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Mientras tantoUn muchacho que llora

Un muchacho que llora

El dueño pálido de la tabaquería   el blog de Ernesto Pérez Zúñiga

Me encuentro en la calle a un hombre que llora. Es un hombre porque tiene 30 años pero parece un muchacho corpulento con un gorro de lana negro. 

 

Usa perilla. La perfiló por la mañana, cuando no sabía que iba a tener esa oscuridad inundada dentro de los ojos.

 

Lo conozco. Lo abrazo. Le pregunto.

 

Él viene caminando, me dice, entre escaparates con grandes pantallas de plasma que proyectan las peores noticias bursátiles que ha recibido España en los últimos años.

 

Entre quioscos de periódicos que simulan no ser dinosaurios de papel.

 

Los dinosaurios son hermosos, me dice; los políticos, insectos.

 

Viene caminando entre peatones cabizbajos y otros estresados que aceleran el paso con la mano en el estómago.

 

Viene tragando el humo de la ciudad de Madrid, que supera y no anuncia los niveles permitidos de contaminación.

 

Muchos vamos a morir de cáncer, me dice.

 

Viene a punto de ser atropellado por varios ciclistas que usurpan la acera porque no tienen carril bici.

 

Viene después de haber sufrido un desmayo por estrangulación, por la espalda, y luego desvalijado en plena calle.

 

Acaba de ver a un policía blanco que ponía la planta de sus botas sobre la cara de un mantero negro, tumbado boca abajo sobre la acera, cazado, y con las manos esposadas en la espalda.

 

Pero no llora por nada de eso, asegura. Todo eso le importa un carajo.

 

Le han llamado para decirle que nunca más, que nada más, que se acabó el tiempo.

 

La he perdido, repite, y no puedo dejar de caminar. 


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