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Mientras tantoTúneles, túneles, túneles

Túneles, túneles, túneles


 

Cuando se empezaron a construir ferrocarriles, la opinión general era que el tren nunca podría superar las grandes montañas. Las primeras vías se tendieron sobre terrenos planos o de escasa pendiente. Antes del servicio de pasajeros, antes del famoso Liverpool-Manchester, las primeras máquinas de vapor movían vagonetas en las cercanías de las minas. Pero el paso de esos pequeños ferrocarriles a los grandes ferrocarriles que conectaban todas las ciudades importantes de un país exigía trenes con muchos vagones y coches y por tanto mucho más pesados y difíciles de arrastrar. Y cuando el terreno obligaba a aumentar la pendiente, las máquinas se quedaban sin potencia. Alguien pensó en hacer máquinas más grandes, con mayor ancho de vía, alguien inventó los trenes de cremallera, alguien consideró que había que subir las laderas con un trazado en “zig zag”, y alguien llegó a la conclusión de que con el número suficiente de puentes y túneles, con las vueltas y vueltas que hiciera falta, el tren podía subir a casi cualquier lado. Pajares es un buen ejemplo de esto último. Se pensaba que iba a ser imposible, pero se pudo construir un ferrocarril que cruzara la Cordillera Cantábrica, como se pudieron construir ferrocarriles que cruzaran los Alpes, las Montañas Rocosas, los Andes, y así con todas las grandes cordilleras del mundo.

Naturalmente una cosa es que se pueda hacer y otra cosa es lo caro que va a resultar hacerlo. Si es posible hay que evitar los túneles y los puentes, pero a veces para evitar estas costosas obras hay que ceñirse tanto a la topografía que el tren se ve obligado a alargar el recorrido y a trazar curvas muy cerradas. De manera que al final no te queda más remedio que ponerte a diseñar puentes y a excavar la roca. Los puentes pueden ser espectaculares, muy vistosos, muy osados, atrevidos, modernos (los puentes de hierro, que dejaban con la boca abierta a los que los contemplaban), pero lo más complicado de todo suelen ser los túneles. Como no se ven, como están bajo tierra, no parecen tan espectaculares y vistosos como los puentes, pero son la pesadilla no solo del ingeniero o del arquitecto que lo construye, sino también de los maquinistas que tienen que atravesarlo con su tren.

Si construyes bien un puente, normalmente ahí se acaban los problemas, si construyes bien un túnel siempre te queda el peligro de que lo pueda pasar dentro de él. Un puente puede hundirse, claro que sí, o puede ser destruido por una súbita riada, pero esto son situaciones o hechos extraordinarios, mientras que un túnel tiene que ser atravesado diariamente por muchos trenes, y estos trenes, durante más de cien años, fueron trenes de vapor. El humo que sale de la chimenea de una máquina de vapor, dentro de un túnel, es peligroso en todo momento, pero si a esto le añadimos una fuerte pendiente y un tren muy cargado de mercancías o de pasajeros, la posibilidad de que haya un accidente es muy alta.

En 1960, un tren que subía desde Cuenca por la sierra, entró en el largo túnel de Los Palancares y se detuvo dentro. El túnel tiene más de dos kilómetros y ya solo faltaban quinientos metros para la salida, pero la locomotora no pudo más, arrastraba un convoy mixto demasiado pesado y se quedó sin fuerza para avanzar. Como cuentan los supervivientes:  “Se quedó atascada”. Inmediatamente el humo, con su concentración de azufre y dióxido de carbono, empezó a extenderse por el interior del coche de pasajeros que estaba situado justo detrás de la máquina, pero los primeros en quedar inconscientes fueron el maquinista y el fogonero. En otras ocasiones, en cualquier otro punto, se podía desenganchar los vagones de mercancías y continuar con medio tren, para luego volver a por los vagones desenganchados, pero ahí no había tiempo para nada, seguir vivos o morir era cuestión de segundos… Por suerte, viajaban en el tren varios agentes de la Guardia Civil que organizaron, ayudados por otros pasajeros, la evacuación del tren y consiguieron pedir auxilio a la estación de Carboneras de Guadazaón, desde donde se envió una máquina al lugar del accidente. Pese a todo el resultado fueron cinco personas fallecidas y más de treinta heridos. Las crónicas que aparecieron en los periódicos eran extremadamente luctuosas si bien también destacaban el heroico comportamiento del pasajero Miguel Ángel Ibáñez, un joven que sacó del túnel a varias personas y murió al volver a por las que quedaban dentro.

