Hace dos años hice un experimento con mi amigo Dan Kaplan, un músico neoyorquino del que ya he hablado en este blog. Dan había leído algunos de mis poemas y me propuso musicarlos, pero de una forma distinta a la que se solía hacer al combinar música y poesía. Dan no quería crear una pieza propia a partir de los poemas, ni tampoco improvisar un contrapunto musical como hicieron los saxofonistas Al Cohn y Zoot Sims con los haikus de Jack Kerouac en “Blues and haikus” (1959), sino unir palabra y música de la forma más natural posible. No se trataba de musicar ni de adaptar ni de interpretar, sino de fundir. Dan quería encontrar la música de fondo de cada poema, como si pudiera atrapar el sonido del viento entre los árboles de un parque, ese viento que está ahí incluso en una tórrida mañana de agosto, cuando nadie es capaz de notar su presencia. Y eso es lo que intentamos, encontrar el sonido natural de esos poemas, su música de fondo, una música que pudiera acompañarlos, pero no subrayarlos ni explicarlos ni interpretarlos. El viento entre los juncos, como diría Yeats.
Dan Kaplan y yo nos pasamos dos semanas haciendo pruebas en su estudio de grabación. Dan tenía la música grabada en su ordenador, y luego cogía la guitarra e iba tocando unos cuantos acordes que añadía a la música que ya tenía compuesta. Creo que pocas veces he aprendido tantas cosas como en aquellas mañanas que me pasé en el estudio. Dan me hacía repetir el poema, leyéndolo más despacio o con las pausas necesarias para que la voz se integrara con naturalidad en la música de fondo. Recuerdo que yo tenía un nódulo en la garganta y que mi voz salía a veces demasiado ronca. “Respira, respira”, me decía Dan a través de los auriculares cuando mi voz se volvía demasiado grave o rasposa, y yo respiraba mientras leía de nuevo los poemas, a veces rezando para que todo saliera bien.
Poco a poco llegamos a grabar una docena de poemas. Una tarde montamos una representación en la Casa de la Provincia de Sevilla, y algunos meses después la repetimos en el “IES Albero” de Alcalá de Guadaíra, pero eso fue todo. Nadie más se interesó por nuestro experimento.
El otro día me acordé de algunas de nuestras grabaciones. Y aquí traigo una, en formato MP3. Es el poema “EDSA, esquina Roxas Boulevard”, que escribí a partir de la escena que vi, la noche que llegué a Manila, en una esquina de dos de las grandes avenidas de la ciudad, la Epifanio de los Santos Avenue y Roxas Boulevard. Eso fue en octubre de 2005, después de salir de cenar de un tugurio donde dos tipos medio borrachos cantaban en el karaoke una versión en inglés de “Cuando calienta el sol”. Yo salía de aquel sitio e iba volviendo andando al hotel cuando vi esto. Si la poesía pudiera ser una instantánea tomada con un móvil, este poema sería lo más parecido que conozco a este procedimiento creativo, sólo que aquí Dan Kaplan le puso música de fondo.
Aquí lo dejo. “EDSA, esquina Roxas Boulevard”. Manila, una noche de 2005.