Simone Weil
Un cuento y dos poemas del libro
En el corazón repentino
Los duendes del fuego
El baile era un no parar. Los duendes saltaban en su feliz zarabanda cada vez más alto, siempre más alto. Sus vestidos luminosos se rozaban, rojos, amarillos, naranja dorado, y proyectaban a su alrededor destellos fantásticos, Bailaban los duendes de las llamas sobre leños crepitantes y madera partida, bailaban ebrios, brincando y entrechocando unos con otros.
El feliz pueblo de los Flogos bailaba y no dejaba de bailar, guiado por el más grande de todos, el emperador, el Megistos. Saltaban mientras lo seguían y a veces se detenían para besarse sus pies abrasados.
El pueblo de las almas inocentes, las almas de los niños que aún no han nacido, bailaba y no dejaba de bailar; mientras esperaban su turno para ser humanos, los duendes se perseguían sobre los leños crepitantes.
De pronto, un gran resplandor se elevó y todos echaron fulgurosas chispas: por encima del fuego flamante, una llama altiva había alzado su cabeza. Y en medio de aquel crepitar se oyeron estas palabras: «Faidros Megistos estin», «Fedro es el Megistos».
Y la cabeza ardiente de Fedro se iluminó de orgullo, mientras todos los demás, pequeños y mayores, le besaban humildemente los pies y le preguntaban: «¿Qué capricho tienes?».
Dio él entonces la mano a su hermosa novia, Crisé, la del vestido de oro, y bailó una orchesis, la danza preferida de los Flogos, de la que tan solo se distinguían unas llamaradas azules, rojas o doradas que el ojo no podía seguir y en la que todo se mezclaba en un polvo refulgente.
Repentinamente, todo se volvió oscuro y una voz sollozante exclamó crepitando: «¡Fedro, el Megistos, ya no está! ¡Fedro, el Megistos, ha muerto!».
La danza cesó, apenas si hubo algunos brincos aislados; todos dejaron allí sus brillantes colores y se vistieron ropas de duelo, que eran de un azul pálido. Lloraban en silencio con lágrimas de oro.
Al cabo de un tiempo, todos, salvo Crisé, volvieron a bailar, dirigidos por el duende Céfalo.
Pero había momentos en que, en medio de las risas sonoras, se oían llantos desesperados.
De improviso, centenares de chispazos sangrientos se abatieron sobre los danzantes, arrojados con tal fuerza que se vieron obligados a postrarse. Todos se quedaron lívidos de miedo. De pronto, detrás de uno de los leños, se vio aparecer la cabeza del duende Cleto, que portaba el talismán de Fedro. Pues como bien sabéis, queridos niños, todo Flogo lleva debajo de su ropa el talismán que le da su altura, su color y su belleza; robarlo está penalizado con la muerte.
«¿Ha robado el cadáver?», gritó horrorizada Crisé avanzando hacia el leño. Pero las chispas la obligaron a retroceder.
Entonces todos, demudados, oyeron el fragor de una encarnecida lucha. Y súbitamente se alzó una sombra de azul claro a la vez que todos, cerrando los ojos, exclamaban: «¡El fantasma de Fedro!». Cuando los volvieron a abrir, la aparición se había esfumado.
En torno a ellos, todo estaba sumido en la oscuridad. Solo las cenizas aún eran brasas.
Las chispas no tardaron en apagarse y los Flogos gritaron: «;Milagro!», porque Fedro había regresado más brillante que nunca.
Hémera, en efecto, lo había aturdido, pero no matado, y se había apoderado de su talismán. Cuando recobró el sentido, ambos lucharon; por unos instantes, Fedro, despojado de sus ropas, hubo de huir hacia el baile, pero enseguida se lanzó contra Hémera y la degolló.
Fedro se echó en brazos de su hermosa novia, la del vestido de oro (lo cual equivale a una boda entre los duendes) y bailaron una orchesis endiablada, que giraba más rápida que el viento, echaba chispas por todas partes y en la que no se les podía distinguir, de tanto como relucían, envueltos en una polvareda dorada.
Les lutins du feu
Le bal allait, allait. Les lutins sautaient leur joyeuse sarabande, plus haut, toujours plus haut. Les robes de lumière se frôlaient, rouges, jaunes, orange doré, projetant tout autour des lueurs fantastiques. Ils dansaient, les lutins de flamme, sur les bûches craquantes et le bois fendu, ils dansaient avec ivresse, bondissant et s’entrechoquant.
