Tucídides, quien ha sido considerado junto con Heródoto el “padre de la Historia”, facilitó que ésta, que comenzó siendo una heredera natural de la poesía, eliminase el mito y adquiriese capacidad autónoma para comprender el mundo. De esta forma, escribió que su historia de la guerra del Peloponeso se convertiría, convencido de las bondades de su método histórico frente a lo anterior, en “una posesión para siempre, no para el entretenimiento de un instante”. Esta interpretación caló hondo y, con el paso de los siglos, Leopold von Ranke y sus discípulos, los auténticos creadores de la historia profesional, se comprometieron en escribir la historia “tal y como fue”.
Desde hace décadas, los historiadores han participado de una “industria de la identidad” que termina por convertir a algunos colectivos concretos como los principales sujetos de la historia, que son representados de forma estable, estática y primordialista . Con todo, deberíamos comprender ya que, tal y como lo afirmaba inteligentemente el pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila: “la verdad está en la historia, pero la historia no es la verdad”. Nos iría mucho mejor, sin duda alguna.