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Un domingo salubre

 

Se pasa de parada; yendo en el bus.

 

No sabe donde está. Más prefiere renunciar a la tiranía del Goofle Maps. Así que camina. Mira al cielo, como un agricultor, pero no es agricultor, así que su gesto queda en la parte poetica, (in)útil, del mundo.

 

Hay un hombre con un perro. Le sigue.

 

Supone, piensa, la Rambla del Poblenou debe estar por aquí. Mientras tanto, se fija en las heridas de las casas desgastadas, de las naves industriales en desuso. En la cristaleria rasgada de miles de ojos fabriles, testigos de un pasado heroico, de un porvenir que ya es ruina.

 

Camina y confía en que llegará a algun sitio.

 

Siempre se llega a algun sitio, se dice.

 

Es domingo y el tiempo es un chicle.

 

Pero llega tarde. Una hora, al menos. Así que debe encontrar una solución. Se concentra en la referencia del mar. Y, con ello, convoca una triangulacion mágica que le lleva al pasado. A un viaje de hace tantos años. No recuerda cuántos. Frente a la residencia de la tercera edad, al comienzo de la Rambla, con el olor salado, marino, en las fosas nasales, recuerda un cuerpo muerto en esta misma Rambla, que entonces era una desolación de tierra, un solar lleno de coches polvorientos.

 

Ahora ya no hay más muerte (no al menos tan visible) y todo esta limpio y es alegre. Hace viento; sin embargo.

 

Enfila la Rambla, parsimonioso. Entra en un colmado y compra hielos y vermú. Frente a él, varias sombrillas salen volando; ninguna le alcanza. Esto le pone contento.

 

Llama al timbre: soy Pepe. Le abren.

 

Comienza a subir las escaleras, como quien se adentrara confiado en el solaz de un mar en calma.

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