Este fue uno de los peores accidentes por intoxicación y asfixia dentro de un túnel, pero no es el único. Hasta que llegaron las máquinas diésel y eléctricas, a lo largo de la geográfica española existían túneles con una fama terrible, túneles marcados por la tragedia o con la tragedia siempre llamando a su puerta, túneles que hacían santiguarse a los maquinistas y fogoneros cada vez que tenían que enfrentarse a ellos. Llegando a Ágeda, en Soria, subiendo a Camfranc, en Huesca, saliendo de la estación del minero de Ojos Negros a la altura de Jérica, en Castellón, hay túneles de los que he oído hablar con miedo a viejos y curtidos maquinistas, enfrentados a muchos peligros cada día. “Teníamos que sacar un palo de escoba y tocar la pared, y ver si el palo se movía hacia delante o hacia atrás, porque no sabíamos si el tren estaba subiendo o se había parado, o había empezado a andar marcha atrás”, contaba uno de estos maquinistas. Además del humo, la propia oscuridad del túnel hacía que a veces fuera muy difícil saber qué estaba pasando, porque la máquina cada vez iba más despacio y la sensación de angustia era mayor, hasta que por fin se veía la luz de la salida y podían respirar con enorme alivio, y así un día y otro día.

Mi madre me cuenta que cuando se acercaban a un túnel pasaba el revisor pidiendo que cerraran las ventanas. En el trayecto que mi madre solía hacer, de Valencia a Alicante, había solo tres túneles y no eran muy largos. ¿Os imagináis como sería cruzar el túnel de Somport o el túnel de Padornelo con un tren de vapor? Pero el calor sofocante, el humo tóxico, la falta de visión, no es el único peligro de los túneles, también están los desprendimientos y derrumbes, que pueden suceder en cualquier momento, sin previo aviso, y también está el agua, el agua que se filtra por el techo o el agua que viene de fuera, de las lluvias torrenciales. Estas lluvias fueron la causa de otro terrible accidente en un túnel en construcción del ferrocarril de Fuente de San Esteban a Barca de Alba. Los viajeros y turistas que en estos días quieran hacer senderismo por la antigua vía que desde La Fregeneda baja hasta el Duero en el límite mismo con Portugal, tal vez no sepan que el primer túnel que se encuentran sufrió una súbita inundación cuando no estaba terminado y cuando en su interior estaban trabajando varias cuadrillas de obreros. El agua entró pero no pudo salir, fue llenando rápidamente la galería y atrapando a los obreros en su interior.  Algunos consiguieron escapar usando un pozo de ventilación, pero otros no tuvieron la misma suerte y murieron ahogados. En aquel entonces nada ni nadie te podía prevenir contra estas repentinas tormentas. Cuando estuve haciendo fotos a la estación de La Fregeneda, en el año 2018, todavía no estaba abierta la ruta senderista por la antigua vía, pero al túnel uno podía asomarse tranquilamente. Es un lugar hermoso, con mucha vegetación, con muchos árboles y plantas y flores, muy seco y soleado cuando yo lo visité. Me costaba imaginar la imagen de un muro de agua cayendo desde arriba y hundiéndose en la tierra para convertir el túnel en una gran tumba. Hay un libro que da voz a estos trabajadores, a los que murieron aquí y a los que vivieron para contarlo. Os hablé de él en “España en Regional”, pero debo citarlo otra vez. No es casualidad que su autor, Luciano G. Égido, comience Los túneles del paraíso precisamente en este punto exacto del ferrocarril, el Túnel número 1.

