Voy a aclarar lo del bdsm, para los despistados que no han leído (o visto) 50 Sombras de Grey y a los que ninguna falta les hace perder su tiempo con semejante bodrio. Bdsm es el acrónimo para Bondage, Disciplina, Sadismo y Masoquismo. Y la frase que titula este post no es mía, sino de mi gran amigo Jordi, que descubrió hace unas noches conmigo en Barcelona lo que es un club de este tipo. En Madrid es que no tenemos de estas cosas, las había antes, antes había muchas otras cosas en este país, era más efervescente todo, había más inquietudes. Tanto, que hace poco descubrí que la revista Primera Línea, que no es una publicación cultural que digamos, (al menos entendiendo la cultura como algo de mucha letra) entrevistó a Fraga en 1985. Y la que le hizo la entrevista fue Alaska. El mérito no es de Primera Línea, que también, sino de Fraga, que en el infierno descanse, que se prestó a tremendo juego. Hoy esto, como La Bola de Cristal, ni lo verías. Que está el país rancio rancio que dan ganas de hacerle un lavado con lejía.
Pero volvamos al bdsm. Allí estaba yo, en Barna, con mi amigo Jordi y mi amiga Pris, en un club bdsm clandestino y lo de clandestino mola todo, porque no aparecía en los mapas y ni tenían web. Es decir, entrabas por contacto, como se ha venido siempre entrando a los sitios en este país, por otra parte. La que fue a entrar la primera es ésta que escribe, pero como no se veía un pijo y una es cegata, Pris me acabó dando la manita y así aparecimos las dos en aquel antro de perdición, de la mano, como si fuésemos al cole… Nos atendió J., un señor encantador y muy educado porque para atendernos se vistió, cubriendo su desnudez con unas mallas negras, lo cual es de agradecer, porque hubiera sido un tanto extraño estar sentada toda la noche a su vera si se hubiese quedado desnudito como Adán cuando no llevaba hoja de parra.
J. nos contó todo lo que queríamos saber y más sobre el bdsm. Y nos enseñó las dependencias: que si mira este zulito donde he echado unos polvos de infarto, que si esto es el palacio de la princesa, las jaulas donde te llevan y te dejan aparcado, la mesa para los amantes del estilo medical (ojito que el palito para meter por la uretra te ponía los pelos como escarpias), los puntos de suspensión en el techo para los amantes del shibari (subaru en palabras de Jordi, que sabe mucho de coches pero poco de cuerdas…). El momento álgido llegó cuando nos dejó unos juguetes: una fusta para Pris, un látigo para mí, que fui rebautizada como Lady Azotes, y unos zapatos negros de taconazo para Jordi. ¿Qué si se los puso al más puro estilo Tacones Lejanos? Esto amigos, quedará entre los que estábamos allí aquella noche, nosotros y los amantes del látex, de lo negro, de los azotes y del placer extremo, ese en el que se confunde gusto con dolor… Lo más curioso es que Jordi se encontró a su vecina, lo que viene a ser una gran reflexión sobre el bdsm: los que no lo conocen (hay mucho pazguato que quisiera mirar por el ojo de la cerradura y ni se atreve, no vaya a ser que le guste), piensan cómodamente, sentados en sus sillones de oreja que es una cosa de pervertidos, de raritos. Y sin embargo ya ven, allí estaba la vecina de Jordi, ésa con la que te puedes cruzar en el ascensor cuando lleva los niños al cole.
“El club bdsm es como un gimnasio” sentenció Jordi, mientras mirábamos cómo suspendían a una esclava y luego la volvían a bajar. En efecto, allí había todo tipo de aparataje y de acólitos dispuestos a usarlos. Como en el gimnasio. Lo excepcional de esta historia es que repetimos y una segunda noche fuimos a visitar un segundo club bdsm. Confieso que me gustó más el primero: era más inquietante, más oscuro, más auténtico… Pero el segundo tenía más morbo sobre todo porque compartía pared con un colegio del Opus. ¡Del Opus! Más de una vez, nos decía la dueña, se habían confundido los amigos de Escrivá y habían llamado a esta puerta de perdición. O tal vez no, tal vez llamasen a sabiendas… Al fin y al cabo, los seguidores del Opus, como los del Bdsm, son amantes del cilicio.