizaciones no gubernamentales como Con Ucrania que se están volcando, con apoyo de la embajada. 

EP: Vivo en el extrarradio, me queda lejos. En mi barrio todo son iniciativas individuales. 

P: ¿Dónde ves tu futuro?

EP: No lo sé, entre Donostia y Ucrania, porque ya llevo mucho aquí y tengo a mi hija Madelaine, pero también quiero ayudar a mi país. Con una empresa propia, también tengo experiencia en start ups y coordinando una empresa de transporte.

P: ¿Con qué soñáis tu familia y tú?

EP: Como todos, con que acabe la guerra y nos dejen vivir a los ucranianos en paz, democracia y libertad. Y ya en lo personal me gustaría crear esa empresa y comprarme una casa con un terreno propio en la que vivir con mi familia. Veremos, eso en esta ciudad significa vivir en el Antiguo y es muy caro, pero tengo energía y experiencia en el sector de transportes, en puestos de responsabilidad como coordinador general, ¿por qué no?

P: ¿Volverá tu familia a Ucrania? Tu hija Madelaine, ¿habla ucraniano o ruso?

EP: No sabemos, aunque eso quieren. Y yo también voy a contribuir a la reconstrucción. Un poco, mi ex mujer es vasca y son muchos idiomas para ella (euskera, inglés, castellano, ucraniano). Pero mi hija entiende ruso y ucraniano, y ahora que tiene a la abuela cerca, puede practicar.

P: Es curioso, el idioma siempre lo suelen transmitir las madres, no tanto los padres.

EP: Ya, decidí hablarle sobre todo en castellano, y que aprenda euskera. Al fin y al cabo, es en Donostia donde vivimos. 

P: Llevamos dos horas hablando, ¿cómo te gustaría cerrar este cara a cara?

EP: Ucrania va a ganar esta guerra. Somos un pueblo unido, ahora más que nunca. Costará mucho, pero nuestra tierra ha sido invadida. Es triste que en pleno s. XXI un colectivo decida matar y violar a otro. Si todavía nos invadieran los extraterrestres… ¿pero entre personas? Por eso mismo es tan importante que el bien triunfe sobre el mal, y la luz venza a la oscuridad. 

P: Esa metáfora con la luz y las tinieblas es un cierre poético.  Дуже дякую por tu tiempo!

2 Vuelta a Donetsk y otras historias de frontera

En primer término, la Prof. Liudmiła Furman en un congreso reciente en Białystok. Imagen: AS

Liudmiła Furman es profesora de Filología hispánica en la ciudad polaca de Białystok. De origen lituano, vive en la cercana Suwałki, ciudad fronteriza que es un puzzle de nacionalidades. Simpática y dicharachera, la profesora Furman es también intérprete en la compleja aduana bielorruso-polaca. “Ya antes de la guerra teníamos problemas con los cubanos, sirios, kurdos, iraníes, iraquíes, afganos y gitanos que cruzaban ilegalmente la frontera en pleno invierno. El gobierno de Lukashenko les arroja en penosas condiciones, como Marruecos con España”.  

“¿Cubanos, pero cómo?” —le pregunto. “Sí, muchos consiguen un visado de 6 meses para estudiar en Rusia, y lo aprovechan para huir a Europa. Cuando caduca, son ilegales. así que escapan a la vecina Bielorrusia. Hablan ruso y saben que la policía bielorrusa está obsesionada con los opositores de Lukashenko. Una vez allí, Polonia es su puerta de acceso a la UE”.

Está claro que Liudmiła ha visto muchas cosas, y desde marzo, acoge a dos familias ucranias en su casa de Suwałki.  

Entre ellas, la de Katya Bondarenko y su pequeño. Katya es de Pokrovsk, ciudad al rojo vivo, en la que ahora en verano se suceden intensos combates. No obstante, días después de conceder la entrevista me escribe desde su ciudad natal de nuevo. Y es que su marido se quedó siempre defendiendo Donetsk, una de las regiones más castigadas del Este de Ucrania. Tanto. que el presidente Zelenski decretó ayer la evacuación general de la población. La suya, sin duda, es una historia atípica: “después de acabar los estudios, mi marido y yo nos mudamos. No nos iba mal, una vida vida próspera y tranquila, con la ciudad cerca y una buena casa”. 

P: ¿Cómo os afectó la primera invasión rusa de verano de 2014?

