Me pregunto cómo no van a seguir con lo suyo hombres como Mas y Homs después de su condena. A algunos les ponen fácil el negocio, o los paraísos. Está el paraíso catalán y también el paraíso de la estiba, que es uno que no conocíamos. No tanto al menos. Un destino caro y exclusivo y remoto. El obrero, yo mismo, sueña con la estiba como con Punta Cana: playas de arena blanca y palmeras. La estiba de Mas y Homs es menos física pero más lucrativa. Es espiritual, más bien. En torno a un tres por ciento del alma humana, algo prácticamente intangible. Por intangible es también por lo que permanece el afán inalterable, incluso creciente. Que Homs haya dicho que él va a continuar yendo al Congreso «hasta que lo echen» da una buena medida de esto. No por nada dijo en el tribunal que en su casa le enseñaron a que uno tenía que dejar que el otro acabara de hablar antes de empezar él, y que le gustaría que le trataran con respeto. Claro que luego le respondieron que aquello no era su casa sino el Tribunal Supremo. Yo les comprendo. Fuera de su casa se sienten tan desubicados que llaman la atención. A los estibadores les debe de pasar algo parecido: no deben de ser más que nadie fuera de su zona de confort, y eso es difícil de soportar cuando se lleva toda la vida siendo tan especial. Lo bueno, lo mejor, es que son irreductibles. Pero me pregunto, otra vez, cuánto de irreductibles son en realidad con una vida tan regalada en tantos aspectos. La existencia de Mas y de Homs, o la existencia de cualquier politico separatista, no transcurre en años sino en lo que va de una convocatoria de «desconexión» (es encantadora esta expresión) a otra. Un político separatista fija una fecha y a vivir mientras cultiva el jardín; y así ya han pasado lustros en los que han brotado, entre otras, los puigdemones y las romevas, unas flores hermosas, aunque nada hoy tan bonito y tan verdadero, que se lo pregunten al Gobierno, como un ramo de junqueras.
