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Mientras tantoUn dominicano para gobernar Newyópolis.

Un dominicano para gobernar Newyópolis.


 

 

Alguna vez Newyópolis será gobernada por los dominicanos.

 

Antes de las elecciones del año 2008, a propósito de un candidato que aspiraba a convertirse en el primer presidente de descendencia africana; escuché decir a un comentarista cubano: «el primer presidente latino de los Estados Unidos ya tiene que haber nacido». Tal vez tenga razón. Sin embargo, de lo que no me cabe duda es de que antes que Estados Unidos sea gobernada por hispanos, Nueva York será dirigida por uno de ellos. Me arriesgo incluso a adivinar su origen: vendrá del Caribe, tal vez de la primera isla que avistara Colón al acercarse a los parajes americanos, tal vez de algún pueblo o ciudad de la República Dominicana.

 

¿Las evidencias? Cuatro veces a la semana tengo que caminar desde el tren hacia la universidad donde enseño y paso frente a un par de escuelas primarias y secundarias. La presencia dominicana es absoluta. Las voces de los estudiantes que atiborran las veredas y los trenes tienen el ritmo inconfundible de ese país, la música de su acento, las variedades deliciosas de un idioma adaptado para lidiar con los excesos tropicales. Las aulas de Lehman College también están llenas de sus voces y de su educado carisma, que le imprimen a nuestra experiencia en el salón de clases una filosofía del mundo donde hay cabida para el trabajo, para la familia y para los amigos.

 

Mi experiencia con las multitudes dominicanas se repite una vez a la semana cuando tomo un tren subterráneo hacia Penn Station: me provoca una sensación casi vertiginosa escuchar las voces en español que parecieran haber sido secuestradas por esta ciudad para alegrar el frío de sus espacios públicos con el calor de sus historias. Y en esas salidas y entradas de las escuelas, en esas veredas del Bronx, de Inwood o de Washington Heights todos hablan su español. De esos colegios y universidades hay un pequeño paso a las corporaciones y las instituciones públicas.

 

Y es justo. Hace un par de años un artículo publicado en The New Yorker me recordaba que el primer neoyorquino fue un dominicano: Jan Rodrigues–el hijo de un portugués y de una africana, nacido en Santo Domingo–fue abandonado por el barco holandés en el que viajaba, en el año 1613. No hay certeza histórica acerca de la razón de su abandono, pero ese hecho lo convirtió en el primer ser humano no aborigen que vivió aquí sin el apoyo de un barco. Un Robinson dominicano, el primer tíguere de Nueva York.

 

Los dominicanos llegan con la ventaja de que el camino hacia los cargos públicos ya ha sido despejado por esa otra vibrante comunidad hispana que le puso salsa a la ciudá de la furia: los boricuas. En la Corte Suprema de este país ya dicta sentencia una hija de puertorriqueños graduada de Lehman College. El presidente del Bronx también es un neuyorricano: Rubén Díaz Jr. ¿Entoces por qué el alcalde de esta ciudad no puede ser un boricua? No lo sé. Mi predicción está basada en un pálpito. El instinto me dice que será un dominicano. Tal vez ni siquiera será un hombre sino una mujer, pues las dominicanas se gradúan a un paso más rápido que sus compañeros hombres.

 

Algunos de ellos habrán salido de su país en yolas –embarcaciones improvisadas– sorteando las reglas de inmigración y los tiburones que los separaban de Puerto Rico y su destino en Estados Unidos; pero todos han llegado a ser parte importante del orgullo neoyorquino. Por donde pasan y se les escucha parece que nos dejaran un poco de calor, que conquistaran al frío.

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