Mientras aquí nos obsesionamos con la siempre mimada y mimosa clase media, en Estados Unidos la protagonista es la clase trabajadora, sus circunstancias, sus opiniones, sus sufrimientos y la orientación de su voto. Echando un vistazo a la prensa americana (o a la británica cuando habla de sus hermanos del otro lado del Atlántico), se encuentra fácilmente un buen puñado de artículos sobre ella. «La nueva lucha de clases en América», escribe Edward Luce en Financial Times; «Los millennials de Estados Unidos se sienten más de clase trabajadora que cualquier otra generación», podemos leer en The Guardian; «Los trabajadores de Carrier ven costes, no beneficios, del comercio mundial», cuenta Nelson D. Schwartz en The New York Times; «La solitaria pobreza de la clase trabajadora blanca de América» titula Victor Tan Chen en The Atlantic… Por no hablar del blog dedicado en exclusiva a estudios sobre la clase trabajadora en el que Sherry Linkon y John Russo, de la Universidad de Georgetown, acaban de escribir sobre la redefinición de esta clase social.
Empezando por estos últimos, comentan que la renovada atención por la clase trabajadora americana obedece al periodo electoral. Se quejan de lo que se le atribuye a esta clase social, como el racismo y la xenofobia, por lo que automáticamente se la cree votante de Donald Trump. ¿Es, pues, la clase trabajadora la culpable del ascenso de Donald Trump? Es el cliché que se ha construido: «‘La clase trabajadora’ (tal y como se la define) incluye sólo blancos enfadados, a los que los medios describen como parte de las bases de Trump, aunque constituya también buena parte de las de Bernie Sanders. Pero es que también engloba a millennials frustrados, más partidarios de apoyar a Bernie Sanders, así como afro-americanos, latinos y otras personas de color que probablemente apoyan a Hillary Clinton», comentan Linkon y Russo. Por lo tanto, afirman, si los políticos creen que la llave de las elecciones se encuentra en la clase trabajadora, deberían atenderla en toda su diversidad, lejos de clichés y prejuicios que se demuestran falsos a poco que se vaya un poco más allá de la superficie. Aunque sí es verdad que en las fábricas, que dentro de la tradicional clase obrera, hay sobre todo blancos, por lo que éstos son las víctimas más claras del proceso desindustrializador que ha sufrido Estados Unidos. Por eso puede tener sentido que se le preste una especial atención. Es su mundo el que más ha cambiado en los últimos años y se quiere medir cómo reacciona.
La clase trabajadora como típicamente se define, la formada por trabajadores de fábricas, mayoritariamente varones y sobre todo blancos, aparece reflejada en la historia de Carrier que cuenta The New York Times. Carrier es una empresa que fabrica hornos y equipos de calefacción. Ha decidido trasladar su fábrica desde Estados Unidos hasta México porque en este último país los trabajadores cobran 19 dólares al día, cuando algunos de los estadounidenses tienen salarios por encima de esa cifra a la hora (por contextualizar la cifra: se está librando una batalla sindical en Estados Unidos para lograr un salario mínimo de 15 dólares la hora). Inmediatamente, Donald Trump ha utilizado el caso para llenar de argumentos su campaña contra los tratados de libre comercio. Pero también Bernie Sanders se muestra contrario a este tipo de tratados. Y ambos, Trump y Sanders, han hecho que Hillary Clinton se distancie de esos acuerdos que ella misma respaldó. Quizás por primera vez en la historia de Estados Unidos, quizás por primera vez en la Historia con mayúsculas, los perdedores de la globalización han saltado al primer plano, porque por fin alguien les está escuchando, aunque desde ángulos, el de Trump y el de Sanders, completamente opuestos. Aunque… ¿Sanders y Trump están escuchando a la clase trabajadora, están poniendo el altavoz a lo que dicen los antiguos obreros de Michigan, o simplemente les proporcionan explicaciones a su situación?
En Michigan, estado quizás ya posindustrial, los votantes tanto demócratas como republicanos transmitieron su impresión de que el libre comercio destruye más puestos de trabajo que los que crea, de que a ellos les perjudican más de lo que les benefician. Y las cifras, más o menos, les dan la razón: desde el año 1990, la industria ha perdido un tercio de los trabajadores y los salarios se han mantenido prácticamente sin variaciones.
