Un fotógrafo peruano estuvo hace tiempo en un punto del Amazonas donde hay miles de troncos de árboles apilados como víctimas de una masacre. Era un puerto fluvial, famoso por ser ruta obligada de los traficantes de madera. La escena que presenció tenía todos los componentes de una catástrofe: hombres que atacaban la madera a golpe de hacha, niños deambulando por un paisaje devastado, retazos dispersos de lo que un día fueron gigantes verdes. Un tractor arrastraba un tronco desde el río hacia los aserraderos. “Parecía como un animal halando a su presa”, recuerda Musuk Nolte. Al puerto de Masusa, en la ciudad Iquitos, llega madera de toda procedencia: desde las concesiones autorizadas por el Estado o de los campamentos madereros ilegales que se esparcen como una plaga en la selva amazónica. Lo sabemos ahora y se sabe desde hace mucho. La pregunta es qué tanto nos importa. La pregunta es qué noticia será lo suficientemente grave para hacernos saltar del asiento. La pregunta es: ¿por qué seguimos tan cómodos mientras la tierra que pisamos está al inicio del colapso?
Por estos días los peruanos somos anfitriones de una cumbre sobre el calentamiento global, pero no nos estamos enterando de lo que pasa en casa. Acaso el periodismo no está haciendo todas las preguntas correctas. ¿Cuál es el impacto ambiental de escuchar música por Internet? ¿Cómo luce un árbol al momento de morir? ¿Por qué en los lugares donde abunda el oro la vida vale tan poco? ¿Es verdad que en un pueblo de los Andes la tierra estaba tan contaminada que hasta los animales debían usar zapatos? Mientras los poderosos del mundo negocian permiso para sumar dos grados a la temperatura de la Tierra, hay toneladas de oro ilegal que pasan por las narices de la policía en el principal aeropuerto del Perú. Nos quejamos del tránsito en Lima, pero desconocemos cuántas cruces de mineros muertos llenan los campamentos ilegales de Madre de Dios. Hubo un tiempo en que el periodismo respondía preguntas relevantes para la gente, o esa era la idea: decir algo importante que alguien preferiría ocultar. En el mundo inalámbrico de hoy, el éxito de los grandes medios se mide por sus estrategias para desconectarnos de la realidad.
¿Podemos volver a la tradición sin perder el sentido de los tiempos? A eso aspira OjoPúblico, un nuevo portal de periodismo de investigación y nuevas narrativas que estamos impulsando desde Lima: entrar donde pocos pueden para contar lo que muchos necesitan saber. Un reportaje sobre el traslado de oro sucio al primer mundo revela que el crimen siempre está un paso delante de la ley; una crónica sobre la trata de personas en el Amazonas muestra que quienes destruyen bosques terminan aniquilando personas. Lo decimos con nuestras viejas herramientas periodísticas, pero también con las que abren nuevos territorios para el viejo oficio de contar historias.
También es el momento preciso para que soltemos ideas descabelladas, limítrofes, que le den un nuevo sentido a las noticias. Entonces hicimos un experimento, creamos un producto periodístico que usara un soporte tradicional para informar a lectores que ya viven en el mañana: un periódico a la antigua que solo existe en el mundo virtual. ¿Por qué un medio digital tendría que usar un formato del pasado? Hay algo de romanticismo en eso: el equipo de OjoPúblico se formó en los tiempos del impreso y extraña ver cómo lucen las buenas historias puestas con cuidado sobre el papel. Pero también es un ejercicio para explorar las dinámicas entre la tecnología y la manera en que la gente se informa: la idea es que este periódico, que no tendrá costo, solo se imprima si a sus lectores les parece que vale la pena. Si Internet ha otorgado a los usuarios el poder de validación sobre lo que consideran importante, por la causa que sea, nada más lógico que someter el periodismo a ese veredicto.
El periódico se llama Q’umir Times y está lleno de historias sobre el planeta que estamos destruyendo. Q’umir significa verde en quechua, el idioma ancestral del Perú. Parece un contrasentido, pero no: en alguna parte del mundo se sigue pensando que el verde es un color relacionado a la esperanza. La otra parte del nombre obedece a que es una edición bilingüe, pensada para que la lea y vea cualquier lector en cualquier parte del mundo. Trae datos que son como disparos a la conciencia para evitar el desastre. También tiene extraordinarias imágenes de fotógrafos que han llegado a los rincones más remotos de los Andes y la Amazonía para ver lo que está pasando y traernos la evidencia más irrefutable. Está claro que el mundo no va a cambiar con lo que decimos aquí, pero algún lector levantará una ceja y esa será la señal de que todavía hay una oportunidad para hacer un cambio. En las páginas de arriba está la muestra. Es un especial gráfico sobre la tala de madera, uno de los temas centrales de esta edición de OjoPúblico. A la izquierda se ve el momento exacto en que un árbol es derribado a la manera de una víctima de fusilamiento. A la izquierda se ve un cuadro del apocalipsis ambiental que a veces parece demasiado lejos. Si alguna fibra le mueven esas escenas, le advierto que le pasará lo mismo en cada reportaje o crónica de esta edición. Hay imágenes que son necesarias. Hay lecturas de las que ya no se vuelve.