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Un malestar innominado

 

Ojos que son oídos que son labios.

En el horizonte ladran con insistencia perros equivocados.

Jenaro Talens

 

 

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Los cuentos de Marta Orriols son muy aristotélicos; tanto en el sentido del cambio de la peripecia como en la cuestión del reconocimiento. Pero no es eso (o no solo).

 

Ya que no es exactamente un paso de la ignorancia al conocimiento, sino de la sospecha y el temor hacia la constatación [pero no en la forma de una aceptación resignada, sino considerando el hecho acaecido en tanto que modo para la comunicación, para un cierto tipo de comunicación resignada, eso sí, pacificadora]. Y el azar de las manifestaciones se acepta, en tanto que algo susceptible de cambio (futuro).

 

La clave: una presunción que no muda a certeza, pero sí a verdad. A hecho irrefutable. Pero que no tiene que ver (o no solo) con el carácter, sino con las circunstancias. O por mejor decir, con el contexto.

 

Lo que no hay es hamartía, porque tampoco hay virtudes morales.

 

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Diríamos que estos 19 cuentos contenidos en Anatomia de les distàncies curtes (Edicions del Periscopi, 2016) se basan más en la asunción de las debilidades humanas. Y son cotidianos (o su entorno así lo parece) y manejan el doble plano de la simbología (sillas, arañas, moluscos, piscinas, los tendederos, etc).

 

Se trata de, como su propio título indica, cuentos físicos. En los que ya no importa el deseo, los sueños, la identidad, la complicidad, el futuro.

 

Son cuentos de puro presente en los que importa solo el cuerpo. Las necesidades de los cuerpos. La cercanía. Y en todos ellos la (leve) explosión sucede justo en ese momento en el que los cuerpos se juntan o se separan, se repelen o se atraen.

 

[Aunque cuidado: no se trata de una exploración pornográfica, sino que se muestra con la mayor de las elegancias]

 

No hay -en los cuentos- amor, pasión o afán sino un mero (re)conocimiento superficial; lo cual no implica que se trate de algo nimio o baladí, para nada, pues es más bien ese choque atávico (de la pulsión ancestral) lo que provoca los cambios en la peripecia de los textos y que van en dos direcciones: o de la nada al abatimiento o de la comprensión al vacío.

 

Jenn Díaz lo expresa en el prólogo de idéntica manera, al vincular los cuentos de Marta Orriols a la narrativa de Carson McCullers, diciendo que todos los cuentos exploran esa sensación de no acabar de formar parte de un nosotros.

 

Y no se piense que son cuentos solo de parejas. No. Ese vínculo puede referirse tanto al grupo familiar, a la pertenencia (o no) a un determinado grupo social, al reconocimiento laboral, a dos amigos, al ligamen que mantiene unidos o separa a dos hermanos (o hermanas), a las ataduras de la paternidad, etc.

 

Lo expresa muy bien la narradora del relato “Sota el plàstic protector”, al decir que “Tinc la teoria que quan dues persones ja s´han escurat l´àmbit cognitiu la cosa va de caiguda, no hi ha res a fer. Kaputt”.

 

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Se diría que todos estos cuentos, de una forma u otra, evidencian maneras de caer en el abismo, de sufrir esa fatalidad que es el hecho de estar rodeados de gente pero, sin embargo, de sentir(nos) completamente solos.

 

Son cuentos artistotélicos porque en ellos mandan las acciones de los cuerpos y no los caracteres (las personalidades de los personajes); o sí, pero las esencias están indisolublemente unidas a la materia. Y son aristotélicos porque en todos los cuentos la potencia se transforma en acto por acción de unas ciertas causas.

 

Y son aristotélicos, además, porque las acciones de los personajes son las más apropiadas a la naturaleza de cada ser, el acto más conforme con su esencia; en ese sentido, manifiestan una verosimilitud empírica, cotidiana, por ponerlo en la terminología de Todorov.

 

Pero son algo más, son cuentos contemporáneos porque en todos ellos asoma subrepticiamente el temor de un anhelo que no se sabe exactamente cuál es.

 

Una sombra que no se deja apresar. Un fantasma incognoscible.

 

En definitiva: una insatisfacción.

 

Un malestar innominado.

 

Algo que los personajes de Marta Orriols buscan denodadamente, pero sin ser capaces de darle un nombre real, auténtico. 

He aquí su tragedia, que no es precisamente de raigambre aristotélica.

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