A la vista de los resultados de Trump y de Sanders en las primarias republicanas y demócratas, parece que el primero está siendo más convincente que el segundo. Un dato que aporta Luce en Financial Times: «En el súpermartes’, los condados con las más altas tasas de mortalidad blancas (sobredosis, suicidios u otros síntomas de ruptura social) votaron con fuerza a Trump. La correlación fue casi exacta, de acuerdo con un estudio de Wonkblog».
Pero la clase trabajadora, como apuntaban los expertos de la Universidad de Georgetown, no está sólo formada por los obreros blancos de cuello azul. La diversidad es importante. Y la mancha de aceite de quien se considera clase trabajadora se va extendiendo. Luce cita en su artículo a la casa de encuestas Gallup, de acuerdo con la que en el año 2000 sólo un 33% de los estadounidenses se consideraban a sí mismos como clase trabajadora. En el año 2015, ese porcentaje había alcanzado el 48%. Y dice Luce: «En algunos aspectos estas cifras son más reveladoras que las estadísticas sobre los ingresos medios o la desigualdad de ingresos. Muestran un sentimiento de expulsión de los beneficios del crecimiento».
En este contexto, con esta interpretación (identificación con la clase trabajadora y sentimiento de expulsión), resulta especialmente preocupante que, de acuerdo con un reciente estudio elaborado por The Guardian e Ipsos Mori, sólo un tercio de los adultos de entre 18 y 35 años se identifican con la clase media, mientras que un 56,5% se autoubican en la clase trabajadora, un 8% en la clase baja y un 1% en la clase alta. En el año 2002, un 45,6% de los jóvenes de entre 18 y 34 años se consideraban clase media: en los tres últimos lustros, se ha evaporado una quinta parte de los jóvenes que se pensaban miembros de este estrato social. ¿Qué ha pasado?, ¿ha sido una toma de conciencia de su verdadero estatus?, ¿su antigua pertenencia a la clase media era una mera ilusión o sus condiciones de vida y expectativas se han deteriorado tanto que la bajada de escalón social ha sido tan real como el de su vida misma?, ¿es el síntoma más palpable del proceso de movilidad social descendente en el que se encuentran gran parte de las sociedades occidentales?
La clase social se define económicamente, pero no sólo: la sociedad americana también nos demostró que la clase social se construye culturalmente. Y quizás la deteriorada situación económica de los escalones más bajos de la pirámide social ha dejado de soportar una quizás ilusoria y superficial participación en la cultura de clase media.
En todo caso, esta evolución supone un reto político importantísimo: ¿Quién se va a adueñar de las inquietudes de la creciente clase trabajadora americana?, ¿quién se va a erigir en su portavoz?, ¿con qué ideas se van a identificar?, ¿cuál va a pasar a ser su imaginario? Quizás eso tan importante es lo que se dirimirá en las elecciones presidenciales de este año. O no. Posiblemente haya más oportunidades de definir esta creciente clase social si no se cierra la brecha de la desigualdad, si los de abajo no se recolocan un poco más arriba, si los desclasados van creciendo más y más en número y la conciencia se va alimentando con argumentos.
Pero ahí está la gran incógnita: quién construirá los argumentos y la conciencia. Un dato solamente: en 1982, el 56,2% de la generación del «baby boom» se consideraba clase trabajadora. Ronald Reagan entonces estaba en su segundo año de mandato. Le quedaban otros seis años más al mando de la primera potencia mundial. De acuerdo con el estudio de The Guardian, los millennials de hoy son más pobres que los jóvenes de principios de los años ochenta. Y tener estudios universitarios, haber podido acceder, pese a todo, a la educación superior no es garantía de nada si se ha nacido en una familia pobre, como muestra una historia publicada por The Washington Post:
Otros indicadores, y no sólo económicos, están viendo deteriorarse para las nuevas clases trabajadoras en Estados Unidos y tienen que ver con la soledad y el aislamiento, que describe The Atlantic en su historia.
Para acabar, John Lennon:
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