Home Mientras tanto Un pecho tatuado de vello

Un pecho tatuado de vello

 

Entre Nochevieja y la de Reyes, muchos varones se auto regalan un depilado integral. Año nuevo: cuerpo de estreno. Cierto es que la metamorfosis, nada más ni nada menos que del propio cuerpo, atrae con el magnetismo sexual del precipicio. Que el adulto de cuerpo velludo pueda, de golpe, recuperar su cuerpo de chaval de 13 años, antes de que aquella piel de post-niño se convirtiera en un prado de hierbas negras, castañas, rubias, o pelirrojas, según los casos, resulta todo un arte de birlibirloque. Como varitas mágicas en forma de tijera, tijerilla, maquina de barbear, maquinillas, cera virgen o cremas depilatorias, el sentimiento de poder que se experimenta al utilizar contra uno mismo semejantes armas, resulta altamente excitante.

 

“- Así era yo antes de que me brotaran los vellos en el cuerpo. Qué curioso. Me había olvidado de ese cuerpo de niño lampiño, que de golpe se hizo grande. Pero si en realidad soy otra persona, o al menos poseo otro cuerpo que el de hace un par de horas. ¿Qué pensará mi amante, que duerme entre las sábanas, cuando vea y sienta penetrar en su lecho, a un tipo diferente al esperado? Cuerpo y vida sexual renovada. Esto de depilarse es todo un invento; además me siento mucho más joven;” piensa el depilado en pleno éxtasis de regocijo, al ver sobre un espejo el resultado de su laborioso trabajo .

 

Aunque esta moda provenga de antiguo, la culpa de la crisis actual del vello la tuvo David Beckham. Ese hábito suyo de imponer moda, y convertirse en icono masculino del cambio de milenio, produjo una caída voluntaria de vello viril, que probablemente debió ser histórica en los anales de la masculinidad. A su manera, la mayoría de futbolistas del mundo (incluidos los peludos machos ibéricos), comenzaron a emular su desproporcionada gesta depilatoria. El metrosexual arruinó el histórico prestigio velloso del varón carpetovetónico.

 

Tras ellos, se extendió la moda entre la nueva muchachada, más cercana –por edad- a su cuerpo infantil, que a su hombría recién estrenada. Gracias a esta euforia depilatoria, pudieron seguir sintiéndose con cuerpos de niños, despidiéndose del trauma de convertirse en medio monos u osos a medias, contra voluntad propia.

 

Visual y eróticamente, la globalización del cuerpo viril depilado ha sido todo un desastre. Sonríe Faba ante los hombres que se depilan para lucir mejor un tatuaje. La aplastante homogenización de cuerpos de hombre más o menos bien formados (o cultivados por las artes de la cirugía o la más voluntariosa de los gimnasios), produce el desastroso efecto de parecer estar viendo siempre el mismo cuerpo, aunque se miren cientos de ellos.

 

Los que se tatúan buscan en el motivo elegido una seña de identidad corporal propia; justo la que probablemente tenían antes de depilarse su propio vello. Porque igual que el perfume huele distinto en cada cuerpo al que se aplica, el vello masculino se reparte caprichosamente sobre la superficie curvada de los viriles miembros, hasta configurar un paisaje capilar secreto, diferente en cada hombre.

 

Un cuerpo masculino con el vello afeitado es como un huevo sin sal, que se ha quedado solo y desnudo en la noche boreal del océano Ártico. Un cuerpo sin su cavalleria rusticana vellosa es un cuerpo sin música, un mar sin agua, un manantial que no brota. Y conste que Faba reconoce hasta la saciedad (¡qué van a él, a contarle!) el alto voltaje erótico que pueden llegar a alcanzar ciertos cuerpos viriles nacidos lampiños, y que gozan de una fibrosidad de gacelo deseable.

 

El morbo del desnudo masculino se basa en conocer a un hombre por dentro, descubriendo su cuerpo completo sin el tapujo de las ropas. Lo que más deslumbra es la originalidad de su vello. “Donde hay pelo hay alegría”, dice el dicho popular. El pelo implica juventud, poder, salud y belleza. Tengo vello, luego existo. Aún no estoy muerto, ni tan envejecido; conservo el cabello.

 

El vello hace diferentes entre sí a los hombres velludos. Hay vellos de pecho alto que se desarrollan bajo los omóplatos, como pájaros con las alas abiertas, que dejan sombras sobre el pecho de sus amos. Hay vellos remolino en torno a las tetillas y los pectorales. Vellos cueva de algas en la orilla marina de los sobacos. También existen vellos de ombligo despeinados, y vellos hilera de hormiguillas, que parten en dos el vientre, camino de la espesura de la ingle, selva mayor de esta región llamada Cuerpo de Hombre. Hay vellos de antebrazo, que son como sombras de espiguillas tiernas de abril y mayo; protectores y confortables. Hay atolones y precipicios de vello en el triángulo de las Bermudas del hombre, con rizos como la soja, o caracolillos de espuma de las olas más negras.

 

Nuestro vello certifica la sagrada diferencia, como un DNI genético, como un nombre y unos apellidos. Además se trata de uno de nuestros secretos, que podemos desvelar a nuestro antojo, como un capital reservado de misterio.

 

No tardará mucho en nacer -si no ha nacido ya- el vello tatuado. Cuando regrese la moda de lucir pelambrera (en lugar de las metrosexuales androginias actuales), los depilados irreversibles por láser terminarán tatuándose la imagen de su propio vello original, como si pudieran recuperar con ello el tesoro de su cuerpo y su diferencia perdida de antaño.

Salir de la versión móvil