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Un sueño


Ángel Crespo entre Joan Perucho, izquierda, y Amador Palacios, con abanico, y António Osório en las ruinas romanas de Valeria (Cuenca) en el verano de 1985.

Cuenca, 18 de agosto de 2023

Con Ángel Crespo mantuve una buena amistad. Lo conocí en los pasados años 80, en sus venidas a España desde Puerto Rico, donde era profesor. Era el momento en que fue dando a conocer al público español la obra de Pessoa. La primera traducción al castellano del Libro del desasosiego la hizo él, cosechando un gran éxito comercial. En ese tiempo también publicó la poesía completa de Petrarca en español, y su escrupulosa versión de la Comedia de Dante (en tercetos encadenados y rimados, como hizo el Alighieri, con profusión de notas identificativas de los personajes) seguía siendo la traducción canónica de la obra dantesca. A mi casa de Toledo vino muchas veces. También nos encontramos en Madrid y en Cuenca. Me hizo algunos buenos favores: publicó reseñas de algunos de mis libros, revisó alguna de mis traducciones, propició que la Fundación Calouste Gulbenkian de Lisboa me becara durante algunos años. Conservo, como un tesoro, una nutrida carpeta con muchas cartas suyas, manuscritas y maquinuscritas.

En unión de su segunda mujer, Pilar Gómez Bedate, ambos formaban una pareja intelectual perfecta. Si Ángel Crespo era un poeta, crítico de arte, ensayista y traductor muy acreditado (Dante, Pessoa, Petrarca, Guimarães Rosa, Casanova, Junichiro Tanizaqui, etc.), ella fue también excelente ensayista y, asimismo, sin par traductora. A su pericia se debe -literariamente hablando, pues también tradujo, del inglés, obras clave de la historia mundial de la lingúística- la versión de El Decamerón, de la poesía de Mallarmé y la Trilogía de Auchwitz de Primo Levi, que no la convirtió en mujer rica por culpa del contrato leonino que firmó con Muchnik Editores en 1988. Crespo y Gómez Bedate fueron profesores, pero Pilar más. Se jubiló como catedrática de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.

Como ahora tiene cierto uso acusar a los grandes artistas o escritores (Picasso, Neruda, Saint-Exupéry…) de maltrato a sus mujeres, yo voy a aportar mi granito de arena. Con su primera mujer, María Luisa Madrilley, Ángel Crespo se portó regular, aunque ella se vengó no devolviéndole sus valiosos archivos y viviendo durante sus últimos años en una amplia casona solariega, en Alcolea de Calatrava, mansión que era propiedad de la familia de Crespo, ya que su único hijo, Ángel, con el que el poeta no tuvo trato, la había heredado. Cuando se fue a Puerto Rico con Pilar Gómez Bedate (residiendo allí ocho años sin volver a España), ya que la Bedate obtuvo un destino en la Universidad de Mayagüez que le había buscado Dámaso Alonso, el poeta salió de su casa, dejando allí a su esposa y su hijo pequeño, como si fuera a comprar tabaco. Por otra parte, al demostrar tanta tirria hacia los Estados Unidos, desaconsejaba seriamente a su mujer que bebiera coca-cola. Y como Pilar era sumisa, procuraba cumplir el deseo de su marido. Y algo que sí le prohibía, implícita o explícitamente, es que Pilar Gómez Bedate escribiera sobre Claudio Rodríguez, excelso poeta, zamorano como Pilar, con el que Crespo estaba peleado. Ya Ángel Crespo fallecido, ella dedicó un trabajo a su paisano, el buen creador poético que fue Rodríguez.

En varios de mis sueños, acontecidos hace tiempo, resulta que Ángel Crespo revivía, convenciéndonos plenamente, a los que lo habíamos tratado, sus naturales explicaciones, justificaciones para aclarar el «milagroso» asunto. Nosotros, oníricamente, lo veíamos, lo tocábamos, era sólido, tomábamos café con él, hablaba y no mostraba una voz estentórea, sino su voz normal. Estaba redivivo, vivo pues, pero para la prensa, los medios (radio, televisión) y para las editoriales seguía muerto. Para el diario El País, o Diario 16, donde colaboraba, para las grandes editoriales donde publicaba: Seix Barral, Bruguera, Plaza & Janés. Ninguna otra lo editaba en esta nueva situación. Sólo los amigos le buscábamos alguna sala para que, en plan privado, sin publicidad, con poca o mucha gente, disertara sobre algún tema de su preferencia. En el sueño, si alguien, no muy enterado, se dirigía a él y le espetaba: «Anda, ¿tú no te habías muerto?», él se metía la mano en el bolsillo trasero del pantalón (nunca vaqueros, para Crespo asqueroso producto americano), del que extraía un garrote plegable, lo desplegaba y arreaba al susodicho un buen garrotazo. Él a veces se autodefinía, empleando una sana autocrítica, con el castizo vocablo manchego «borricáncano».

Bien. Anoche volví a soñar con el gran poeta manchego. Le conseguimos un salón no pequeño, donde el público lo conformábamos no menos de 50 personas, para que nos hablase de los heterónimos de Fernando Pessoa, una materia archiconocida para él. Empezó nombrando a Alberto Caeiro, maestro de todos ellos, incluso del propio poeta ortónimo, el propio Pessoa, de forma que el inventor de los heterónimos acabó siendo otro heterónimo. Primeras palabras de su discurso: “Cuando se trata de caracterizar a los personajes del drama heteronímico, es conveniente aclarar que los tres principales fueron creados en 1914: Caeiro y Campos, en el mes de marzo; Reis, en junio. Discípulo de Caeiro según propia confesión, el Pessoa heterónimo aparece también hacia esas fechas.” Siguió matizando: “Pessoa sostuvo siempre que sus heterónimos debían ser leídos como poetas independientes de él, si bien íntimamente relacionados entre sí, pues que tanto Reis como Campos ¡y el mismo Pessoa! eran discípulos de Alberto Caeiro.” En un momento dado, los asistentes, que llevábamos cada uno la primera o segunda edición de la magna antología poética pessoana El poeta es un fingidor, publicadas respectivamente por Espasa-Calpe y Cátedra y preparada por Ángel Crespo, nos dispusimos a golpear con el libro en cada mesa al ritmo de sus reveladoras palabras: “Los-biógrafos-y-demás-estudiosos-de-Pessoa-no-suelen-olvidar-su-declaración-de-que-,-desde-su-infancia-,-gustaba-el-poeta-de-rodearse-de-personajes-ficticios-de-su-invención-,-en-los-que-él-mismo-veía-el-origen-remoto-de-los-heterónimos.” A Crespo le hizo gracia este gesto del auditorio y, paulatinamente, fue acelerando el ritmo de sus palabras discursivas: “Convienereferirseaunacuestióníntimamenterelacionadacon su heteronimia:ladelneopaganismo,quemeatrevoaconsiderar,nosólocomoelfundamentoreligiosodelanuevapoesíaportuguesaporélpropugnada,sinocomolacreenciaeclécticadelQuintoImperio,esdecir,comoelmensajereligiosodelSupra-Camoens.” La secuencia de los golpes de nuestros libros en las mesas era desorbitada. La rapidísima dicción de Crespo y nuestras entusiastas respuestas con el libro en la mano, llegó a excitarnos tanto que con la diestra continuábamos golpeando y con la siniestra nos desabrochamos la bragueta, hombres y mujeres. Al unísono, la causalidad convocó una masturbación colectiva mientras el poeta ponía fin a su conferencia. Tras el instante en que se consumaron los raudos orgasmos, esta sesión se remató con el más caluroso aplauso.

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