1.
Eisejuaz es la primera publicación de la editorial boliviana Dum Dum, comandada por la escritora Liliana Colanzi.
Obra de la “secreta “ escritora argentina Sara Gallardo y publicada originalmente en 1971 es hoy –y aunque parezca paradójico- una obra muy nueva, como bien dice Silvia Hopenhayn. Una obra nueva: por diferente, rara y bella (como dijo de ella en su momento Mujica Laínez) .
Y lo es por la subversión de los códigos (en especial en lo que respecta al binomio civilización/barbarie), por el ejercicio verbal polifónico que sustenta la trama (y que pone en el centro del discurso la subjetividad indígena) y por una estructura que detenta un “camino de perfección” personal.
Aunque ciertamente la vía mística a la que nos referimos, y llevada a cabo por su protagonista, Eisejuaz (Lisandro Vega, un mataco del norte argentino), mantiene los tres estadios clásicos del místico (purga de la memoria, elevación del entendimiento hacia Dios y purificación de la voluntad) éstos se producen de una manera bastante desordenada y heteróclita; lo cual viene marcado por una cronología yuxtapuesta y acumulativa.
Y ello por una razón fundamental, y es que Eisejuaz es una experiencia lingüística. Así, como apunta Mónica Velásquez Guzmán en el prólogo, la novela se sostiene en un desconcertante lenguaje, y los lenguajes de unos y otros chocan. Porque aquí hablan muchos. E incluso esos mismos muchos hablan pero desde diferentes puntos de vista. Lo cual produce un efecto de zigzagueo que alimenta la natural confusión de Eisejuaz, quien mantiene una personalísima relación con Dios: directa, sin dogma, mas poco clara -en el sentido de las pautas y los objetivos-.
2.
La línea argumental es sencilla: por mandato divino Eisejuaz ha de encargarse de Paqui, un blanco tullido y perverso, emblema de la civilización blanca y a quien Eisejuaz recoge de las calles, enfermo. Ese es su cometido: cuidarlo. Y a él consagra la novela todo su espacio. Porque nos encontramos ya en el momento final de la vida de Eisejuaz, cuando este ha renunciado a su destino natural (ser jefe en su comunidad, en la misión) y se consagra al mandato de su Dios, sin cuestionarlo, obedeciéndolo ciegamente.
Ello no obsta para que la narración no se torne problemática y es que, durante este trayecto, se producen cruentas batallas entre el bien y el mal. Eisejuaz anda todo el tiempo pendiente de las señales que le habría de mandar su Dios. Y que se manifiestan en la forma de los sueños, las apariciones, los indicios y, las menos de las veces, en la propia voz de Dios. Pero lo mismo con las trampas del Malo. Le acechan todo el rato y desde todos los ángulos. Así, Eisejuaz se convierte en una suerte de narración episódica en la que el avance se produce en base a leves gestos, acciones, errores o tenues suposiciones.
La originalidad de Eisejuaz radica también en el hecho de que no es el camino místico un proceso jubiloso de iluminación, sino más bien algo que se acata con pesar, con cierta tristeza y, también, con un algo de tedio.
Que Eisejuaz no es que dude de su cometido, sino que es que este cometido proviene, quizá, de un malentendido; y es que Eisejuaz se “cree” elegido. Y aquí el matiz es importantísimo.
Si consideramos que lo que le sucede a Eisejuaz no es una iluminación sino más bien un delirio místico y lo vemos como una fragmentación psicótica de la consciencia, entonces la novela adquiere un dramatismo aun mayor (pero, también, a la vez, un cierto humor grotesco que serviría de crítica hacia un sentido obsoleto de la religiosidad).
3.
Siendo la concepción de lo religioso en Eisejuaz un constructo sincrético es, sin embargo, más importante destacar que ello se manifiesta al modo de la hierofanía (“algo sagrado que se nos muestra”, según Mircea Eliade). O dicho de otra manera: Eisejuaz habita un mundo profano en el que diversos elementos naturales de este mundo sirven para que se manifieste lo sagrado. Y es importante destacar esto porque no se trata de un animismo, sino que sencillamente es que Eisejuaz habita el espacio liminal de ambos mundos (lo sagrado/lo profano). Y, justo por ello, se ve obligado a abrazar una cierta animalidad, pero sin dejar de lado su racionalidad humana, que en constantes ocasiones inquiere infructuosamente al Señor su falta de empatía, su abandono (y ello marca la genial aparición de monólogos secos, ásperos, pero bien bellos).
Esta ambivalencia es clave en Eisejuaz, ya que todo se balancea constantemente entre dos mundos: el de lo real/irreal, lo sacro/lo profano, lo animal/lo humano, lo civilizado/lo barbárico, etc.
4.
En Eisejuaz se pueden ver vinculaciones con la obra de Rulfo, de Di Benedetto, pero también incluso con la de Clarice Linspector. Siendo esto cierto, me gustaría aventurar dos conexiones arriesgadas, pero que me parece que podrían arrojar una interpretación ampliada del texto. Una novela precedente (Mystic Masseur, de Naipul, en lo tocante a la befa) y una novela posterior (Todos los perros son azules, de Rodrigo de Souza, en referencia al delirio mental).
En otra ocasión volveremos más extensamente sobre esto.