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Un oasis en Las Batuecas. Pequeño diario (5)

La fotógrafa Renata Takkenberg con su hijo el carmelita Fray Frederik de María

Desierto de San José de Las Batuecas, 29 de diciembre de 2024

Aquí dan bien de comer. Cierto que la carne no abunda. Pocas veces, en trocitos pequeños, flota en las lentejas y otros guisos. Sirven buenos potajes con copiosa verdura y legumbres, ricas cremas, vistosas ensaladas con rojos tomates maduros, aceitunas lustrosas, tortillas de patata, huevos duros con rico pimentón, buen pescado a la plancha o relleno… Nada de frituras y dietas que se puedan tildar de grasientas. Platos que una buena cocinera elabora, salvo el día que libra, cocinando uno de los frailes, Frederik Takkenberg, un holandés que estuvo casado y tiene una hija; al separarse de su mujer se retiró a estos pagos. Es hijo de una prestigiosa fotógrafa, Renata Takkenberg, que vive en Toledo, en el Paseo de San Cristóbal, donde yo vivía, arriba de la Sinagoga del Tránsito. Ahora va a ser nombrada hija adoptiva de Toledo.

Un ejercicio que los huéspedes realizamos es agarrar una cesta y en la huerta recolectar caquis de unos árboles que dejan colgar los frutos rojos de sus ramas escuetas. Están muy blandos, son dulcísimos y dejan ese regusto áspero propio del caqui genuino. Para el desayuno hay una miel muy buena que les hace a los frailes un colmenero, muy conocido, de Las Mestas, en las Hurdes. Es de brezo y encina, tiene un color oscuro, es densa y no empalagosa.

En todas las comidas se reza, se agradece a la divinidad el alimento, salvo en el desayuno. Se puede leer la oración en un papel plastificado puesto en la mesa y se puede también improvisar. Las dos veces que me ha tocado a mí rezar he improvisado. En la primera oración, planteé que agradeciésemos a Dios no sólo el alimento, sino también la paz, argumentando que en la guerra resulta complicado comer. La segunda la hice más desenfadada. Pronuncié el dar las gracias por la alimentación y, asimismo, la admiración por ser Dios el creador de unas viandas tan ricas, de una materia prima tan excelente; sintiendo, y esto lo dije en broma, que Dios no sintiera apetito, como nosotros los humanos sí, con tanta adicción, sentimos. La concurrencia sonrió por lo bajini, pero no sé, realmente, cómo se lo tomaron exactamente las personas allí reunidas en torno al gran tablero.

Los frailes insisten en que cultivemos el silencio, incluso en la mesa. No se les hace demasiado caso. Pero esta vez se ha entrado en conflicto con un huésped francés, vecino de la zona de Lyon y que acude aquí con bastante frecuencia. Este francés es muy radical en cuanto al silencio; se mosquea si hablamos, y nos lo echa en cara. De todos los que ocupamos la hospedería (las, pues me quedado solo de hombres) yo juraría que soy el único escéptico. En la iglesia, todas estas mujeres se arrodillan y comulgan. Escribió Víctor Hugo, a propósito: «Que un escéptico se junte con un creyente es tan simple como la ley de los colores complementarios. Lo que nos falta nos atrae.»

Ernst Jünger

En las siestas duermo un poco, sueño un poco y sigo leyendo el quinto tomo, y último, de los diarios de Ernst Jünger con el título global de Pasados los setenta. En relación al rumor generado sobre la idónea forma de Estado en España, se podría tomar esta cita, que Jünger escribe y no recuerda de quién es: «La mejor monarquía es la que se asemeja a la república, y la mejor república la que se asemeja a la monarquía.» El propio Jünger añade esta opinión: «Puede trasladarse a otros ámbitos, en los que se traten forma y contenido. Por ejemplo la prosa: un relato fascina mucho más, cuanto más se aproxima al sueño y no menos un sueño con su brillo de realidad.» La siestecilla se prolonga porque en esta latitud, ya muy al oeste, estando muy cercana la raya fronteriza con Portugal, tarda más en atardecer. Los carmelitas de esta clausura rezan todos los días, en la misa, por sus colegas portugueses.

Si en estos monasterios a los que acudo se hiciese una manifestación ostentosa de la creencia, no vendría. Me gusta alojarme en estos lugares, en primer lugar porque son discretos y simplemente los siento como un hotel preferido: No hay televisión, no hay cafetería, no son centros turísticos, tienen gruesos muros aislantes del tráfico exterior, viviéndose al compás del silencio benefactor. Una compañera de la hospedería, atractiva rubia leonesa (yo soy medio leonés), me dice que es tal el estrés que sufre en la ciudad, ella que es directora de una residencia de mayores, con una madre moribunda ingresada en una de esas residencias, que se encamina hacia estos sitios para paralizar los nervios. Independientemente de su inclinación religiosa. En este sentido, el Desierto de San José, en el sobrecogedor valle de Las Batuecas, es un entorno especial, recogido en un punto del paisaje inaccesible para el común.

Voy a resumir, brevemente, mi opción religiosa: Yo creo que Dios puede existir, aunque viendo lo distanciado que está del género humano, se podría decir lo que expresaba Luis Buñuel en el sentido de que si Dios existe es como si no existiese. Ya en serio; en todo caso, de existir, Dios es un ser misterioso. Abomino de los dogmas y de las iglesias. Sí creo en un posible Dios Mutuo, que pueda estar dentro de uno para que ambos se amen. Los dos ganando con la unión: Dios deseoso de conocer la circunstancia del hombre en que ha entrado, y el hombre buscando el justo conocimiento que el dios que ha recibido posee. Quizá solamente fruto de la meditación, sin oraciones ni plegarias ni textos sagrados. Amor sin palabras. Yo creo que el posible Dios no sabe idiomas, y si los sabe, por ciencia infusa, no le interesan. La comunicación con Él ha de ser a través de sensaciones. En ese diálogo beneficioso, yo creo que sobra el pensamiento. Y no se olvide: las palabras son el emblema del pensar.

Éste es mi ideal. Soy radical rechazando los dogmas. El mejor cristiano, el católico más ortodoxo, puede legítimamente cuestionarlos si es preciso. Yo firmemente cuestiono el dogma de considerar a la madre de Cristo siempre virgen. Claro que el nacimiento de Jesús tuvo que ser, a la fuerza, milagroso, pues se necesitaba un semen divino para iniciar un embarazo extraordinario. Pero la verdad es que María tuvo después hijos, hermanos de Jesús, concebidos por ella y por José. Lo demuestra el versículo 1, 25 del evangelio de Mateo, al decir que después de nacer Jesús, José la conoció [a María]; y ese conocer es traducción del verbo griego gignosco, que significa «conocer sexualmente». Esto se lo comento a una chica de los que convivimos, y ella me responde: «Claro, eso lo saben ellos; pero se ven obligados a seguir una tradición.» Es posible que, estando tan cerca el paganismo, los primeros obispos quisieran convertir a María en una vestal. Y las vestales, forzosamente, tenían que ser vírgenes.

En cuanto a lo que he dicho de abominar de las iglesias, me permito ser condescendiente en algunos casos. Naturalmente, no me caen muy bien los cardenales vaticanistas; pero estos frailes con los que convivo y comparto, en estos días, su modo de vivir, son personas sencillas, laboriosas (al más viejo de ellos lo veo podando en la huerta), dedicadas honradamente a su creencia y al sincero desarrollo de su fe, sin ambiciones hipócritas ni descaros políticos.

 

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