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Tuneo

Si no fuese tan puta   el blog de Manuel Jabois

 

Yo no quiero avasallar, pero hace años una chica me escribió un correo en el que venía a decirme lo mucho que yo le gustaba escribiendo. Recuerdo haberme ilusionado, porque era la primera vez que me escribía una mujer menor de cuarenta años, y ésta además tenía unos veinte o así, que tampoco es que tenga yo enmarcado el email, aunque razones no me faltan. El correo era muy educado y tenía ese punto de calidez que uno agradece. Contaba que me leía desde hacía tiempo y que compartía conmigo muchas de mis opiniones. Tampoco voy a reproducirlo en exceso porque yo aquí vengo a humillarme, pero ya se pueden imaginar un poco la cosa. Después de leerlo hice lo que Dominguín: contarlo. Se lo dije a mi compañero del periódico aquel, amigo mío, al que creía estar enviándole correos salvajes cuando en realidad los colaba en el buzón del director financiero del periódico. Para entonces ya estaba arreglado el desaguisado, así que después de llamarlo (“Jo, tío”, le dije) decidí reenviarle el correo de mi admiradora.

 

A mí me gusta hacer las cosas bien, y además tengo un espíritu terrible con las cosas de los egos –mi amigo también es columnista-, así que antes de reenviárselo me puse a retocarlo un poco; no por mal, sino para agitar las aguas. Lo edité sobre el original para que él no sospechase nada. Al principio con chorradas estratégicas: cuando ella decía que le gustaba “mucho” cómo escribía, yo ahí ponía “muchísimo”. Si ella había escrito que seguía mis columnas habitualmente, yo decía que las leía “todos los días”, y “muchas de ellas las comparto con mis amigas y con mi familia, porque creo que sabes captar muy bien cosas que siente la gente”. En mi genialidad empecé a adoptar además el tono afectado de chica veinteañera que se dirige a un ídolo, y ya desatado puse directamente eso entre dos frases suyas: “Eres mi ÍDOLO”. Con mayúsculas, para que el otro no tuviese que andar buscando las gafas.
 

Así iba quedando mi pequeña obra de arte hasta que al ir leyéndola me di cuenta de que faltaba algo y no sabía lo qué. Como me quedaba por ahí un pequeño resquemor, añadí una posdata brutal: “Bueno, supongo que ya te lo habrán dicho muchas, pero no por ello tampoco voy a dejar de decirte que me pareces un chico muy guapo, y a mis amigas también se lo parece, y a ellas las tienes a todas LOCAS”. Tracatrá. Mandé el texto a mi amigo y cuando vi marchar el correo me di cuenta de que no le había dado a reenviar, sino a responder; allá marchó aquel email de vuelta a la niña, que yo ya no sé si la tuvieron que mandar a un psiquiátrico o prefirió meterse directamente la cabeza en el horno.

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