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Mientras tantoUn buen día para vivir

Un buen día para vivir


Por suerte soy amigo de Dan Kaplan desde hace mucho tiempo. Dan se vino a vivir a Sevilla en el 86, y aquí estudió guitarra clásica, y aquí se quedó a vivir. Yo lo conocí hacia el 92 ó el 93, y desde hace unos quince años somos vecinos. Vivimos a menos de dos minutos y sólo tenemos que cruzar una plaza con una fuente. Eso significa que hemos llevado a nuestros hijos a pasear al mismo parque, y que hemos compartido muchas mañanas y muchas tardes, con sol y con frío, tomando zumo de tomate en un bar que queda a medio camino entre su casa y la mía. La primera vez que lo vi, no sé por qué, hablamos de los Kinks y los Who. Y cuando Dan supo que me gustaba la música, me habló de Woodstock, donde tiene una casa, y de aquella noche en que entró en un pub del pueblo con su guitarra, y se encontró a John Sebastian tocando en una esquina, y John Sebastian le preguntó si quería subir a tocar con él, y Dan dijo, bueno, sí, pero no se decidía (al fin y al cabo, John Sebastián era el hombre que había compuesto «Do You Believe in Magic» y «Summer in the City»), hasta que pensó que sólo un idiota podría rechazar la oportunidad de tocar con el hombre que había compuesto «Do You Believe in Magic», así que se quitó el miedo y cogió su guitarra y subió a tocar con él.

 

Dan vivió su infancia en Brooklyn, en un edificio donde sus padres tenían de vecino al cantante Lee Hays, que había cantado con Woody Guthrie y con Pete Seeger y con The Weavers. Lee Hays vivía de los derechos de algunas de sus canciones –»If I had a Hammer» era la más famosa-, y como no tenía nada mejor que hacer, empezó a cuidar a los niños del edificio cuando los padres se iban al trabajo. De vez en cuando les cantaba canciones, las mismas que había cantado con Woody Guthrie y con Pete Seeger en las marchas contra la segregación racial y en las huelgas de los mineros y los trabajadores del metal (en más de una ocasión los matones habían intentado lincharlos por comunistas y alborotadores). La madre de Dan y otros vecinos se unieron a Lee Hays y así nacieron The Baby-Sitters, que grabaron cuatro álbumes de canciones para niños entre el 58 y el 68. Lee Hays tenía una maravillosa voz de bajo. El actor Alan Arkin hacía de tenor. La madre de Dan hacía de soprano. Y Dan, que era un niño en aquellos años, hacía los coros con sus hermanos en algunas canciones. Creo que su voz es una de las que se oyen en la grandiosa «Take You Ridin´ in My Car», la canción de Woody Guthrie que los Baby-Sitters lograron mejorar con una versión que suena más fresca y más alegre y más divertida. Dan me dejó un casete con canciones de los Baby-Sitters, y se la poníamos a nuestra hija y en seguida sonreía y se ponía a canturrear, «brrrrmmmmm, brrrmmmm», y nosotros repetíamos «brrrmmm, brrmmmmm», y entonces sonaba la bocina, mec, mec, mec, y luego llegaban las voces de Lee Hays y la madre de Dan y el actor Alan Arkin cantando «Take you ridin´ in my car, take you ridin´ in my car», y allí, al fondo, estaba Dan, haciendo los coros cuando tenía dos o tres años, «brrrrrmmmm, brrrrmmmm», la misma edad que tenía mi hija cuando escuchaba la canción, sólo que cuarenta años más tarde, brrrmmmm, brrrmmmm.

 

Hacia 1980, Dan Kaplan se subió a un tren de mercancías de la compañía BNSF que cubría la línea Chicago-Seattle. El viaje duró dos semanas, y un día el tren se paró en Minot, North Dakota, una estación desolada en medio de ninguna parte. Dan se asomó fuera del vagón y vio el horizonte y vio los campos y las nubes y oyó el viento que soplaba, y luego se fijó en el letrero que colgaba sobre el andén, y entonces supo que algún día escribiría una canción sobre aquella parada en Minot, North Dakota, en un tren de mercancías como los que llevaban a Woody Guthrie y a Lee Hays a cantar para los mineros en huelga y las marchas contra la segregación racial, de las que siempre tenían que salir huyendo porque había un grupo de granjeros iracundos que querían lincharlos por comunistas y alborotadores, así que se subían corriendo a un coche y apretaban el acelerador, brrrmmmmm, brrrmmmmm, y se saltaban un semáforo y un paso a nivel y se perdían por un horizonte de silos de grano y naves industriales y rótulos que colgaban de un andén, y que quizá decían Wilmington, North Carolina, o quizá decían Minot, North Dakota, y que daba igual lo que dijeran porque ninguno de ellos, ni Woody Guthrie ni Pete Seeger ni Lee Hays, tenía ni idea de dónde estaban ni a dónde podían ir.

 

Dan Kaplan tiene una guitarra Gretsch Viking del 65 (las guitarras, como los vinos, tienen añada). Esa guitarra perteneció a un hombre que había luchado en el Pacífico contra los japoneses, un tipo llamado Roy que tenía un sable de samurái en su casa de San Francisco (se lo había dado, al rendirse, un oficial japonés). A veces le he ayudado a Dan a cargar su guitarra, y un día, cuando la afinaba antes de un concierto, le pedí permiso para acariciar las cuerdas, y Dan me dijo que sí, claro, y las rocé, y me pareció oír un tañido remoto, como una cadencia que venía de muy lejos, y entonces me acordé del sable del oficial japonés que había tenido el primer dueño de aquella guitarra, y pensé que quizá el sonido de aquel sable, un sonido muy débil, como el zumbido de un mosquito perdido entre la espesura, se había quedado atrapado en las cuerdas de aquella guitarra, así que a veces sonaba como el viento que sacudía el letrero del andén en Minot, North Dakota, y otras veces sonaba como un sable al ser desenvainado por un oficial que iba a rendirse en una isla del Pacífico.

 

Ahora Dan Kaplan, con su grupo Krooked Tree, acaba de sacar un disco que se llama «A good day for living» (Bujío). Algunas canciones se pueden escuchar aquí:

http://www.myspace.com/danhkaplan El disco fue grabado en el estudio de Paco Loco, en el Puerto de Santa María. Llevo semanas escuchándolo, y cuando termina vuelvo a ponerlo, y luego otra vez, y otra. No me resulta fácil explicar a qué suena este disco. Quizá debería hablar de una casa de madera en Woodstock, en un día de niebla que desciende por la ladera de una montaña. Y de John Sebastian cantando en un pub, justo en el momento en que ve entrar a un desconocido con una guitarra y le invita a tocar con él. Y de Lee Hays –que era homosexual y comunista y había nacido en Arkansas y era hijo de un reverendo presbiteriano- cantando para los hijos de sus vecinos en el patio de un edificio de Brooklyn, con una voz de bajo que retumbaba como el motor de un coche y como el estampido lejano de una tormenta. Y en los niños que hacían los coros en «Ridin´ in my Car», brrrmmmm, brrrrmmmmm. Y en el letrero solitario en la estación de Minot, North Dakota. Y en el sonido rítmico de los sapos arbóreos que cantan en las noches de verano y te hacen creer que estás viviendo un buen día, un día inmejorable, un día único. Y en el horizonte que se ve desde el vagón de un tren de mercancías que cubre la línea Chicago/Seattle, en un apeadero solitario en medio de ninguna parte. Un buen día para vivir. Vaya disco.

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