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Mientras tantoUn coche que va rápido

Un coche que va rápido


 

 

Está esa vieja canción de Tracy Chapman que habla de un coche que va rápido. Que avanza –imagino yo, ahora, desde este lugar– veloz por caminos que o bien son los de esta isla o los de una carretera desértica del Big Sur americano. Ambos escenarios están lejos el uno del otro, pero esa es la magia de las buenas canciones, que pueden llevarte a Ibiza y simultáneamente a las carreteras de las pinturas de un cuadro de Hopper o de Kim Casebeer.

 

La primera vez que escuché ‘Fast car’ no tendría más de trece años y corrí a coger un casete para grabar lo que pude. Enganché solo el estribillo:

 

You got a fast car

Is it fast enough so we can fly away?

We gotta make a decision

Leave tonight or live and die this way

 

Mi inglés no dio para descifrar el mensaje. Entendí que hablaba de un coche que iba rápido e imaginé que alguien quería escapar. Como en esa peli de ‘Paris Texas’: Ella soñaba con escapar. Pues algo parecido.

 

A fuerza de escucharlo una y otra vez, entendí también aquello que decía hacia el final:

 

And I had a feeling that I belonged

I had a feeling I could be someone, be someone, be someone


Aquella canción se convirtió en un himno para la adolescente que era. Pero no sabía quién ponía la voz y nadie –ni mi madre, mi padre o mis amigos– supo ayudarme a descubrir de quién se trataba. En casa eran fans de Ana Belén, de Serrat. La música “de fuera” la escuchaba solo yo.

 

No podría contar la de veces que escuché esa canción con una amiga de la que luego perdí completamente el rastro. Nos habíamos aprendido de memoria aquel fragmento del I could be someone. Porque las dos, claro, queríamos ser alguien. No sabiamos quién. Pero lo de ser alguien nos sonaba bien.

 

Años más tarde, en la radio de nuevo, di con la canción entera. Me emocioné. Volvíamos a casa de ver un partido de fútbol y en la radio sonó de nuevo aquella voz.

 

¡Es ella, papá, sube el volumen!

 

Hoy tenemos spotify, pero entonces ni siquiera existía internet. Así que recuerdo perfectamente la emoción que me produjo dar por fin con la mujer que se escondía detrás de la canción del coche rápido. Tracy Chapman. Al día siguiente me compré el Tracy Chapman collection y aún la veo a ella, de perfil, con sus rastas largas anudadas en una cola.

 

Hoy, aún sabiendo ya descifrar la canción de ‘Fast car’, ésta sigue haciéndome pensar en aquello de “ser alguien”, en las ilusiones que albergamos cuando empezamos a pensar en el futuro. Pero el coche rápido de Tracy también me hace pensar en todas las cosas que dejamos en el camino, que muchas veces son amistades, lugares, personas. Quién sabe. Como aquello que contaba Javier Marías en este artículo: ‘Las amistades desaparecidas’. Pensaba en todas aquellas veces en que la llamada diaria se convierte en semanal y, después en mensual, hasta que se finalmente solo queda un WhatsApp para desear feliz cumpleaños.

 

Ayer cuando volvía a casa sonó –porque las canciones siempre llegan en el momento oportuno- la canción de Tracy. Iba en el coche con una amiga que también se la sabía. Pero ya no era esa amiga con la que tantas veces la había vociferado aquel estribillo del ‘be someone’. Me pregunté dónde estaría ella y si estaría bien. Pensé en que, al final, Tracy Chapman ya nos lo había advertido: que el coche avanzaba rápido y que había que cuidar de todas las cosas que llevábamos dentro. Ya fuera allí, en Ibiza, o en el Big Sur. Lo del lugar era lo de menos.

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