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Mientras tantoÚltimo mensaje de Visconti

Último mensaje de Visconti


 

 

La infidelidad y las dificultades de la vida matrimonial y de las parejas, ha sido siempre un tema de gran atracción para cualquier vertiente del arte; teatro, poesía, novela, música, pintura… y por su puesto del cine.

 

Son muchas las películas que tratan este espinoso asunto, y una en concreto llamó mi atención más que el resto. Hablo de El inocente, de Luchino Visconti, en esta ocasión, un filme basado en una novela de D’Annunzio.

 

Bajo el filtro más kitsch que Visconti puso en su filmografía se nos presenta la historia de una pareja de época, casada por conveniencia , y que aparentemente han llegado a un acuerdo por el que él hace su vida y ella hace la suya.

 

Las cosas parecen irle bien a Tullio (Giancarlo Giannini), quién como muchos hombres de épocas pasadas (y no tan pasadas) es infiel sin el más mínimo remordimiento, siendo consciente de que su sumisa esposa aunque parezca falta de cariño nunca le reprochará nada sobre su conducta, aparentemente moderna y liberal en comparación con otros hombres de su misma clase. Es de sobra sabido que Visconti era un crítico exigente con la sociedad, pero claro y directo con los sentimientos. Las pasiones en su filmografía están exentas de censura o control, sean las que sean.

 

Aunque parezca una historia simple de infidelidades, es bueno recordar que nuestro director era un maestro en encarnar sentimientos, ideas y conceptos complejos en personajes de carne y hueso, cuya piel y aspecto son sólo cascaras de ideas mucho más profundas que crecen en ellos, y que reflejan la sociedad. Y este filme, como último de su carrera, puede que tenga más que decir que muchos otros, o tal vez, mucho más en serio.

 

Se dice que cuando uno está al borde de la muerte, o es consciente al menos de que no le queda mucho tiempo, ve el mundo desde otra perspectiva. Dicen que muchos ateos se hacen creyentes, que otros con rencores perdonan, que muchos que tienen cosas que decir las dicen…

 

¿Cómo afrontó Visconti al borde de la muerte su propio fin y el de los ideales que siempre defendió? ¿Cómo se resuelven los dilemas internos y las convicciones al final del recorrido?

 

El inocente no sólo nos abre el abanico de la reflexión con el dilema de la infidelidad (detonante) sino que abarca muchos dilemas sociales e ideológicos que le dan un triste sabor a fin del tercer acto de la vida del director, triste para aquellos que amamos su cine y su persona.

 

Los ideales, ¿durante cuánto tiempo se mantiene vivos? ¿Durante cuánto tiempo es un ideal correcto o aplicable? Por lo general muchas de las ideas y principios de la gente no suelen aplicarse a uno mismo, y se espera que sea el resto quienes los comprendan. Con este filme se nos pone a todos contra la pared y junto a nosotros a toda la sociedad e ideales que él mismo como hombre liberal sexual y socialmente hablando llevo durante su vida. ¿En qué me baso para hacer tan rotunda y arriesgada afirmación? De nuevo en el visionado algo más concentrado de cada personaje y su comportamiento, y de buscarle a cada uno un paralelismo en nuestra propia vida. ¿Por qué Tullio termina por suicidarse si asegura no tener remordimientos?

 

El cambio de carácter del personaje va muy en concordancia con la desaparición de sus convicciones. El momento en que nuestro protagonista es consciente de la relación entre su mujer y un escritor sus celos, aparentemente inexistentes por sus ideales modernos afloran y entran en acción. Aunque parezca reconocer que ella es libre igual que él no lo es del todo.

