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Mientras tantoUn asunto masculino

Un asunto masculino


 

 

Apreciado amigo:

 

He estado leyendo un estudio sobre la brecha de género en el suicidio, que tanto te interesa. La autora es la doctora Anne Maria Möller-Leimkükler, del departamento de psiquiatría de la Universidad Ludwig-Maximilians, en Munich, y fue publicado en 2002 en la revista European Archives of Psychiatry and Clinical Neurosciencies. Lo tienes adjunto, pero intentaré resumirlo. Según parece, la brecha nace en los años 70 debido no sólo a un aumento en la tasa de los hombres sino también a un descenso en la de las mujeres. Hasta ese momento, apunta Möller, las tasas convergían. Al menos desde los años 20, cuando la femenina aumentó debido a los profundos cambios en el rol de la mujer: aumento de los divorcios y mutación de las actitudes respecto a la fertilidad, la educación y el mercado laboral. La cara b de los 50 y 60, tan ye-yés. Los cambios provocan estrés y anomia, que es la ausencia de normas. Hasta que se consolidan. Aunque no haya que menospreciar la importancia que tuvo en la reducción la aparición de los modernos antidepresivos y la mayor eficacia en la detección de la depresión.

 

Como sabes, en la mayoría de países los hombres son cuatro veces más proclives a suicidarse que las mujeres. La excepción suele ser China, donde el número de mujeres supera al de hombres. Ciertos autores aluden al Confucianismo y el lugar subordinado que en él ocupa la mujer para explicarlo. Aunque también hay quien cita al deporte, donde la superioridad de las chinas sobre los chinos es manifiesta, como el procedimiento por el que las mujeres adquirirían un plus de agresividad. Pero no quiero desviarme. No hallarás en el estudio los motivos de que la muerte autoinfligida sea un asunto eminentemente masculino, pero sí algunas pistas:

 

1. La negación de la ansiedad y los problemas derivados de las situaciones de peligro, dificultad y amenazas.

2. La existencia de un estándar preciso sobre lo que es el éxito y el fracaso.

3. Una identidad marcada por la competencia y el aislamiento donde los sentimientos no son tema de conversación: revelar depresión o desesperanza puede dar ventaja a otros competidores.

4. Una fuerte asociación entre los síntomas depresivos y el mundo de la mujer.

5. La percepción culturalmente dañina para los hombres de sobrevivir a un intento de suicidio. Lo que en la práctica se traduce en el empleo de métodos más letales como armas de fuego y ahorcamiento.

6. Una pobre integración social donde la esposa suele ser la única fuente de apoyo.

7. Un código de expresión donde se acepta socialmente la agresividad, la ira y la hostilidad.

8. El consumo de alcohol como una práctica simbólica para demostrar masculinidad.

9. Un mayor impacto de la inseguridad y temporalidad laboral sobre la salud de los hombres, donde el desempleo suele ser menos aceptado culturalmente que en las mujeres.

 

La suicidología tiene un riguroso mantra para describir este estado de cosas: «las mujeres buscan ayuda, los hombres mueren». Es decir, mudos y solos. ¡Con la admiración que despiertan esos tipos solitarios a los que nunca sobra una palabra! Hay otros, sin embargo, más paradójicos. Como el que incide en que las mujeres, a pesar de suicidarse cuatro veces menos, lo intentan tres veces más que los hombres y sufren depresión en la misma superior proporción. Las cifras de suicidio suelen ser cifras aproximadas debido al tabú y otros asuntos. Pero las que se refieren a intentos siempre me han parecido directamente etéreas. En España, que es lo que conozco, no disponemos de ese dato, que sólo podría obtenerse centralizando las bases de datos de las policías y cribando las actuaciones referidas a intentos autolíticos. Y aún así: si algunos suicidios se difuminan como accidentes, ¿qué no pasará con algunos intentos? Por otro lado: ¿Qué otra forma habría de detectar la depresión masculina sino con una profunda entrevista con sus parejas, en el caso de que dispongan?

 

España es un país sacudido por esta desigualdad a niveles de tipo medio (3,7 hombres por cada mujer en 2012), lejos de sociedades del este como Lituania (6,07), Bielorrusia (5,10) o Hungría (4,37). No obstante, un 75 por ciento de suicidas masculinos es un porcentaje asombroso y crucial, que no goza en la prensa española del eco que debiera. Y que tal vez contribuya a acabar con esa cantinela mediática que convierte a cada hombre en un potencial asesino machista. La perspectiva de género se ha centrado sistemáticamente en las mujeres, sorteando a los hombres. Algunas conclusiones de Möller («El sexo masculino es un destino, pero la masculinidad, no») me parecen, de momento, un perfecto callejón sin salida. Pero su importancia también radica en el paso al frente. Si la suicidología requiere de un ojo interdisciplinar, parece lógico que la perspectiva de género sea una herramienta más de la investigación.

 

 

Abrazos

Sergio

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