El agua también supuso un grave problema en el túnel nº 7 del Ferrocarril Central de Aragón, a la altura de Mora de Rubielos, Teruel. Cuando la línea ya estaba en funcionamiento, unas lluvias en la zona provocaron la formación de una balsa de agua en los terrenos arcillosos que ocasionaron a su vez una deformación en las paredes y el suelo del túnel. El problema fue detectado a tiempo y se pudo evitar un accidente, si bien el túnel quedó inutilizado y se tuvo que construir un desvío provisional. La compañía contrató a un ingeniero italiano especializado en filtraciones de agua, que estudió el problema y que prácticamente construyó un nuevo túnel. La obras tardaron más de un año y mientras tanto los trenes tuvieron que circular por una variante con curvas cerradas y un gran desnivel, lo que obligó a tener que dotar a los trenes en ese punto de doble tracción y a alargar considerablemente la duración del viaje.

Otro túnel terrible era el llamado “Túnel del lazo”, en la rampa de Brañuelas. No obstante el peor accidente que ha ocurrido dentro de un túnel y también el peor accidente en la historia del ferrocarril español no sucedió en este túnel sino muy cerca de aquí, en otro túnel que se encontraba kilómetros más abajo, a la altura de Torre del Bierzo. Y digo “se encontraba” porque en la actualidad ese túnel ya no existe, desapareció en 1987 cuando fue convertido en una trinchera. Años atrás, el 3 de enero de 1944, un tren correo perdía los frenos y acaba chocando con otro tren en el interior del túnel. No se me ocurre un peor sitio para un choque de dos locomotoras de vapor. Pero es que encima a este primer choque se añadió otra colisión con otro tren, un mercancías que apareció minutos después y que no pudo parar a tiempo. El resultado, entre los choques y el incendio que se produjo dentro del túnel, tenía que ser inevitablemente espantoso.

A todo esto le tenemos que añadir que en ese momento la censura del régimen franquista impedía dar cuenta de la magnitud de la tragedia. Aunque lo peor no es la falta de información sino también la imposibilidad de realizar una investigación adecuada del siniestro, y por tanto de depurar responsabilidades. Porque los accidentes no pasan por casualidad, los accidentes pasan porque algo ha fallado, y hay que ver qué ha fallado, quién tiene la culpa y sobre todo cómo evitar que vuelta a pasar. Enterrar a toda prisa a los muertos, intentar que nadie se entere de nada (lo cual a pesar de toda la censura era muy difícil en un accidente tan grave como este), o incluso culpar de lo sucedido a un sabotaje o a un acto terrorista (como pasó en otros accidentes, aunque aquí no pudieron hacerlo) no ayuda en nada a evitar otros futuros accidentes. Hasta la llegada de la democracia no hubo ninguna investigación rigurosa de lo sucedido y no se pudo fijar el número exacto de víctimas.

