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Mientras tantoUn masculino perfecto

Un masculino perfecto


 

Un ejemplo perfecto  de la utilidad del masculino genérico es esta frase encontrada en una reseña de El Cultural de ABC del 6 de mayo de 2017: “Qué raro encontrarse con un traductor que posee verdadera sensibilidad para las palabras”. Está en la crítica de Andrés Ibáñez al libro Una temporada en Tinker Creek, de Anne Dillard . El “traductor” es Teresa Lanero Ladrón de Guevara. ¿Debería haber escrito “la traductora”?.

 

La tendencia de moda sería, por ejemplo, seguir las normas del Observatorio de Publicidad no Sexista de la Consellería de Igualdad y Políticas Inclusivas de la Comunidad Valenciana, que propone no  “utilizar un lenguaje en el que las mujeres no aparecen explicitadas y quedan ocultas por el masculino genérico”. Ahora bien, si en este caso no se utilizara el masculino genérico, lo que haríamos es quitarle méritos a la traductora: “Qué raro encontrarse con una traductora que posee verdadera sensibilidad para las palabras”. ¡Un desastre! (suena como: qué raro encontrar una mujer que traduzca tan bien…) Pero resulta que el masculino genérico, tan denostado, resulta perfecto –en la lengua que tenemos- para trasmitir la idea del autor: Teresa Lanero es una rareza entre los traductores (ellos y ellas) por su excelencia.

 

Me ha encantado encontrar el origen de la palabra “calderilla” en un libro, O siñor Afranio. El autor es Antón Alonso Ríos, diputado gallego agrarista por el Frente Popular y miembro del consistorio de Tuy cuando estalló  el 18 de julio. Como a ese concello se le ocurrió (además de bombardear Vigo con panfletos) resistirse al Movimiento junto con unos cuantos paisanos armados con escopetas de caza, diez carabineros y otros tantos marineros (duraron una semana), Alonso Ríos tuvo que salir por pies para salvar la vida, y durante tres años vagó por montes y aldeas disfrazado de mendigo y haciendo de criado hasta que consiguió pasar a Portugal, llegar a Buenos Aires y retomar allí su vida anterior a la guerra. Afranio do Amaral es el nombre que adopta y el libro relata su odisea. Pues resulta que entre sus antepasados había labradores, comerciantes y también caldereros, que al parecer “no era un oficio malo del todo”. Siempre tenían la posibilidad de trocear en “calderilla” los viejos calderos de cobre que recibían a cambio de los nuevos. Y es lo que hicieron muchos en momentos de escasez de moneda: “fabricar esas piezas recortadas de un valor equivalente a cuatro u ocho maravedís, con las que se podía comprar una vela de sebo o media libra de pan”.

 

Cosas graciosas, o penosas, recogidas por ahí. “Los peatones han alarmado varias veces al ayuntamiento sobre el peligro de ese paso de cebra”; dicho por un periodista que tiene la obligación, por su oficio, de conocer la existencia y el significado del verbo “alertar”. Esta otra parece más bien sacada de la colección de chistes lingüísticos de la película Airbag: “Se habla de una manera inmune”. Esta vez no es un chiste, sino algo dicho en la radio con toda seriedad. Cosa distinta es esta otra, me parece: “La reunión estaba agendada desde antes”, que leí en la web de PRnoticias. Porque aunque se pueda decir prevista, fijada, seguramente es lógica la tendencia a hacer verbos de los sustantivos, importada del inglés, y no ofende al gusto, es una opción más.

 

Veo a veces un programa en La 2 sobre extranjeros instalados en España, generalmente en pueblos. Esta vez era Moratalla (lo busqué en la Wiki, pero no quiero avergonzar a nadie que lea esto). El caso es que el broche final del capítulo era un muchachote jovial, con coro detrás, que cantaba esta copla: “¡Moratalla la bravía/la de cuarenta tabernas/y ninguna librería!”. Me viene a la cabeza una frase de la lectura del Quijote que se me quedó en la memoria el 23 de abril en el Círculo de Bellas Artes de Madrid: “…pues que decir gracias no es para todos”, que casa muy bien con el estado de ánimo en que me dejó la copla. Que no se corra la voz, por favor…

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