 

Aparece para Tullio en forma de embrión la prueba y consecuencia de la infidelidad de su mujer, y a la vez de sus ideales de libertad. Cuando sabe que va creciend, Tullio sabe cuál es la solución: un aborto. Pero ante su sorpresa, el aborto no está en mente de su mujer, quién manteniendo ahora las correas amarradas decide seguir adelante con su embarazo, y cargar con aquello que ha engendrado a escondidas. Tullio se defiende dando un inquietante discurso sobre su forma de ver la situación, tan comprometido y apasionado como un adolescente rebelde que oye por primera vez el término rebelión y considera ese su nuevo camino, aunque apenas sepa lo que sus palabras conllevan:

 

¿Un delito? En cambio sí puedes dar tranquilamente mi apellido a un extraño. ¿No te parece eso un delito?… He dicho que quiero ayudarte. Te amo y no siento rencor por lo que has hecho… Has dicho que acabó, que es algo que quieres olvidar. El delito es lo que quieres cometer […] Yo soy ateo, eso no significa que no me preocupen los problemas morales, al contrario, me los planteo con plena conciencia de lo que suponen. Nunca delego en nadie las decisiones que tengo que tomar, asumo la responsabilidad conscientemente. Yo sé que mis pecados, si es que los tengo, no se remedian con el arrepentimiento o imponiéndome un castigo. Soy un hombre libre, mi sola patria es la tierra porque vivo provisionalmente, mi historia empieza y acaba aquí, y yo no tengo un infierno que temer ni un cielo que esperar. Sólo podemos contar con nosotros mismos. No es fácil lo que te propongo, es una solución que afronta la verdad de la existencia, que no busca refugio en la fe, en un Dios confeccionado por nuestra fantasía y que en otra vida premia o castiga.

 

Tullio es la modernidad y la libertad que estaba por llegar y de la que ahora “gozamos” y que el director tanto defendió. Gulianna es la tradición que, tratando de pactar con la modernidad, acabará sufriendo, como ella dice, una mancha sobre su alma por el asesinato de su hijo a manos de Tullio. Este acuerdo que ella decide cumplir lo hace, como confiesa, por darle a su hijo todo lo que sin su marido no podría darle. Tullio ve enfrentados sus principios liberales y la tradición aún latente en su mente: un bastardo llevará el apellido de una familia selecta y de altísima clase social, lo que aunque no lleve el mismo nombre no dejaba de ser una casta.

 

Tullio se enfrenta al final de la película con que su amante, la única que parece comprenderle, le hace saber que lo considera un monstruo, y que aunque él le pidiera estar junto a él se negaría. Una conciencia que juzga su conducta, a pesar de estar seguro de que ningún tribunal de los hombres podría juzgarlo jamás.

 

¿Pero acaso el tribunal personal no puede resultar igual o aún más doloroso?

 

Es decir, que en El inocente nos encontramos con: un lado moderno y liberal, un lado tradicional y sumiso y una conciencia. Sin embargo, los tres lados colisionas y se intercambian los finales.

 

Visconti siempre fue un defensor de los derechos y las libertades, un aristócrata homosexual seguro de sí mismo de una vasta cultura y mucha experiencia. Creo no equivocarme al pensar que Visconti, al final de su vida, no vio que cambiara demasiado todo lo que le había llevado tras la cámara: su batalla la libraba a través de los fotogramas. El mundo, en especial Europa, no avanzó demasiado. Ahora es más evidente que nunca. Cuando las vanguardias y los primeros liberales empezaron a actuar, la atmósfera de felicidad y ansias de cambio se vieron aplastada por las dos guerras que dejaron muda a Europa, hasta que poco a poco los artistas, cumpliendo con su papel, empezaban a buscar tímidamente identidades perdidas (igual que sus países), que les permitieran levantarse y mirar hacia delante. Visconti vivió eso. Su país fue uno de los peor parados, y aunque a él no le afectase (por lo menos no físicamente), siempre fue crítico y sobre todo un gran comunicador de testimonios, de eventos que no se deben repetir. Ha tratado el interior humano desde múltiples perspectivas. Pero El inocente carece de un espíritu de divulgación anti-guerra, o de odas a la belleza perdida. El inocente tiene un amargo sabor a final de pensamiento, y sobre todo a insatisfacción por una forma de vida (la de Tullio en este caso), que tiene mucho que ver con nuestra actual forma de vida, aunque alguno no esté de acuerdo y muchos más con la visión del propio director.