Además de ser siniestros, algunos túneles son muy interesantes por diversos motivos. Hace unos años estuve visitando el “túnel del equinoccio”. ¿Curioso nombre, verdad? Este túnel se encuentra junto a la estación de Valdealgorfa (otro nombre muy curioso, hay que decir…), que es una estación que encontramos al poco de salir de Alcañiz en dirección a Tortosa. Durante muchos años fue un túnel tan normal como cualquier otro, un túnel largo, de casi dos kilómetros y medio, que ahora forma parte de la “Vía verde de la Val de Zafán” y que se puede recorrer a pie o en bicicleta. Pero en el año 2003 un vecino del pueblo fotografió por primera vez al sol cruzando el túnel. José Bonfil, que este es el nombre del descubridor de este fenómeno solar, contaba qué “en el pueblo se decía que el sol cruzaba el túnel una vez al año, pero no había una fecha clara y no habían fotografías”. Así pues cogió su cámara y en los días del equinoccio de otoño estuvo bajando al túnel, sin obtener una recompensa hasta que el 17 de septiembre, gracias a que el día estaba despejado, contemplo como la luz del sol entraba por una boca del túnel y lo cruzaba entero, y no solo lo contempló sino que hizo la primera fotografía que documentaba este hecho. Y desde ahí hasta que llegó la pandemia el lugar se fue llenando de visitantes durante los dos equinoccios, porque si hay suerte también se puede ver en el equinoccio de primavera, hasta que la cosa acabó en una especie de fiesta local, o simplemente en una buena excusa para hacer una bonita excursión, encontrarte con otros vecinos de tu pueblo y de pueblos de la zona y tomar juntos las pastas y el café con leche que el ayuntamiento ofrecía para desayunar mientras esperabas que el sol tuviera a bien iniciar su espectáculo.

Otro túnel que es interesante de visitar es el túnel de El Horcajo, situado entre el Puerto de Niefla y el desaparecido poblado minero del Horcajo, en el antiguo ferrocarril de vía estrecha de Puertollano a Peñarroya y Fuente del Arco. En el interior de este túnel durante muchos años existió una roca que amenazaba con caer. Por alguna razón no se eliminó la roca sino que se colocó una garita con un vigilante cuya función era avisar a los trenes en caso de derrumbe. Después de ser desmantelado el ferrocarril este túnel se convirtió en el único acceso para los pocos vecinos que quedaban en la antigua aldea y poblado minero de El Horcajo. Y aunque el motivo de porqué se tenía que pasar obligatoriamente por el túnel (que es largo, de dos kilómetros) es algo que no tiene que ver con la geografía del terreno sino a las peleas entre los propietarios de una gran finca de caza y los antiguos habitantes de la zona, esto influyó en la prevista vía verde, porque los visitantes no eran bien recibidos.

Finalmente se llegó a un acuerdo entre el Ayuntamiento de Almodóvar del Campo y los propietarios de la finca de caza de La Garganta (hasta su muerte en el 2016, el duque de Westminster) para que no se dificultara el acceso a la antigua vía (que es terreno público, nunca lo olvidemos), y se creó una vía verde que solo llega hasta las pocas casas que quedan en pie de lo que a principios de siglo era un municipio minero que llegó a tener más de 4000 habitantes. Desde allí podemos ver, si hay suerte, aparecer y desaparecer a toda velocidad a un Ave que sale de un túnel que se cruza en el interior de la sierra (aunque a distinta altura) con el viejo túnel del tren de vía estrecha. Leí en alguna parte que si pasa un Ave cuando tú estás andando por dentro del túnel se notan las vibraciones, aunque cuando yo lo crucé no paso ningún Ave, y mejor, porque confieso que debe ser un poco inquietante.

Todos los túneles de los que he hablado hasta ahora fueron túneles que se llegaron a utilizar para lo que fueron construidos. Pero este país, por desgracia, está lleno de túneles que nunca se llegaron a usar, o se usaron para otro fin que el paso del tren, incluso de muchos otros que no se llegaron a terminar. En Alcoy, nada más dejar la estación, empiezan los túneles que formaban parte de la prolongación de la línea hasta Alicante. Dos de estos túneles se han convertido en calles asfaltadas y por dentro circulan coches y hasta autobuses urbanos (parece que no va a caber, y uno piensa: “¿pero este loco dónde va?”, pero luego el autobús se mete y pasa justo bajo la bóveda). Otros túneles que nunca vieron un tren se utilizan para el cultivo de champiñones, como bodega, como almacén y lugar de fermentación de quesos, etc. A mí me parece perfecto que un túnel sirva para algo, como lo mismo que un viejo puente de ferrocarril se convierta en un acueducto que lleva un canal (por poner otro ejemplo). Pero tristemente eso pasa pocas veces.

