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Un perro rabioso de depresión

El libro de un frustrado, rencoroso, enrabiado escritor que no alcanzó el éxito al que aspiraba desde siempre y que, mala suerte, nunca llegó.

Libro misógino (se refiere a la madre de su hija en muy lamentables términos que no voy a repetir aquí por elemental decoro), sembrado no tanto de su experiencia personal como un paciente afectado de depresión, al grado tal que uno llegar a dudar de su diagnosis, sino de una avalancha de información, que no de cultura, muy rastreable en Wikipedia. Quizás Guillermo Sheridan podría desnudarlo; yo no tengo tiempo que gastar en eso.

La única rabia perruna que reconozco en este panfleto, además las frases hechas, el triste lirismo tan distante al lenguaje clínico de William Styron, los lugares comunes acerca de la depresión, la lectura muy tardía de Dante para el gran escritor que se pretende este autor, proviene más bien de mi recuerdo cuando, en el año 2004, lo invité, junto con Cristina Rivera Garza y Mario Bellatin, a participar en un programa literario conjunto con el muy prestigiado y activo Instituto Cervantes en la ciudad de Chicago. Por la parte española, asistían Antonio Muñoz Molina, entonces director del Cervantes en Nueva York, así como los escritores Luisa Castro y Benjamín Prado.

La sala del Cervantes, ubicada en un altísimo piso del rascacielos John Hancock, se llenó a tope, algo no muy común en esos años en que los escritores de habla hispana/española todavía no recibían la atención que ahora tienen.

Cada quien hizo su trabajo, las colaboraciones fueron en general interesantes, informadas y hasta entretenidas. Mario Bellatin, un artista siempre parado en la cuerda floja de la heterodoxia y la multidisciplinariedad, se llevó las palmas.

Por el contrario, el perro rabioso, Mauricio Montiel Figueiras, se dedicó a atormentar y dormir al centenar de asistentes con la solemne lectura de un mamotreto en el que se enganchaba a muerte con Jorge Volpi y los demás miembros del entonces movimiento literario llamado «el Crack». Corría la tediosa lectura de folios y más folios, sin siquiera elaborar en un análisis crítico, pura y llana bravuconería. El perro rabioso destilaba bilis y, la que yo supongo una envidia encubierta por haberse quedado rezagado, eran esos años, frente a los escritores reunidos en torno al tal «Crack».

Acabado el suplicio al que nos sometió el perro rabioso, nos fuimos a cenar el director del Instituto Cervantes en Chicago, un simpático y empático catedrático en licencia de su plaza de Estado en España, Muñoz Molina, acompañado de su mujer, Elvira Lindo y uno de sus hijos, así como el resto de las delegaciones española y mexicana, con excepción de Mauricio Montiel, de quien supuse, ante el fracaso de su presentación en Chicago, se habría ocultado por ahí a rumiar su rabia en uno de los miles de  recovecos otoñales de la principal ciudad del MidWest americano, muestra clara de sus problemas y complejos para relacionarse con gente ante la cual se intimidaba.

A diferencia de Cristina Rivera Garza y Mario Bellatin, con quienes me sigue uniendo la amistad, no recuerdo haberle extendido la cortesía de llevarlo al aeropuerto O’Hare, desde el cual viajaría, a cuenta no suya sino de los patrocinadores del encuentro en Chicago, a la la ciudad de San Francisco.

Pero esa es agua pasada.

En este libro que ahora presenta, recurre al ensayo clásico, sí, pero más sobado, del escritor William Styron. Prescinde, presumo que por ignorancia, de autores fundamentales que han abordado el tema de la depresión desde la aparición del libro de Styron, publicado en 1989, en absoluto desconocimiento de los importantes avances en el tratamiento de la depresión gracias a la interacción clínica de la psiquiatría, la psicología y la neurología. El ejemplo más obvio: como no está en la Wikipedia, el perro rabioso no tiene la mínima idea del importante trabajo de la Doctora y profesora de psiquiatría en Johns Hopkins, Kay Redfield Jamison, cuyas investigaciones en torno a la relación entre padecimientos depresivos y creación, fueron incluso publicadas por el Fondo de Cultura Económica.

Es decir, se trata de un libro publicado en 2020 pero más bien atorado en 1989, año de la publicación del libro de Styron, a quien ni siquiera somete a un examen detallado. Eso por no remontarse a 1472, cuando apareció La divina comedia del Dante, y que el perro rabioso leyó, o dijo leer, presumiblemente cercano a la cincuentena y lograr los hallazgos básicos de un colegial, pues su lectura de Dante, si es que en verdad la hizo, no tiene asideros críticos en otros autores, desde Borges, Ángel Crespo o Erich Auerbach.

Se trata de un hombre cegado por la rabia, las viejas querellas, el afán de apropiarse de broncas ajenas, las maldades que le hicieron el mundo todo y su maléfica ex mujer.

Evidentemente, Borges no es. Pero si un autor atrapado en sus rencores, en sus fobias, en sus frustraciones, en la pobreza de una escritura manufacturada, sí, manufacturada, a partir de frases hechas, líricas y cursis, de esa naturaleza intuitiva, cero informada y razonada, que con justo tino autores de mayor talla le achacan. No diré quiénes porque la rabia es peligrosa.

La rabia, según el vademécum, no es lo mismo que la depresión, y la depresión, según Cioran, no es lo mismo que la tristeza de un hombre triste.

 

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