El valle tan querido es un santo lugar, un campo de batalla o un ferial de libre entrada que canta por alegrías: El verbo ser luce infinitos atributos mientras nada irreal o posible altere la voz indicativa que afirma y niega sin conceder el beneficio de la duda. Así pues, cada humano entendimiento remacha los límites de su mínima parte mientras el todo acechante guerrea desde dentro; no hay rincón diminuto donde no quiera el pájaro cabra hacer su nido. Buscando al portador de la palabra, desplegada su mirada de largo alcance, la mano de Dios tropieza con un desfile de gigantes y cabezudos empeñados en medir el largo por ancho del mundo. Muy entendida en el sistema métrico, ya la mano de Dios encabezaba la expedición, cuando recordó su cita con los juegos piromusicales que pronto aturdirían el valle tan querido con su estruendosa luminaria.