“Todas las cosas parecen menciones de sí mismas
Y los nombres que brotan de ellas se ramifican en otros referentes”
John Ashbery
Ya dejamos aquí escrito sobre el anterior libro de poemas de Nacho Escuín, La mala raza (Bala perdida, 2019), que era “un conjunto de poemas que lidian con la Incomprensión de lo real, el juicio de lo real”. Y algo así se podría afirmar también de esta continuación en la obra del escritor turolense, ahora por la vía de la narrativa y que lleva por título Los papeles de Bruselas (Bala perdida, 2020). Pues, aunque en su forma superficial, toda la novela es un intento de su personaje principal por desaparecer, el mar de fondo se cifra en una interesante reflexión sobre uno mismo, sobre la (posible) recuperación de uno mismo, sobre la posibilidad, pues, de ser Real (sin ser en los otros).
Estructuralmente la obra tiene tres partes: un primer tramo, “Postales”, en el que está lo que uno quería escribir (y queda escrito), un segundo viaje o paseo por la afectación de esas misivas (virtuales) en la realidad de las otras personas, “Retratos”, y un tercer momento a modo de epílogo hegeliano, “Selfi”, donde ambas posibilidades de la realidad colapsan y provocan un movimiento de huida del narrador, hacia su propia libertad (narrativa).
Más que una novela especular (aunque, en cierta medida, la segunda parte es reverso de la primera), se trata de una novela boomerang, que vuelve sobre sí misma; va restallando sobre sus propios pliegues, dejándose mecer por la levedad fantasiosa de su trama. En el fondo, y tal como explica el narrador, todo tiene que ver no con lo que se hace sino con lo que parece que se está haciendo.
Así las cosas, el narrador va tanteando las posibilidades de otras vidas, creándose alter egos virtuales (que también tienen, empero, ambiciones narrativas) e interactuando con personas reales (o que, al menos, lo parecen). El paso final llega cuando las observa sin que estas sean conscientes de ello (pues no acaban nunca encontrándose), pero lo bueno del asunto es que estas otras personas sienten, creen o perciben la presencia del narrador (de cada uno de los alter egos del narrador) en una suerte de precognición que perfectamente podría ser ficticia, inventada por el escritor / poeta que nos guía, con su voz o sus otras voces, a través de toda la narración.
Por decirlo claro: toda la novela al completo podría ser una fabulación de quien escribe el texto, queriéndonos hacer creer que es una suerte de poeta / agregado cultural español que viaja a Bruselas para conectarse “con lo que se hacía en Europa y aquí intentaban soñar” y descubre toda una serie de secretos, documentados profusamente, de los que debe desembarazarse. El título del libro, Los papeles de Bruselas, haría referencia así a la documentación que el protagonista habría recopilado durante todos sus viajes a Bruselas y de la que habría de deshacerse para poder ser libre (informes que, habida cuenta de todo lo que hemos sabido últimamente sobre las orgías rivales, se nos antojan bastante jugosos).
Los papeles de Bruselas le sirve a Escuín para reflexionar sobre los efectos de la pandemia, los efectos digitales, en particular. Sobre la necesidad de volver “a la época de Gutenberg […] a lo tradicional, volver al papel para no dejar de sentirse uno mismo”. Pero también es una narración sobre las cosas que sabemos, que intuimos y que es mejor que sigan viviendo en una nebulosa (esto es, que queden en el territorio resbaladizo de la ficción), sin ser dichas.
Por ponerlo en otros términos: esta novela breve trata sobre la necesidad analógica de la ficción: una suerte de ficción que queda afuera de todo lo real inmediato, pero no es exactamente fantástica, a pesar de su gusto fabulador, metaliterario y carente de dilemas morales; de raigambre cunqueiriana, como bien ha señalado Enrique Villagrasa, aunque trae también algún juego flaubertiano. Por ello Los papeles de Bruselas es metáfora y pensamiento (que queda solo en el apunte al vuelo, empero). Y lo más interesante, ya se ha dicho, es su juego de reversos no exactamente confrontados, pero sí en litigio permanente (ese vértigo encadenado de ficciones). Cada uno de los textos del libro (estructurado en capítulos de unas pocas páginas) es un intento de realidad, son indagaciones problemáticas sobre la realidad, al modo del croquis, el esbozo o el grabado. Por ello, en última instancia, más que una novela con un personaje central que quiere desaparecer (aunque también) Los papeles de Bruselas es una novela sobre las intenciones y los deseos. Sobre ese gesto de felicidad ¿imposible? que es jugar a ser uno mismo, cuando uno se (auto)homenajea fugazmente para pronto caer en el olvido de sí.