Il dansait, il dansait toujours, le peuple joyeux des « Phlogos », conduit par le plus grand, l’empereur, le « Mégistos ». Ils sautaient en le suivant, s’arrêtant parfois pour baiser ses pieds brûlants.
Il dansait, il dansait toujours, le peuple des âmes candides, des ames des enfants qui ne sont pas encore nés; attendant leur tour détre des hommes, les lutins se poursuivaient sur les bûches crépitantes.
Tout à coup, une grande lueur s’éleva, et tous jetèrent de brûlantes étincelles: au-dessus du feu flambant, une flamme avait élevé sa tête altière. Et, dans les crépitements, on entendit ces mots: «Phaidros Mégistos estin.» «Phaidros est Mégistos.»
Et la tête brillante de Phaidros s’illumina de fierté, tandis que tous, petits et grands, lui baisaient humblement les pieds, lui demandant: «Quel est ton bon plaisir ?»
Il donna alors la main à sa belle fiancée, Chrysé à la robe dor, et dansa une «orchèsis», la danse la plus exquise des Phlogos, où l’on ne distinguait que des tourbillons de flammes bleues, rouges ou dorées, où l’œil ne pouvait les suivre, où tous se confondaient dans une poussière enflammée.
Tout à coup, tout devint obscur, et une voix sanglotante cria en crépitant: «Phaidros Mégistos n’est plus! Phaidros Mégistos est mort!»
La danse cessa, il n’y eut plus que des sautillements saccadés; tous laissèrent là leurs couleurs brillantes et revêtirent leurs robes de deuil, d’un bleu livide. Ils pleuraient silencieusement des larmes d’or.
Après quelque temps, tous recommencèrent à danser, sauf Chrysè, ayant à leur tête le lutin Képhalè.
Mais par instants, au milieu des éclats de rire, des sanglots désespérés se faisaient entendre.
Soudain, des centaines d’étincelles sanglantes s’abattirent sur les danseurs, lancées avec une telle force qu’elles les obligèrent à se prosterner. Tous devinrent livides de peur. Quand tout d’un coup, on vit derrière une bûche la tête du lutin Klétès, qui portait le talisman de Phaidros. Car vous savez bien, mes enfants, que tout Phlogos porte sous sa robe le talisman qui lui donne sa hauteur, sa couleur, sa beauté, et que le vol en est puni de mort.
«A-t-il volé le cadavre?» s’écria avec horreur Chrysè en s’avançant vers la bûche. Mais les étincelles l’obligèrent à reculer.
Et tous, blêmes, entendirent le bruit d’une lutte acharnée. Et tout à coup s’éleva une ombre d’un bleu livide, tandis que, fermant les yeux, tous s’écriaient: «Le fantôme de Phaidros !» Quand ils les rouvrirent, l’apparition avait disparu.
Tout, alentour, était plongé dans l’ombre. Seules, les cendres étaient rouges.
Bientôt, les étincelles cessèrent, et les Phlogos crièrent miracle: car Phaidros apparaissait, plus brillant que jamais.
Éméra, en effet, l’avait étourdi, mais non tué, et lui avait pris son talisman. Quand il reprit ses sens, ils se battirent; Phaidros, dépouillé de sa robe, dut fuir un instant vers le bal, mais bientôt se jeta sur Éméra, et l’égorgea.
Phaidros se jeta dans les bras de sa belle fiancée à la robe d’or (ce qui est le mariage des lutins) et ils dansèrent une « orchèsis » endiablée, allant plus vite que le vent, jetant des étincelles, où l’on ne pouvait les distinguer, où ils étincelaient, voilés par une poussière d’or.
La puerta
Abridnos, pues, la puerta y veremos los vergeles,
beberemos del agua fría en la que la luna dejó su huella,
La larga carretera quema, enemiga de los extranjeros.
Erramos sin saber y no encontramos ningún sitio.
Queremos ver las flores. Aquí la sed nos supera.
Anhelantes y doloridos, henos pues ante la puerta.
Si es preciso, romperemos esta puerta a golpes.
Apretamos y empujamos, pero la barrera es demasiado fuerte.
Es inútil que languidezcamos, esperemos y miremos.
Vemos la puerta; está cerrada, inamovible.