KB: No nos lo esperábamos. Desde luego, no es comparable con la guerra de ahora. Las tropas rusas entraron y apenas hubo resistencia. Fue todo por sorpresa. Algunos se fueron a Kiev o a la zona libre, pero Donetsk es nuestra tierra y no quisimos cambiar de vida. Desde entonces ha habido combates entre el ejército ucraniano y el invasor por ganar terreno, pero los lugareños hicimos un esfuerzo por seguir trabajando y llevar una vida normal. Yo no he sabido lo que es el miedo hasta ahora, cuando nos empezaron a llover misiles. 

P: ¿Cómo fue el principio de la guerra?

KB: Viviendo en un pueblo, cuando se declaró la guerra el 24 de febrero no éramos un objetivo militar y apenas notamos nada. Por supuesto que nos llegaban noticias y sabíamos de la difícil situación en los puntos calientes, en la frontera o en las grandes ciudades como Kíev, Mariupol, Jarkiv y Zaporiya, donde la central nuclear. No obstante, confiábamos en que durase poco. Y por eso al principio ni siquiera nos planteamos marcharnos: eso significaba abandonar a nuestros mayores y maridos. ¿Cómo vas dejar tu casa y tus cosas para una huida tan peligrosa con niños encima? Luego empezaron los bombardeos y todo cambió muy rápido. Cada vez el frente estaba más cerca, era cuestión de vida o muerte. Conseguimos huir a Kíev y de allí a la frontera polaca. Mi hijo tiene 9 años y estaba muerto de miedo, la estación de tren estaba abarrotada y se pasó el camino llorando. Cuando llegamos a la frontera polaca, el pobrecito vomitaba. Pero las mujeres respiramos aliviadas porque sabíamos que estábamos a salvo. 

P: ¿Por qué Polonia?

KB: Por cercanía. Piensa que todos los maridos e hijos mayores se han quedado luchando. Huí con una vecina amiga mía y sus hijos. Ella sí que conocía un poco Polonia. 

P: ¿Cómo ha sido el trato en vuestro país de acogida?

KB: La verdad es que están muy bien organizados. En la frontera te dan mucha información, hay ayuda humanitaria y transportes a diferentes ciudades. Mi amiga y yo elegimos el autobús a Suwałki, donde nos podían alojar en la misma casa. Y así fue como conocí a Liudmiła. 

Grupo ucraniano-polaco de excursión en Jaczno. Foto: LF.

P: ¿Trabajáis, es decir, trabajan ustedes como refugiadas?

KB: No exactamente, es una pena. Liudmiła y su familia se han portado muy bien con todos nosotros, y les hacemos favores como limpiar la casa y las ventanas, cocinar… No le tenemos ningún miedo al trabajo, pero somos muchos, no hablamos bien polaco y en Suwałki los empleos escasean. Es todo un problema, yo ya quiero volver a Ucrania.

P: ¿Piensa en volver ahora? ¿No tiene miedo, en plena guerra?

KB: Hablo diariamente con mi marido y me dice justamente eso: “Katya, quedaros que estáis a salvo”. Me ha prohibido volver, dice que Donetsk va a caer pronto (en efecto, ayer 31 de julio el presidente Zelenski ordenó la evacuación general de todos los habitantes de la región). Pero fíjate, mi vecina acaba de volver a Lviv. No es fácil ser refugiado y de repente no tener de nada, vivir sin saber qué va a pasar mañana. Nos preocupan los hombres luchando, y los mayores que no han podido o querido marcharse. Yo creo que, si todos nos vamos, les facilitamos la tarea a los rusos. 

Así ha quedado la escuela de Katya en Bajmut, (Donetsk, Ucrania), donde viven ahora sus padres. Imagen: KB.

P: ¿Cómo ve el futuro, quiere dejar algún mensaje a nuestros lectores?

KB: Nosotros solo queremos vivir en paz y recuperar nuestras casas, nuestras vidas. No sé qué va a suceder. La guerra no llega con un manual de instrucciones; es difícil tomar decisiones en medio de tanta incertidumbre. Quiero reconstruir mi país, Ucrania, y trabajar por nuestros hijos, para que este horror no vuelva a repetirse. Ojalá sobrevivamos y podamos vivir en libertad. 

 

3 “Little Ukraine” o Cracovia ahora

Mi amiga I., filóloga y profesora universitaria, huyó un mes antes que Katya. Es de Ivano- Frankivsk, en el oeste de Ucrania, y se refugió en Cracovia con su hija de 8 años Darynka. Nos citamos en el emblemático monumento a Adam Mickiewicz, en plena Plaza del Mercado, donde una vez en semana se concentran ucranianos para agradecer con cánticos el apoyo polaco. 

