Home Mientras tanto ¿Un botón de muestra, o el fin de una era?

¿Un botón de muestra, o el fin de una era?

 

En Venezuela es común describir a una persona o circunstancia como algo o alguien que “no moja, pero empapa”. Posiblemente un americanismo derivado del equivalente gringo, “when it rains it pours”, su uso lleva una connotación menos negativa que la del inglés, limitándose a calificar como exagerado el aspecto que se desea resaltar. En el fútbol, como en la vida, existen momentos en los que pareciera que todo se junta, que todo viene a la vez, y que si bien la vida misma no moja, pues sí que empapa.

 

Ejemplos hay muchos, y resaltan por su relevancia actual, por ejemplo, la serie de clásicos que se disputaron la temporada pasada, cuando en un momento parecía que el Madrid y el Barca jugaban cada semana, o los ocho partidos que disputaron el Bayern y el Madrid en tres temporadas en Champion League entre 2000 y 2002. Habitualmente los grandes equipos se enfrentan a situaciones que definen sus temporadas y, en ocasiones, esas circunstancias se juntan todas en unos pocos días. Ha sido el caso para el Madrid, pero sobre todo para el Barcelona, esta campaña, en la que cinco años de hegemonía culé a nivel mundial se ha puesto a prueba en siete días. Y ahora mismo nos encontramos en el día seis.

 

El enfrentamiento de mañana contra el Chelsea de Londres y de Roberto DiMatteo tiene su propia historia, por supuesto: todos recordamos, casi a la fuerza, la infamia de Tom Henning Ovrebo, un árbitro incapaz de tomar una decisión, en aquella semifinal de 2009, en lo que sería el último partido entre los dos equipos hasta la fecha. De ella se recuerda más lo que no se pitó que lo que sucedió, y la imagen del gol de Iniesta que dio el pase al Barcelona en el último minuto del partido es casi tan inolvidable como la de Ballack corriendo toda la extensión del campo mientras escupía recriminaciones en el rostro del colegiado.

 

 

Y es que, a pesar de que la rivalidad entre ambos clubes es reciente, ha habido incidentes en prácticamente todas las ocasiones que han jugado. Por ejemplo, los octavos de final de la Champions de 2005, con Mourinho en el banquillo azul y Rijkaard en el blaugrana, el cual le costó la carrera a otro colegiado, Anders Frisk, tras recibir amenazas de muerte por expulsar a Didier Drogba en el partido de ida. El portugués ganaría aquel duelo, con un gol de John Terry en offside que serviría, al año siguiente, para justificar una expulsión rigurosa a Asier del Horno, también en octavos, que prácticamente le costaría la clasificación al Chelsea. Y es que, lo de las tarjetas rojas para los equipos de Mourinho cuando se enfrentan al Barca no se limita a la era de Pep.   

 

Sin embargo, esta vez el partido entre el Chelsea y el Barcelona, en el Camp Nou, tiene una trascendencia, una significación, especial que va más allá de lo que está en juego. Tras derrotas consecutivas en los dos partidos más importantes hasta la fecha del Barcelona en la temporada corriente, el enfrentamiento del martes se convierte en una cita en la que el mundo entero estará a la espera de saber si, efectivamente, la dominancia del FC Barcelona sobre el resto de los clubes del mundo ha llegado a su final.

 

Porque el fútbol es un deporte de ciclos, y todo ciclo tiene su período de auge y su curva de caída, y el Barca de Rijkaard inauguró una época de superioridad futbolística en París, en la final de la Champions de 2005/06, contra un Arsenal en pleno declive,  que se ha mantenido por cinco temporadas y que ha elevado a un club de tradición a niveles legendarios.

 

Si este Barcelona es o no el mejor equipo de todos los tiempos queda como tópico esencial de tertulias de taberna. Irrefutable, sin embargo, es la seguidilla de cinco semifinales y tres copas de Champions League en seis temporadas. Eso, además de las cuatro ligas domésticas, la Copa del Rey y los demás trofeos “menores” que, desde aquella victoria en París, se han sumado al gabinete de honores del club.

 

Logros hegemónicos que resuenan en su conquista a los de otros grandes  clubes en la historia del fútbol europeo: el Ajax de Cruyff, por supuesto, (que también era el de Neeskens y Michels), campeón de Europa en 1971, ’72 y ’73; también aquel Bayern de Beckenbauer, Müller y Maier, que de la mano de Udo Latek se convirtió en la fuerza dominante del fútbol continental, ganando las ediciones de 1974, ’75 y ’76. Estos dos equipos comparten con el Barca actual el haberse convertido en el núcleo central de sus selecciones nacionales, con las que Alemania y España consiguieron sendos títulos, y la Naranja Mecánica su reputación. Están también el Liverpool de finales de los 70 y principios de los 80, con Ray Clemence y aquel manojo de escoceses que habrían de coronarse campeones de Europa en cuatro ocasiones entre 1977 y 1984; y el Milán de Sacchi con su cosecha de holandeses endemoniados que transformaron el fútbol a finales de los 80, alzándose con la copa en 1989 y 1990, antes de hacer la transición al equipo que Capello llevaría a las finales de 1993 y ’94.

 

Pero no hacen falta mil palabras para decir que todo esto se ha visto ya en el pasado, y a Pep y sus chicos la historia les sabrá a poco el martes en la noche ante 90.000 de sus más acérrimos aficionados. Aún nada se ha decidido, ni estará, tampoco, escrito el veredicto, inclusive si el Barcelona llegara a perder contra un Chelsea que se sabe inferior. Lo único que sí es cierto es que por primera vez en varios años se le nota aprehensivo a un combinado que, hasta ahora, había mostrado un instinto absolutamente voraz. Y en la vida, como en el fútbol, el que resbala generalmente termina perdiendo.

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