Fijamos en ella los ojos; lloramos bajo el tormento;
la vemos a diario; el peso del tiempo nos agobia.
La puerta está delante de nosotros; ¿de qué nos sirve querer?
Más vale irnos, abandonando toda esperanza.
Jamás entraremos. Cansados estamos de verla.
Y al abrirse, la puerta dejó pasar tanto silencio
que ni los vergeles ni ninguna flor aparecieron;
solo el espacio inmenso donde habitan el vacío y la luz
se materializó de repente por doquier, colmó el corazón,
y lavó los ojos casi cegados por el polvo.
La porte
Ouvrez-nous donc la porte et nous verrons les vergers,
Nous boirons leur eau froide où la lune a mis sa trace.
La longue route brûle ennemie aux étrangers.
Nous errons sans savoir et ne trouvons nulle place.
Nous voulons voir des fleurs. Ici la soif est sur nous.
Attendant et souffrant, nous voici devant la porte.
S’il le faut nous romprons cette porte avec nos coups.
Nous pressons et poussons, mais la barrière est trop forte.
Il faut languir, attendre et regarder vainement.
Nous regardons la porte ; elle est close, inébranlable.
Nous y fixons nos yeux ; nous pleurons sous le tourment ;
Nous la voyons toujours ; le poids du temps nous accable.
La porte est devant nous ; que nous sert-il de vouloir ?
Il vaut mieux s’en aller abandonnant l’espérance.
Nous n’entrerons jamais. Nous sommes las de la voir…
La porte en s’ouvrant laissa passer tant de silence
Que ni les vergers ne sont parus ni nulle fleur ;
Seul l’espace immense où sont le vide et la lumière
Fut soudain présent de part en part, combla le cœur,
Et lava les yeux presque aveugles sous la poussière.
Violetta *
Día que emerges tan bello, repentina sonrisa
cernida sobre mi ciudad, de mil canales,
¡qué dulzura proporcionas a todos
cuantos reciben tu paz al verte!
El sueño nunca me había saciado tanto
como esta noche en que mi corazón lo bebía.
Pero el día que ha llegado es para mí
más dulce que el propio sueño.
Así es cómo la esperada llamada del día
roza a la ciudad entre la piedra y el agua.
Un murmullo en el aire aún silente
surge por todas partes.
Ven, para tu felicidad, y mira, ciudad mía,
Esposa de los mares, mira cómo las olas,
las lejanas y las próximas, henchidas de gozosos sonidos,
bendicen tu despertar.
Sobre el mar la claridad se extiende poco a poco.
La fiesta no tardará en colmar nuestros deseos.
El mar en calma espera. ¡Qué bellos son en sus aguas
los rayos del sol cada día!
Violetta
Jour qui viens si beau, sourire suspendu
Soudain sur ma ville et ses mille canaux,
Combien aux humains qui reçoivent ta paix
Voir le jour est doux!
Le sommeil encore jamais n’avait comblé
Tant que cette nuit mon cœur qui le buvait.
Mais il est venu, le jour doux à mes yeux
Plus que le sommeil.
Voici que l’appel du jour tant attendu
Touche la cité parmi la pierre et l’eau.
Un frémissement dans l’air encore muet
A surgi partout.
Ton bonheur est là, viens et vois, ma cité.
Épouse des mers, vois bien loin, vois tout près
Tant de flots gonflés de murmures heureux
Bénir ton éveil.
Sur la mer s’étend lentement la clarté.
La fête bientôt va combler nos désirs.
La mer calme attend. Qu’ils sont beaux sur la mer,
Les rayons du jour!
* con estos versos –que, en realidad, son un canto en la voz de Violetta– finaliza la obra Venise sauvée, que Simone Weil comenzó a escribir en 1940, en la época en que se instauraba el régimen de Vichy. La pieza retrata un régimen político autoritario, el de España frente a la República de Venecia, que no es ajeno a la ocupación alemana de Francia y a la reacción del gobierno colaboracionista francés. La muerte prematura de la autora, en agosto de 1943, le impediría completar este proyecto, que apreciaba mucho, como lo demuestran las notas y borradores acumulados en sus Cuadernos y las cartas que dejó escritas al respecto.
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Simone Weil. Nacida en París en 1909, en el seno de una familia agnóstica de procedencia judía, asiste al liceo Henri IV donde tiene como profesor de filosofía a Alain. Tras pasar por la Escuela Normal Superior, enseñará filosofía en liceos femeninos de provincias, hasta que sus dolores de cabeza crónicos la obliguen a abandonar las tareas docentes.
