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Un oficio literario

 

Hace una semana yo acabé aquí muy tarde de escribir sobre aquella experiencia mía en la televisión e hice lo que siempre antes de meterme en cama: encender un pitillo, escuchar una canción y pasearme desnudo por el baño como en una marcha militar, pasándome revista con el mismo celo desafiante que una folclórica. Esa madrugada, sin embargo, me miré al espejo, me alejé un poco y volví a acercarme, como cuando las sensaciones no son positivas. Y efectivamente: había algo si no desagradable en mí, sí desconocido. Lo curioso es que era algo esencialmente físico, y no acertaba a saber lo qué. Era yo, de eso no había duda (unos días antes me había despertado siendo Ray Loriga y aquello duró sólo unas horas, el tiempo que me llevó quitarme el primer tatuaje), pero esta vez era una versión mía diferente, algo afeada, un poco más baja, e incluso adiviné en mis movimientos una torpeza ligera, casi simpática. Yo llevaba tres semanas publicando en esta revista ciertos capítulos embarazosos que me tenían como protagonista, una suerte de diario del disparate en el que relataba unos pocos hechos de mi vida, concentrando los detalles en un personaje exagerado y escéptico al que no le sucedía nada extraordinario. No había escrito casi nunca sobre mí, y desde luego nunca había tenido el propósito de relatarme y enseñarme, así que en cierto modo yo era un personaje mío, y un personaje además del que reírse abiertamente. Ahora el espejo me devolvía exactamente como yo mismo me veía, como si al irme escribiendo fuera adaptando mi físico a ese ser desastrado e impúdico de camisa por fuera, un poco abrumado, que se pasea con los ojos revueltos temiendo desgracias. Yo ahora supongo que si me escribiese de otra forma y si los hechos los enfoco de una manera diferente, mi físico mutaría levemente, sin perder el código original, hasta el punto en que yo quisiera llevarlo, lo cual me llena de zozobra. Pero mi duda existencial, a estas horas, es saber quién fue el primero que escribió sobre mí y me configuró a través de su relato (para felicitarlo, más que nada, y agradecérselo sinceramente) y también saber si esto que yo hago vale con los otros, y buscarme así la vida como un cirujano plástico que extienda en el físico de la gente aquello que desea a través de la escritura más o menos interesada de su comportamiento. Un oficio literario, acaso el mayor que alguien haya emprendido nunca. Y a ver si mañana, con estas ambiciones, recupero los centímetros y el brillo, letal, de mi mirada.

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