Los tesoros marinos de Colombia suelen pasar desapercibidos, ya que el país es más conocido por sus montañas y los coloridos pueblos que salpican su región cafetera. Pero justo debajo de las olas, un vibrante mundo submarino con más de mil kilómetros cuadrados de arrecifes de coral espera a quienes se sumerjan.
Sin embargo, esta maravilla marina corre peligro. Científicos, expertos locales, activistas apasionados y habitantes de la isla dan la voz de alarma sobre el deterioro de uno de los ecosistemas más ricos del mar Caribe, mientras trabajan juntos para restaurarlo.
¡Preparen las máquinas!
Son las nueve de la mañana de un lunes en la isla de San Martín de Pajares, situada en un Área Marina Protegida en la que se pueden observar arrecifes de coral a muy poca profundidad y en aguas cristalinas, y a un tranquilo viaje en lancha de 45 minutos desde Cartagena, la ciudad más visitada del Caribe colombiano.
La bióloga marina Elvira Alvarado trabaja a contrarreloj ya que los recursos son limitados. Tiene ocho días para plantar 13.500 fragmentos de coral y está enseñando a un grupo de jóvenes voluntarios cómo hacerlo.
«Vamos a empezar con tres mesas, a preparar las máquinas de microfragmentación y a utilizar primero pedazos de coral muertos para practicar».
La experta explica: «Tomamos un centímetro de piezas de coral y las cortamos en cinco. Luego pegamos los pedazos sobre un fragmento de cemento en forma de pirámide, como una ‘galleta’. Empezarán a crecer y luego se fusionarán. En un año, tendremos una colonia entera que podremos trasplantar a un arrecife para restaurar el ecosistema».
A través de su ONG, Ecomares, la bióloga y sus compañeros llevan décadas estudiando y restaurando los arrecifes de coral, y ahora se han unido a una iniciativa nacional: «Un millón de corales por Colombia«.
Lanzada el año pasado por el gobierno colombiano como parte de los compromisos adquiridos en el marco del Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas, el proyecto pretende cultivar un millón de fragmentos de coral y restaurar 200 hectáreas de arrecifes para 2023, el mayor esfuerzo de este tipo en el continente americano.
Las zonas objeto de restauración abarcan las regiones marinas protegidas del Atlántico y el Pacífico del país, y principalmente la Reserva de la Biosfera de la UNESCO Seaflower (EN), un archipiélago oceánico con bancos de coral, pequeñas islas e islotes que forman parte de los atolones (arrecifes en forma de anillo), que son sistemas poco frecuentes en esta parte del mundo. De hecho, casi el 80% de los arrecifes de coral de la región del Caribe se han perdido en los últimos años, asolados por el desarrollo costero, la sobrepesca, el cambio climático y la contaminación.
El proyecto también abarca el Parque Nacional Corales del Rosario y San Bernardo —que alberga el arrecife coralino más extenso, diverso y desarrollado de la costa caribeña continental colombiana— lugar que Elvira visita desde que era estudiante, hace unos 40 años.
«Fui a estudiar con mi profesor de invertebrados, y qué hermoso era este lugar. Era perfecto. Tenía todas las especies [vivas] como tenían que estar. Pero en menos de cuatro años, después de graduarme, presencié el daño y el deterioro del ecosistema. Vi la casi extinción de dos especies de corales y del erizo negro», recuerda con tristeza.
La bióloga fue testigo de la extinción masiva de los corales cuerno de ciervo y cuerno de alce de la familia Acropora del Caribe en la década de 1980, debido a un brote de enfermedad, y acelerada por los huracanes, la depredación, el aumento de la temperatura debido al cambio climático y la sedimentación causada por la contaminación, entre otros efectos.
Los acropóridos crecen como ramas a un ritmo relativamente rápido, e históricamente formaban grandes estructuras arrecifales y proporcionaban hábitat a peces e invertebrados. En la actualidad, la mayoría de estos arrecifes se han reducido a campos de escombros estériles, un estado antinatural entre los ecosistemas del Caribe.
Alvarado ha convertido en objetivo de su vida el restaurar la belleza que una vez conoció, estudiando la reproducción de estos corales, así como de otras especies que viven en los arrecifes colombianos —que ahora también se encuentran en mayor peligro debido a la aceleración del cambio climático en todo el mundo— y experimentando con formas para repoblarlos.
«Es como en el bosque. Si cortamos los árboles, por cada árbol que cortamos deberíamos plantar dos. La restauración debe ser para todos los ecosistemas. La Tierra no llegó a ser lo que es solo por casualidad, sino por la selección natural. La selección natural nos dice que estas especies de corales deberían estar aquí, así que eso es lo que estamos haciendo. Por cada coral que muere, tenemos que restaurar e intentar producir más individuos genéticamente diferentes que puedan sobrevivir a enfermedades o eventos de blanqueo en el futuro», detalla.
Creación de un vivero de coral bebé
En una pequeña embarcación capitaneada por Yeison González —un isleño que ha vivido del mar desde que nació— llegó nuestro equipo de Noticias ONU, dispuesto a participar del primer día del «maratón» de plantación de corales de Elvira, justo antes del Día de los Océanos.
«El mar nos lo da todo, pero también puede llevárselo todo si no lo cuidamos. Mira, a esa casa se le llevó la marea», nos dice Yeison González mientras llegamos a las Islas del Rosario, justo antes de atracar en Oceanario, un centro de conservación y educación de la vida marina dentro del Parque Nacional que presta espacio, alojamiento y equipamiento a los biólogos.
El equipo de Alvarado se instala en uno de los muelles bajo dos lonas. Mientras caminamos por allí, vemos algunos de los animales que el Oceanario –que es a su vez centro de investigación científica– intenta proteger educando a los visitantes sobre su estado; entre otros, tortugas marinas, tiburones y el todopoderoso «Mero Guasa» o pez Goliat Grouper, que actualmente está en gran peligro de extinción (catalogado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza como «en peligro crítico»).
Buzos, estudiantes y otros voluntarios se reúnen para escuchar las instrucciones de Alvarado. El primer paso es instalar lo que llaman «camas» en el lugar de restauración elegido, Isla Tesoro, a pocos kilómetros de donde nos encontramos.
«Estamos construyendo unas estructuras de acero que tendrán una malla en la parte superior con en forma de cama. Deben estar un metro por encima del sustrato [el fondo marino] para que los microfragmentos no sean asfixiados por el sedimento», dice, mientras un buzo dibuja un esquema de lo que harán en breve a seis metros de profundidad.