Estuve tentado de bramar y poner a tender la ropa. Una pinza, una maldición, dos pinzas. Una pinza, una frustración, cuatro pinzas. Una pinza, un quejido, seis pinzas. Pero soy más de llorar en hombro fiel que de exhibir los trapos en este internet embadurnado de manchas. Así que como él, frené los brazos en seco en el momento exacto del baile en el que los músculos liberarán de golpe toda la intensidad del gesto. Flash. Dos culebras dentadas que han sepultado la oscuridad al fondo emprenden el deshielo desde los hombros mientras juegan a las sombras chinescas con la camisa inmaculada. Jamás le veremos los ojos. Le imagino embebido por una de esas canciones que de niño escuchaba con mi padre en el camión hacia Levante cuando íbamos a por piedra. Mármol y granito como el de la original sepultura que él mismo ideó y levantó en los noventa con travertino, negro Sudáfrica y gris perla para su madre, sin saber que en menos de una década sería también para él. ¿Será todo un trampantojo? ¿Hay alguien ahí que cuente mis palabras?