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ArpaUn huerto extremeño en el Sahara

Un huerto extremeño en el Sahara

“Si vives en Dajla, eres doblemente refugiado”, afirma Mohamed sin separar la vista de la carretera, aludiendo a la distancia que separa Dajla de los otros campamentos.

 

El más alejado de los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf es quizás el más conocido, gracias al Fisahara, el Festival de Cine del Sahara que, durante varios días, convierte esta zona desierto en una enorme sala de proyección al aire libre. 

 

Una pequeña isla verde de doce hectáreas, se divisa a lo lejos entre el mar de arena que la rodea. Se trata del huerto Extremadura de Dajla, una iniciativa que surgió de La Asociación Extremeña de Amigos del Pueblo Saharaui y que es financiada por la Junta de Extremadura. 

 

Al frente, Jalil Mahmud Lehebib, de 39 años, agrónomo forestal y, como muchos otros saharauis, formado en Cuba. Hombre tranquilo de grandes manos curtidas por el trabajo y el sol, escarda la tierra y arranca malas hierbas. Tras doce años de formación, a su regreso comenzó a trabajar en el Ministerio de Agricultura hasta que se hizo cargo del huerto.

 

Actualmente hay 23 personas trabajando en él, 17 de ellas mujeres. Tomate, zanahoria, remolacha o nabo son algunas de las hortalizas que cultivan. Las semillas eran extremeñas, pero tras varias generaciones brotando y creciendo en el desierto  se han adaptado mejor “y ahora son saharauis”, bromea Jalil mientras arranca un manojo de zanahorias. Tras diez años de trabajo se pueden observar las mejoras.

 

Al solitario invernadero del inicio le acompañan ahora otros ocho. El éxito del huerto ha hecho que los organizadores y los trabajadores se vuelquen en formar a particulares para impulsar la creación de huertos familiares. Tres veces al mes talleres para enseñar a sembrar, cultivar y cuidar las hortalizas.

 

Aunque los refugiados dependen casi por completo de la ayuda internacional, los frutos de este huerto dan para abastecer al hospital y a ancianos sin familia ni recursos. 

 

Cincuenta grados

 

Durante julio y agosto, las temperaturas pueden superar los cincuenta grados.

 

Uno de los problemas a los que se enfrenta el huerto no es la falta de agua, como cualquiera podría imaginar al verse rodeado por semejante desierto. Bajo tierra, hay enormes cantidades, pero con un gran porcentaje de sal. Como prueba, el riego por goteo instalado por los ingenieros extremeños deja unas huellas blancas a su alrededor en la tierra. La gran cantidad de sodio acabó también con las antiguas cañerías, que han sido sustituidas por otras de PVC.

 

El viento es otro de los grandes problemas. La fuerza del siroco puede llegar a acabar con la cosecha. Por ello, varias plantaciones de cañas dividen todo el terreno sembrado, aislándolo y haciendo de barrera, aminorando de manera notable las rachas de viento y protegiendo así todo el cultivo.

 

A todo esto hay que sumarle la omnipresente crisis, y aquí se nota especialmente. El Gobierno  de Mariano Rajoy ha aprobado para este año un recorte de 1.400 millones de euros en cooperación, 600 de ellos en ayuda al desarrollo, por lo que proyectos como éste peligran.

 

A pesar de ello, Jalil se muestra optimista. Asegura que el trabajo más difícil ya está hecho. Pero hay que darle continuidad. De momento, el sueldo de los trabajadores del huerto, unos 50 euros mensuales, está asegurado por este año.

 

Este verano los trabajadores del huerto se dedicaron a proteger con plantaciones de caña toda la siembra. Son los meses más duros en la hamada argelina, el desierto de los desiertos, con temperaturas que pueden superar los 50 grados centígrados. Son meses donde el único trabajo consiste en ponerse a salvo de los rayos del sol y donde el desierto se muestra implacable.

 

Para el futuro más lejano, Jalil atesora en una bolsa las semillas que algún día espera plantar en un Sahara Occidental libre de la ocupación marroquí.

 

Y mientras ese día llega, continúan esperando sembrando y esperando.

 

 

 

Javi Julio es fotoperiodista

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