Todo sea por la excepción, después de la regla (parafraseamos a Jean-Luc Godard), le voy a ceder la palabra a Luciano Lutereau, que además de un hermano del alma, es psicoanalista, escritor y editor de la colección narrativa breve de Letra Viva. Sus reflexiones sobre este nuevo oficio que también practica en la editorial PánicoelPánico, exceden largamente la promoción de un catálogo –como las reflexiones de otro gran amigo, Ignacio Castro Rey, sobre el coreano Han, hacen lo propio con la filosofía– para pensar qué cosa es hoy la literatura, y que será, ¿será una afición de elites, de escritores, de editoriales casi artesanales? No hay más que asomarse a los best-sellers que en la Feria del Libro de Buenos Aires como pan caliente para darnos cuenta que si no fuera por contados sellos, escribir y leer, estudiar y pensar, parecen actividades sospechosas. Es que no parecen sino que lo son.
Con ustedes, Luciano Lutereau.
—¿Cómo nace la colección narrativa breve de Letra Viva?
—La colección nace de la intención –en una editorial consolidada en el campo del psicoanálisis y las ciencias sociales– de orientarse hacia la literatura como un campo exploratorio (de nuevas escrituras). No tiene el propósito experimental de una editorial independiente, ni la vocación por el canon de las editoriales propiamente literarias. Esa manera de estar al margen de los condicionamientos del mundo literario creo que permite descuidar las restricciones de una poética definida o una proyección editorial asegurada.
—Editor y lector, ¿buscaste algunos autores, algunos modos de narrar que te interesan más que otros? ¿Cuáles son esos modos?
—Si hay algún principio que funciona en la selección de los textos, está más cerca de lo que el psicoanálisis entiende como acto de escritura. No es un escritor todo aquel que busque legitimarse como tal. Menos se trata de que el texto exponga una cosmovisión, sino que la prueba –si puedo llamarla de esta manera– consiste en verificar que lleva las marcas de quien lo produjo. Si es un escrito propuesto para el reconocimiento, no necesita una editorial tanto como un aparato de prensa y dos o tres invitaciones a mesas redondas. Tampoco espero que la obra literaria tenga pretensión de autenticidad. Esa pasión por el testimonio suele llevar la literatura hacia el periodismo y un realismo pobre. Prefiero escrituras sintomáticas. Eso es lo que busco. Eso es lo que traje a Letra Viva desde Pánico el pánico (la editorial que dirijo con Marina Gersberg) al publicar El reglamento, de Pablo Farrés, Todo sea por la excepción, de Augusto Munaro, y Nudo de Piedra, de Pablo Chacón, autores que edité y publiqué en otras oportunidades.
—¿Qué es lo que ves de interesante en una colección de narrativa que late al interior de una editorial más bien dedicada a otras prácticas?
—Lo más interesante, si puedo decirlo así, es que no me interesa publicar el libro del año. Esta es una expectativa muy fuerte en otras editoriales. No necesito fascinar a nadie, sino publicar libros que importen. Puedo trabajar sin tener una planilla de ventas al lado mío. La editorial funciona por el psicoanálisis; afortunadamente, eso deja abierto el espectro para pensar cuántos títulos publicar en un año, pensarlos y trabajarlos sin la prisa de llevarlos a una góndola antes de fin de mes. En un mundo acosado por la novedad, y abrumado por el aburrimiento, al editar esta colección me siento un poco un comunista en Las Vegas.
—¿Cómo es la búsqueda de autores; qué libros son los que mejor han funcionado?
—En sentido estricto, no creo que busquemos autores. ¡Los encontramos! Por lo general, los manuscritos llegan a la editorial de forma espontánea o bien a través de recomendaciones. No hay procedimiento preestablecido. Lo mismo podría decirte respecto de los libros que mejor funcionaron, según cómo se entienda esta expresión. En todo caso, hubo sorpresas, y eso es lo que más interesa. Por ejemplo, publicamos una nouvelle de Guy-Félix Duportail (filósofo francés) La balada del corazón de becerro,con resultados fantásticos: gente que empezó a leer al filósofo sólo después de conocerlo como escritor. Pienso que una parte importante de este efecto está en el cuidado que ponemos en el armado del libro. Desde un principio, nuestro interés es que cada imagen de tapa llevara la obra de un artista joven argentino. Hersilia Álvarez, Ana Montecucco, Luciana Rondolini, Pablo De Monte, Marcelo Pelissier, etcétera. Hay cierta línea curatorial que, no puedo dejar de pensarlo, funciona como una especie de invocación mántrica para el lector.
—¿Cómo ves a la colección en el actual sistema literario; cómo ves su funcionamiento; por autores, estilos, nombres propios, aunque quizá todos sean un poco lo mismo?
—Tengo la impresión de que en el sistema editorial contemporáneo hay dos vías: editoriales independientes para primeras obras, editoriales consolidadas para libros que venden (que ¡deben hacerlo o sino…!). A veces pasa incluso (y cada vez más) que los libros independientes venden más que los que supuestamente debían vender. Pero eso no modifica nada. Lo cierto es que el autor está condenado a vender. Empujado a venderse. Por eso nos encontramos con escritores que se auto-publicitan en redes sociales, que hacen acto de presencia en todo evento y una suerte de personalismo obsceno que desdibuja los tiempos de decantación de una obra. Un libro se publica y requiere tiempo. Tiene que crear su horizonte de lectura, no agotar una edición en menos de un año. Puede ocurrir, pero cuando se transforma en una preocupación constante hasta para los escritores es que vemos de qué modo el sistema editorial hunde sus raíces –de modo perverso– en el mundo literario. Hay escritores que ofertan una presencia que no es muy distinta a la de un galán de telenovela. Eso me aburre, de eso me mantengo al margen con esta colección.