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Mientras tantoUn número equivocado

Un número equivocado

Si no fuese tan puta   el blog de Manuel Jabois

Churchill dijo una vez que la democracia era el régimen en el que si alguien te llamaba a las seis de la mañana sabías que era el lechero. En mi casa, si suena el teléfono a esas horas sabemos que alguien quiere coger un autobús. No es lo mismo que la democracia, que siempre tiene más nombre, pero reconforta. Como nuestro teléfono es fijo, y el número lo sabe gente muy contada, la primera vez que sonó dije: “Menudas horas para morir”. Descolgué ya un poco histérico, y una mujer me preguntó si era aquello la estación de autobuses.

 

-Espere unos años -pensé mirándome en el espejo.

 

Las llamadas se sucedieron a lo largo de los días. Nuestro teléfono es casi idéntico al de la estación; un Siemens corriente. Y el número también debe de ser muy similar, por lo que veo. Un día le dije a mi chica que mejor eso que parecerse al de una funeraria, o una casa de putas, o la Policía Nacional. En cualquier caso yo nunca perdí las formas. Siempre contesté muy educadamente que aquello no era la estación, sino un piso lleno de gente paciente y cortés, formada en colegios públicos. Pero una mañana, un poco cansado, fui directamente al salón a coger el periódico.

 

-Dígame, a ver.

 

-¿La estación?

 

-Claro, dígame.

 

Me pidieron el primer autobús que salía de Pontevedra para O Grove. Dí el horario. “Muchas gracias”, me dijeron. Lo he seguido haciendo durante días, y puede que mi número haya corrido de voz en voz superando en éxito al de la estación. Algunas rutas ya las digo sin consultar, de memoria, mientras cocino o recojo la casa. Ayer me llamó un hombre desesperado porque tenía cita con el médico y se había quedado dormido. “Ningún autobús lo dejará a la hora en Pontevedra”, le comuniqué trazando en el aire los horarios, “pero si me da sus señas exactas puedo acercarme a su pueblo y traerlo yo mismo en mi coche”.

 

Me presenté allí sobrepasado. El hombre se sentó atrás con una carpetita azul y le dije:

 

-Le advierto que yo no soy uno de ésos a los que si llaman a casa pensando que es la estación de autobuses dan los horarios igual porque no tienen nada mejor que hacer en la vida.

 

Asintió -le eché un ojo por el retrovisor, ceñudo-, y sólo después de hacerlo, arranqué.

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