Cerca de los pueblos de mi familia paterna, Alcudia de Crespins y Canals, tenemos un túnel de casi un kilómetro bajo el Puerto de Ollería. Este túnel fue el primer túnel de ferrocarril abandonado que vi, una tarde en que mi padre y me abuelo me llevaron hasta su negra entrada, cuando yo era un niño. Mientras nos metíamos en su interior, mi abuelo me contó que él había cruzado muchas veces ese túnel para ir al pueblo de Ollería, y así evitar la pesada subida al puerto de carretera. En esos años, mucha gente iba andando de un pueblo a otro, pero cruzar un largo túnel, oscuro y con mucha humedad (porque las filtraciones eran continuas, tanto que se tuvo que encauzar el agua que salía y construir una pequeña fuente), era una experiencia que debía imponer cierto respeto.

Perdón, rebobinemos un momento… “Mi abuelo me contó que él lo había cruzado muchas veces…”. Eso es lo que he escrito porque eso es lo que yo recuerdo, ¿pero hasta qué punto nos podemos fiar de los recuerdos?

Después de acabar la primera versión de este capítulo se lo pasé a mi padre y me dijo algo muy sorprendente: que no recordaba que su padre le hubiera contando nunca que andaba por el túnel cuando iba a Ollería, que, de hecho, él siempre había creído que el túnel se quedó sin terminar porque encontraron “mucha agua”. Yo le contesté que recordaba perfectamente la excursión, y que entramos dentro del túnel los tres, mi abuelo, mi padre y yo, y andamos unos metros, más o menos unos veinte metros, hasta que nos tropezamos con un muro que impedía el paso. El muro no tapaba toda la bóveda sino que dejaba la parte de arriba libre. Por lo visto, otra cosa que me contó mi padre, el túnel se había usado para cultivar champiñones. Hoy en día está cerrado por una verja de hierro situada unos metros antes de la boca de entrada y no se puede acceder a su interior. El lugar sirve de refugio a una colonia de murciélagos.

Y aquí no acaba todo… Porque mi padre añadió: “¿Y sabes que hay dos túneles más?”. ¿Dos túneles? Yo recordaba solo uno. Le pregunté dónde estaba el otro y me dijo que los dos túneles estaban casi tocándose. En mi memoria tengo una imagen que creo que debe ser bastante aproximada: un túnel pequeño en su longitud, de unos cincuenta metros como mucho, pero sobre todo (y eso es lo más extraño) pequeño en sus dimensiones: unos dos metros de ancho y la misma medida de alto. Es decir, unas dimensiones que hacían imposible que por ahí entrara una máquina de tren. Pero además de su menor tamaño, estaban (y supongo que seguirán ahí, ocultos entre los pinos y los matorrales, en un recodo de la sierra)  situados a una cota muy inferior respecto al túnel de Ollería. De manera que aún si pensamos que la idea era ensancharlos y hacerlos aptos para el paso del tren, el desnivel que hay que salvar en tan poco espacio hace que sea totalmente descabellado dar por buena esta hipótesis. La conclusión inevitable es que no son túneles ferroviarios. ¿Y si por ahí no iban a pasar trenes para qué se hicieron? Hemos pensado que debían servir como una especie de cantera, pero no a cielo abierto sino en galería. También hemos pensado si podían ser una especie de “cata” o de prueba, para ver cómo era el interior de la montaña. Pero en realidad no tenemos ni idea. Y eso aumenta su misterio.