 

Visconti no vio un gran cambio en el mundo, ni él ni nadie lo ha visto. Ahora nos encontramos en la situación en la que nos encontramos bancos al borde de la quiebra, Estados Unidos al borde de arrastrarnos con ella al abismo, en definitiva, cerca de algo que no sabemos que será ni tampoco cómo ni cuándo nos afectara, eso sí, rodeados de modernidad, tolerancia y ganas de “dialogar”. Pero desde mi humilde punto de vista, igual que la peste acechaba a Venecia en su maravillosa Muerte en Venecia, siendo una clara metáfora a las dos grandes guerras… ¿Qué se acerca ahora? Todos padecemos de la pasividad de una sociedad que vive en el lado “desarrollado” del planeta. La extrema derecha se abre camino discreta y no tan discretamente en varios países europeos, la desconfianza en todos los vecinos y países aliados cada vez se acerca más a la paranoia. Carecemos de principios que nos hagan seguir un destino, la modernidad se ha quedado hueca, como el vacío que siente Tullio al final de la película, cómo el vacío que el ser humano puede llegar a sentir cuando ya no hay un Dios al que seguir, una meta que alcanzar o algo que cambiar.

 

Llega un momento en que se deja de vivir, y se empieza tan sólo a existir. Lo peor es que no nos damos cuenta. Y si desgraciadamente nos damos cuenta, nos aferramos a la vida eterna…

 

¿Está el mundo al borde del caos? ¿Qué le queda al ser humando cuando no se tiene ni a sí mismo ni a Dios?

 

En las demás películas de Visconti suele recrearse un entorno represivo (religioso, social, familiar), el que hace desesperar a sus protagonistas. Lo más escalofriante de esta última película es que ni la religión, ni la sociedad, ni la familia son las opresoras y conductoras del protagonista a su propio fin… sino que es el individuo el que acaba consigo mismo. Cuándo ya no hay excusas el ser humano se siente solo. Hay un nuevo elemento en este filme: el individuo como opresor de sí mismo.

 

El día que no sienta ningún placer por la vida… ninguna curiosidad, me mataré.

 

Serle fiel a la vida es más importante que serle fiel a las personas. Porque va unido. Si le eres fiel a la vida y la amas le serás fiel a las personas. El bebé representa la nueva vida, el fruto de la libertad, y no vive más de un par de meses

 

Visconti dirigió durante toda su vida dos caballos, componentes ambos de su carácter: la tradición y la modernidad. Cuando rodó El inocente hizo que ambos se detuvieran, se bajó del carro, los miró de frente y se dio cuenta de que las cosas no siempre son como uno desea ni como uno ha creído que son.

 

No te duermas Teresa, quiero demostrarte que sé acabar con todo.

 

Es curioso que Visconti decidiera que el último plano de su última película sea la figura de una mujer que corre por un patio con niebla y que congelada nunca llega a su destino. Visconti daba oportunidades a sus personajes haciendo uso del paso de la noche a la mañana, como la que le es concedida a Gustav von Aschenbach en Muerte en Venecia. Sus oportunidades acabaron, ya que murió poco después del rodaje de ese plano. Así que en un gesto de arrogancia me consideraré, junto con todos los demás espectadores, portadora de esa nueva oportunidad que Visconti nos da a todos, de cambiar algo o, por lo menos, de intentarlo y de ser siempre fiel a los ideales, y a afrontar cambios y eventualidades, ya que como persona joven, cuando me paro a pensar en la situación actual me pongo a pensar si todo lo que hago me servirá de algo en un futuro.

 

Todo esta idea del mensaje implícito puede parecer confuso, pero si pensamos en la mano que pasa las páginas del libro de D’Annunzio al principio del filme, y nos damos cuenta de que es la mano anciana del mismísimo Visconti, la cosa es más personal, y que en vez de coger aire y empezar a leer, como un abuelo con sus nietos, cogió a su equipo de grabación y empezó a rodar. Aunque lamentablemente no pudiese ver a la gente atender a su último testimonio.

 

¡Gracias, Visconti!

 

Laurel De Baco

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