La historia con Dawes empezó en Madrid a principios de 2012. Los descubrí gracias a Fernando, por aquel entonces un joven periodista de El País que dirigía un blog de música norteamericana. Invité a Fernando a cenar al Colegio Mayor Chaminade, donde existe una larga tradición de tertulias y cenas con personalidades de distintos ámbitos. En aquella cena Fernando habló de una banda de California que venía a tocar a la Sala Sol y que no nos podíamos perder. Fui al concierto con varios amigos que a partir de ese día se convirtieron en acompañantes habituales en multitud de citas musicales.
El telonero fue Robert Ellis, ante quien caeríamos rendidos años después con el lanzamiento de The Lights from the Chemical Plants. En la última canción de Ellis aparecieron en escena los integrantes de Dawes para interpretar Rider in the Rain, de Randy Newman. El concierto empezó con Fire Away y consistió en una sucesión de canciones maravillosas, casi todas incluidas en el disco que presentaban aquella noche, Nothing Is Wrong. Recuerdo con especial cariño Time Spent in Los Angeles, Million Dollar Bill y A Little Bit of Everything, tres de las canciones que más he escuchado durante los últimos siete años. Aquella fue la primera de muchas noches en la que cantamos el estribillo de When My Time Comes como si no hubiera mañana.
Tuve que esperar más de dos años para volver a encontrarme con Dawes en directo. Fue en junio de 2014 en el First Avenue, la mítica sala de conciertos de Minneapolis que vio crecer a bandas como The Jayhwaks, The Hold Steady o The Replacements. Hacía unos días había cumplido 21 años y por fin podía acceder a conciertos en Estados Unidos sin que me dibujaran sobre la mano una equis gigante para evitar que comprase alcohol. Fui con Camila, una amiga boliviana de la universidad a la que no he vuelto a ver desde entonces. Ese día Dawes eran los teloneros de Conor Oberst, otro de mis músicos predilectos. Conor presentaba Upside Down Mountain, un disco muy bonito que escuchaba muchos durante esos meses (sobre todo la primera canción, Time Forgot).
Fue la primera vez que escuché Somewhere Along The Way. En cuanto terminó el primer estribillo y volvió a empezar la estrofa (“She was my lullaby personified, my vision in the mist”) se había convertido en mi canción favorita de la banda. La letra describe una relación que se va resquebrajando pero termina con un halo de optimismo. Unos años más tarde volví a escucharla en un teatro de Staten Island en una de las mejores interpretaciones que recuerdo. Después del concierto volvimos a Manhattan en barco y compramos nuestras galletas favoritas en el deli de debajo de casa.
El lunes pasado tocaron en Londres, a cinco minutos andando de casa. Quedamos a tomar una cerveza en el Myddleton Arms, mi pub favorito del barrio. Les dije a mis amigos que para mí poder ir con ellos a ver a Dawes un lunes cualquiera era un pequeño éxito en la vida. Volvieron a sonar Somewhere Along the Way y A Little Bit of Everything pero también That Western Skyline, una canción sobre un hombre que viaja a Alabama por la mujer de la que se ha enamorado pero pronto decide volverse a California. En la última canción, All Your Favorite Bands, no pude evitar pensar en aquellas personas que conocí en sitios lejanos y se fueron seguramente para siempre, no sin antes desearme que ojalá mis bandas favoritas permanezcan unidas siempre.