Vinculada a grupos pacifistas y al sindicalismo revolucionario, a finales de 1934 deja por un tiempo la enseñanza para trabajar en distintas fábricas. Llevada por esta necesidad interior de exponerse a la realidad, asumirá a lo largo de su vida distintos trabajos manuales y participará brevemente en la guerra civil española, en la columna Durruti.
Entre 1935 y 1938 tienen lugar sus sucesivos encuentros con el cristianismo, que la hacen cruzar un umbral, aunque sin cambiar el sentido de su vocación. Con la ocupación alemana, abandona París acompañando a sus padres, primero con destino a Marsella y luego a Nueva York. En contra de su deseo de volver a Francia para participar en la Resistencia, es destinada a labores burocráticas por los servicios de la Francia Libre. Consumida por la pena y por una anorexia voluntaria, muere en 1943 en el sanatorio de Ashford, cerca de Londres.
Albert Camus, íntimo amigo de Weil, y su editor póstumo, la definió como «el único gran espíritu de nuestro tiempo».
Entre sus obras –todos ellas póstumas– publicados en español se encuentran:
· Pensamientos desordenados concernientes al amos de Dios (1995)
· Escritos de Londres y últimas cartas (2000)
· Cuadernos I, II y III (2001)
· El conocimiento sobrenatural (2003)
· Intuiciones precristianas (2004)
· La fuente griega (2005)
· Poemas seguido de Venecia salvada (2006)
· La gravedad y la gracia (4ª edición en 2007)
· Escritos históricos y políticos (2007)
· A la espera de Dios (5ª edición en 2009)
· Carta a un religioso (2ª edición en 2011)
· Echar raíces (2ª edición en 2014)
· La condición obrera (2014)
· Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social (2ª edición en 2018)
· Primeros escritos filosóficos (2018)
· La agonía de una civilización y otros escritos de Marsella (2022)
editados por Trotta.
y también:
· En el corazón repentino (2024), del que hemos seleccionado los textos para esta nueva entrega de «la nube habitada», y que ha sido editado por «Ya lo dijo Casimiro Parker», en edición bilingüe traducida por Adolfo García Ortega.
más información:
https://yalodijocasimiroparker.com/es/libros/libre-libros/en-el-corazon-repentino.html
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Adolfo García Ortega. (Valladolid, 1958). Vive en Madrid desde 1975, donde ha trabajó en diversos empleos, tales como fontanero, carpintero y empleado del servicio de Correos, a la vez que estudiaba las carreras de Filología Hispánica y Filología Francesa.
El conocimiento de la lengua francesa le permitió trabajar como traductor literario de este idioma, actividad que siempre ha compaginado con su labor como escritor. Durante los años 80 se dedicó fundamentalmente al periodismo cultural y a la crítica literaria, especialmente en los periódicos El País, La Vanguardia y Diario 16, y en numerosas revistas culturales.
Entre los años 1988 y 1995 fue asesor en el Ministerio de Cultura, formando parte del gabinete de los sucesivos ministros Javier Solana, Jorge Semprún y Jordi Solé Tura. De 1995 a 2000 fue editor en El País-Aguilar, de donde salió en el año 2000 para tomar las riendas de la editorial Seix Barral, de la que fue director hasta el año 2007. Desde entonces trabaja como Adjunto a la Dirección del Área Editorial del Grupo Planeta. Es firma habitual en algunos periódicos nacionales.
En su faceta de traductor del francés y del catalán, ha traducido a autores como Valery Larbaud, Roland Barthes, Blaise Cendrars, Isabelle Eberhardt, Denis Diderot, Colette, Claude Lanzmann, Raymond Queneau, Philippe Soupault, Laurent Binet, Jean-Luc Seigle, Jean-Paul Didierlaurent, Yasmina Reza, Alain Finkielkraut, Françoise Frenkel, Georges Perec, Nina Bouraoui, Laurent Seksik, Guliano da Empoli, Sorj Chalandon, Vladimir Pozner, Simone Weil; también a los poetas catalanes Álex Susanna y Miquel Martí i Pol.
Ha llevado a cabo una amplia selección de textos de Hannah Arendt, publicada con el título de El valor de pensar (Paidós, 2021).
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