Una vez más acabo detenida en la letra C de la Biblioteca. Me gusta pensar que Carver, Capote, Cheever, todos ellos me esperan desde su estante, como el hallazgo inesperado de la primera vez, del mismo modo que la bibliotecaria del Sueño Eterno, aguarda tras su mostrador a un Bogart de gabardina arrugada que huye de la lluvia.
Pero no siempre es así. Indecisa como soy, a veces me hago de rogar en mi búsqueda, alargo el momento del encuentro, y avanzo despacio por los pasillos callados con el descuido de un amante ocasional. Modiano, Moravia, Murakami; los autores de la sección M de la Biblioteca, me miran de reojo mientras paso de largo con lascivia casi. Parecen adivinar desde su retiro solitario, que las estanterías donde los libros se acumulan en perfecto orden, despiertan mis fantasías de escritora en ciernes.
Doblo el pasillo. Le Carré, Lispector, Loriga… acelero el paso en una suerte de orgasmo literario que me hace sentir como si también yo fuera un personaje de Chandler, abandonada a ese desvarío de bibliotecaria de novela negra, deslenguada y seductora, imbuida por el espíritu de los miles de libros que revolotean a mí alrededor.
Tal es mi obsesión por convertir en propios estos momentos de felicidad efímera entre libros y más libros, que no me doy cuenta que los protagonistas de estas fantasías eróticas por muy literarias que sean, no son como esos personajes novelescos, que una vez creados, andan a sus anchas por todo el relato imponiendo al autor sus propias personalidades de ficción. Que la realidad es otra, no tan elaborada como estas fantasías de andar por casa, una realidad que se escribe en renglones que se tuercen como se termina torciendo todo y en la que desvestir la imaginación para convertirla por un momento en la protagonista de esas escenas tórridas de tu cabeza, además de un lujo, es lo más parecido al mejor de los despropósitos.
Alguien un poco cabrón me dijo una vez, que las bibliotecarias, las que se pasean irreductibles por la realidad de sus vidas, en nada se parecen a la Dorothy Malone de las películas en blanco y negro. No llevan medias de seda y no saben de otras pajas, que las de los vasos de horchata que saborean al salir de sus empolvados archivos y recobrar la luz. Unas vidas las suyas en la que ni siquiera un Bogart de lengua afilada las esperan a la salida como en la novela de Chandler. Han de conformarse con deambular por los pasillos y si acaso fantasear mientras colocan los libros de sus autores preferidos en los estantes polvorientos, quien sabe si con la ilusión de encontrarse con la sorpresa de Carver, Capote y Cheever como yo ahora.
Y verdad o mentira, más mentira que verdad, desinhibida de prejuicios, y con la cabeza a cien por hora, las miro rodeadas de libros antes de enfilar la salida, y mientras la vida discurre con calma, me acuerdo de la gabardina arrugada de Bogart, de la lluvia, de mi apagada vida y dios, no podéis imaginar cuanto las envidio.
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Fotografía: Fotograma de la película “El sueño eterno”