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Mientras tantoUn breve comentario a la relectura de “Bel Ami”

Un breve comentario a la relectura de “Bel Ami”


 

Esbozaba yo la otra semana el perfil del oportunista o del cucañero -yo lo llamaba “trepa”, que es término más de la calle y actual-, y al traer ejemplos recordaba al protagonista de Rojo y Negro, Julien Sorel, y a Lucien de Rubempré, pero curiosamente en el post me olvidé de Bel Ami, que es, sin duda, el mayor trepa que se haya imaginado nunca en una obra de ficción. El olvido es curioso porque la novela de Maupassant se encuentra entre mis favoritas y la descripción que yo hacía del trepa, un tanto desabrida y antipática, cuadraba casi punto por punto con el simpático Bel Ami. Estos días he estado releyéndola.

 

Es un novela perfecta, si es posible decir tal cosa de un género que tiende, por sus características, a las irregularidades y a la dispersión, especialmente en las llamadas novelas naturalistas. No es el caso de Bel Ami, que es un artilugio narrativo que opera con la misma sincronía de un ballet dentro de una caja de música. La verdad literaria, decía Maupassant, es siempre una ilusión y todo buen escritor un ilusionista.

 

Así, la novela se inicia casi a manera de cuento. Un antiguo soldado empleado en una estación de trenes, un tal Georges Duroy, pasea por los bulevares de París. Todo parece irritarle. La multitud, su falta de dinero, el no poder gozar de las “filles” que se cruzan a su lado. Es un buen mozo y muchas se vuelven a mirarlo. De pronto reconoce entre la muchedumbre a un antiguo camarada, Forestier, a quien le han ido las cosas mucho mejor que a él. El campechano Forestier es periodista de éxito y en seguida le propone a Duroy que siga sus mismos pasos. Sin mayores preámbulos, Forestier le invita a una cena que se va a celebrar en su casa al día siguiente y hasta le da dinero para que se alquile un frac.

 

Duroy llega a la cena hecho un manojo de ansiedad e inseguridades, pero pronto su presencia se hace notar entre los comensales gracias al magnetismo que ejerce sobre las mujeres. La cena reúne a todos los principales personajes que formarán el cañamazo de la narración, desde la mujer de Forestier, clave en el ascenso de su marido, al director del periódico, M Walter, el poeta Norbert de Varenne, o la pizpireta y malmaridada Clotilde de Marelle. Al final de la velada se ha dispuesto que Duroy escriba un artículo contando sus experiencias militares en Argelia para ser publicado cuanto antes.

 

A partir de aquí las figuras de la caja de música, como en un baile de máscaras, empiezan su función, en la cual Duroy irá pasando de pareja en pareja en su irresistible ascenso por este París de vodevil, corrupto y decadente.

 

No quiero demorarme mucho más en la historia, pero sí señalar que toda esta feria de vanidades que tiene en su centro al cínico Bel Ami se dibuja sobre un fondo de profundo pesimismo existencial. Duroy, a mitad de la novela, comprende que el único sentido de esta vida, en donde al final solo aguarda la muerte, es el sexo y el poder. C’est tout.

 

La narración me maravilla por el estudio psicológico de los personajes (en eso no difiero de Nietzsche) y la vigorosa y vívida descripción de ambientes (un realismo engañoso), por la creación de mujeres inolvidables (acusar a Maupassant de misógino es como llamar ateo a Dante) y la perspicacia e ironía con que el novelista ha sabido poner sus dotes de manipulación en las manos de la manipuladora Madame de Forestier y futura mujer de Du Roy, en el fondo quien lleva los hilos de toda la historia.

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