La conversación con mi padre todavía me deparaba otra novedad… Yo he visitado la zona en los últimos años y he visto que han construido un albergue y un “Aula de la naturaleza”. Lo que no sabía es que junto al túnel también se hacía teatro y hasta cine de verano. Mi padre recuerda haber ido allí con mi madre, con mi hermano segundo y con sus nietos en las noches de verano, cuando por fin empezaba a bajar el terrible calor. El lugar es fresco y lleno de sombra. Hay una explanada y una zona recreativa. En la explanada se colocaban las sillas y un pequeño escenario y allí actuaban compañías de teatro patrocinadas por el ayuntamiento. El sitio está en las primeras curvas de la antigua carretera del puerto. Para llegar hasta aquí hay que saltarse el cartel de “carretera cortada” (no pasa nada, la carretera se corta un poco más arriba, cuando se tropieza con la nueva autovía). Si por la noche miras hacia el valle, entre las siluetas de los pinos verás las luces de los pueblos de Canals y de Alcudia de Crespins, las diminutas luces de las casas de campo y una inmensa sombra negra en la lejanía que no es otra cosa que las sierras de Enguera y el Macizo del Caroig. Sin embargo, la mejor hora del día es el atardecer. Y los atardeceres de verano, con el sol desapareciendo detrás de las montañas, después de dejar todo el cielo pintado de un rojo intenso, son un espectáculo que te compensa con creces del calor brutal del día. Por eso, además de ver teatro y cine, muchos vecinos venían a cenar y a estar un rato disfrutando de la suave brisa de la noche, de la grata compañía y de las vistas. De manera que al final podemos decir que el túnel no vio pasar el tren pero al menos ha tenido su pequeño lugar en la vida y la historia de la comarca.

La vida es curiosa, muchos años después, gracias a un vecino que encontró el documento en una casa en ruinas, tuve en mis manos el plano original con los datos de construcción de este túnel y de otro túnel del mismo ferrocarril, que no era otro que el VAY, el ferrocarril Alcoy-Villena-Yecla. En un papel muy extenso, además de los dibujos del diseño del túnel, venía un esquema muy profesional con indicaciones precisas sobre cómo debía ser construido, el tiempo estimado de su construcción y otros muchos datos técnicos. Fue un descubrimiento sorprendente porque se sabía que el promotor de la obra había sido un empresario llamado Manuel Piñón, pero no se conocían más documentos salvo que en 1880 el gobierno le había concedido una autorización para la construcción de un ferrocarril desde Alcudia de Crespins hasta Alcoy. Tener un documento original en mis manos, que además era un documento sobre un túnel que inmediatamente me conducía a mi abuelo y a las estupendas historias que contaba, fue un gran placer. Por desgracia también me hizo pensar (otra vez) en todos los esfuerzos inútiles, en todo ese trabajo que al final no sirvió para nada.

El túnel de Ollería nunca tuvo ningún uso, ni ferroviario ni de otro tipo. El proyecto era muy ambicioso, desde el valle del Cañoles, a solo cien metros de altura, había que subir hasta Alcoy, a más de 500 metros. Las obras se iniciaron en este túnel, que se excavó entero, y continuaron en el segundo túnel, que era tenía nada menos que dos kilómetros de longitud. Para un modesto ferrocarril de vía estrecha, construir estos dos túneles suponía un esfuerzo ingente. Y eso explica en parte que el segundo túnel, situado entre Agres y Onteniente, se quedara sin terminar. Pero las dificultades financieras de la empresa no fueron la única causa de su abandono. Pocos años después, la construcción de otro ferrocarril, en este caso el de vía ancha entre Játiva y Alcoy, pasó por encima (literalmente, tal como fue denunciado) de las obras del ferrocarril de vía estrecha. La anarquía de aquella época, con distintos empresarios queriendo construir sus propios ferrocarriles en el mismo lugar, es algo más que una anécdota, es una muestra de la falta de planificación racional de un sistema de transporte tan fundamental en el siglo XIX como era el ferrocarril.

 

 

(Túnel del ferrocarril Teruel-Alcañiz, Puerto de Sant Just)

 

(Túnel del ferrocarril Valladolid-Ariza, San Esteban de Gormaz)

 

(Túnel del ferrocarril Ojos Negros-Sagunto, Albentosa)

 

 

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