Entre los individuos que una noche de la “desescalada” pude recibir en casa atendiendo a la norma orientada a la eufemística “nueva normalidad”, tangencialmente se encontraba un chico joven que no tardó en declarar que era aficionado a la ouija, pretendiendo que iniciásemos una sesión de espiritismo.
Yo lo impedí; y narré la breve experiencia que tuve con el asunto hace ya muchos años. Aún vivía en Toledo. Un amiguete de entonces, llamémosle Paco Poncho, nos inició a unos cuantos en el juego de la ouija. Siempre empezaba invocando a Adonis.
Desde el comienzo yo vi claro que el vasito, boca abajo, no era impulsado solamente por los deditos de los que participábamos, sino que lo empujaba una fuerza ajena que se deslizaba autónoma y ágilmente por el tablero.
Las noches se alargaban en las que, muy entretenidos, mucho tiempo empleábamos en esa misteriosa actividad. Se preguntaba y se volvía a preguntar continuamente a los presuntos entes. Hacían su presencia espíritus desconocidos y conocidos. Creímos hablar con Franco, José Antonio Primo de Rivera, autores del 27. Paco Poncho nos decía que podíamos comunicarnos también con vivos, vivos dormidos; intentándolo, sin diáfanos resultados, con Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, que entonces aún no habían fallecido. Siempre, en el transcurso de las sesiones, mi hijo, aún niño, se despertaba inquieto y se acercaba, temeroso, al grupo.
En una ocasión contactamos con Pablo Neruda, y le pedimos un poema. Los demás me impusieron que yo no pusiese el dedo en el vaso, por eso de ser poeta, para no incurrir en ninguna trampa. El supuesto Neruda fue dictando su poema a través del rápido movimiento del vaso que iba a toda hostia. Y esto fue lo que salió, con título y todo, POEMA PARA UN HOMBRE SOLO:
El amor está en tu alcoba
La felicidad a tu derecha
Los demonios caminan
El hombre calla impotente
Los enemigos te acechan
Pero enmudecen al canto
De tu nombre.
Hasta, adosando un bolígrafo con una goma al vaso, Neruda firmó, con unos trazos verdaderos, este coherente texto cargado de una auténtica fábula poética.
No estuve mucho tiempo enganchado a la ouija, pues empecé pronto a considerar que era un juego nocivo. Thomas Mann lo comenta, breve y cabalmente, en La Montaña Mágica, afirmando que es «un fenómeno de una naturaleza tan compleja que casi se diría turbia, una extraña amalgama de elementos conscientes, semi conscientes y totalmente inconscientes, del impulso intencionado de algunos -reconocido o no- y el acuerdo secreto entre determinados niveles oscuros de la conciencia colectiva, de una cooperación subterránea por parte de todos en aras de unos resultados aparentemente ajenos en los cuales entrarían en juego, con mayor o menor peso, los poderes ocultos de cada cual.»