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Un cuento sobre Octavio Paz

Una mañana tuve la idea, quién sabe por qué, de aprenderme de memoria el poema “Piedra de sol” de Octavio Paz. Me costó dos semanas de esfuerzos, pero al final podía repetirlo de principio a final sin equivocarme.

 

Al principio se lo recitaba a mis amigos. “Piedra de sol”, recitado en voz alta, dura unos tres cuartos de hora. Mis amigos pronto me pidieron que lo dejara, por favor. Ya no podían soportarlo más. Algunos dejaron de verme. Mi novia me dijo que si intentaba recitarle una vez más “Piedra de sol”, me abandonaría por el primer negro que pasara frente a la ventana. Lo dijo así, exactamente. No sé por qué dijo “el primer negro”. Lo de la ventana tiene una explicación: vivíamos en un bajo, y la ventana se abría directamente en la acera.

 

Finalmente, decidí que lo único sensato era recitarle “Piedra de sol” al propio Octavio Paz. No me resultó difícil localizarle. Un mes después, aproximadamente, iba a dar una conferencia en una ciudad situada a trescientos kilómetros de donde yo vivía. Fui para allá, escuché la conferencia (no recuerdo exactamente de qué trataba) y a continuación, cuando se abrió el turno de preguntas, levanté la mano y le dije al gran poeta mexicano que admiraba tanto su obra que me había aprendido “Piedra de sol” de memoria. “No le creo”, dijo Octavio Paz con una gran sonrisa. “Se lo demostraré”, dije, y empecé a recitar. “Está bien, le creo” dijo Octavio Paz cuando yo iba por el verso 44, creo. “Usted no tiene por qué creerme, maestro”, le dije (interrumpiendo la recitación), “escuche y verá.” Seguí en el punto donde me había quedado. Y seguí, seguí, seguí.

 

Nadie sabía qué hacer. Los organizadores del evento estaban nerviosos. El presentador cogió el micrófono y me rogó que me callara. Yo no me callé. Entonces llamaron al personal de seguridad y me sacaron en vilo de la sala, mientras yo seguía recitando “Piedra de sol”. Me sacaron a la calle, y yo me quedé allí, en la calle, recitando línea tras línea de “Piedra de sol”, y así hasta que llegué al final. Luego me marché a coger el tren para regresar a la ciudad donde vivo.

 

Tengo que aclarar que “Piedra de sol” es un poema que me resulta incomprensible. Es bonito, sin duda, pero imposible de entender. Tengo que aclarar, también (en previsión de posibles suspicacias), que yo no soy poeta, y que mi deseo de acercarme al maestro Paz no era intentar colarle un manuscrito ni pedirle un favor.

 

A partir de esa experiencia, el deseo de aprenderme poemas de memoria desapareció para siempre.

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