Llego a la carrera, diez minutos tarde de un congreso. Ellas hacen valer su puntualidad y encima me reciben con unas flores muy hermosas. Empieza a llover; extiendo entonces mi gran paraguas para taparlas y les propongo un señorial café en la calle Bracka, como si una tarde frívola y burguesa pudiese aliviar su situación. 

Aún en la calle entramos en detalles. Su caso es distinto al de Katya: I. trabaja gracias a un programa de inserción del Instytut Literatury polaco. Está muy agradecida a la institución, que también le ha buscado un colegio a su hija. De momento, comparten un pequeño apartamento con la famosa poeta Natalia Belchenko, becaria del ministerio de cultura polaco desde antes de la guerra. Conozco a Natalia de su reciente visita literaria a Madrid y Sevilla, donde tuve oportunidad de traducirla. En cambio, I y yo nos conocimos medio año antes de la pandemia en un congreso literario. Juntas estuvimos en Polonia y Ucrania. En concreto, primero en Varsovia y Zakopane, a este lado de la frontera, y luego en Leópolis. 

La poeta ucraniana Natalia Belchenko en Madrid. Imagen de Gabriela Słowińska.

Ahora, con angustia en la voz, I. se pregunta qué pasará al terminar su beca, ¿le concederán una nueva prórroga? Mientras su hija Darynka nos informa expectante del desfile del Dragón y los fuegos artificiales junto al Castillo de Wawel. La niña habla indistintamente en ucraniano, con su madre, y en polaco, conmigo y los camareros. Corretea por todo el establecimiento, pero obedece a su madre cada vez que le corrige o llama. 

“Nos ha ayudado mucho el director del Instytut, Józef Ruszar —dice I—. Al principio yo solo buscaba una solución a corto plazo, pero él en seguida me hijo: ´desengáñate, I., ninguna guerra se acaba en una semana´. Cuánta razón tenía. Sigo colaborando a distancia con mi universidad ucraniana, pero es todo muy inestable, casi voluntario. Tampoco creas que huir fue fácil: Darynka se puso malita del susto. Si es que aún oigo los proyectiles en mi cabeza, no nos quedaba otra. Pero ahora soy yo la que está nerviosa: preguntas y nadie se responsabiliza ni tiene respuestas. Tampoco nuestro gobierno, no sé qué sería de nosotras sin esta beca polaca”. 

Me explica que la poeta Natalia se va a trasladar a otro piso compartido que les cede el ayuntamiento. Le resulta difícil escribir en un pequeño espacio con una niña que no es suya. Justo entonces, la pequeña Darynka, con sus rizos de ángel travieso, insiste en que quiere un helado. Mientras lo compramos, aparto el ramo de flores para evitar que me inviten, y abordo a una pareja para que nos haga una foto. 

Ya es tarde, ha llegado la hora de despedirse. La situación me apena y confunde, así que digo banalidades con voz aparentemente despreocupada. Agarro a la hija como para subirla a hombros, y rápidamente la bajo de nuevo. Luego tumbo de un abrazo a la madre, tan esbelta. Y sin mirar atrás, echo a correr por las empedradas calles del Casco Viejo de Cracovia.

Epílogo 

En el momento de publicar esta crónica, ultimamos con reuniones el proyecto Cerca de la guerra: las otras fronteras de Rusia. Prosigue la recaudación hasta septiembre para poder cubrir la zona sur, pero la cantidad ya alcanzada permite publicar desde septiembre las crónicas de reporteros profesionales desde los Países Bálticos, Finlandia, Bielorrusia, Kaliningrado y Moldavia. 

La poeta Natalia Belchenko continúa acaparando premios y traducciones. Añora enormemente a su hijo, que defiende Kíev, y sigue residiendo en Cracovia. Como I. y su niña Darynka. 

Desde Donostia, Evgeni Petrenko trabaja para crear su propio negocio, con el que seguir ayudando a su familia. No quiere fanfarronear ni inventarse el cuándo, pero está seguro de que Ucrania ganará la guerra. 

Por su parte, Katya Bondarenko y su pequeño han vuelto Ucrania, para preocupación de Liudmiła Furman y demás familia de acogida. Katya está en su Pokrovsk natal, más cerca de su marido y mayores y preparando la evacuación forzosa que ha decretado Zelenski. El duro avance ruso en Donetsk y la falta de gas en invierno les obliga a emigrar de nuevo, esta vez dentro de su país. Nunca olvidaré aquella hora charlando con una mujer joven y simpática, de una sinceridad desarmante, tan paciente como firme y decidida. 

 

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