En este país de parados y de pícaros hay dos cosas que están
aseguradas por la divina providencia para dar de comer al hambriento: la
Lotería Nacional y la Copa del Rey. En la primera, emerge la España profunda
que celebra con sidra El Gaitero la lluvia de millones que, de año en año, cae
en esos municipios a los que no le queda otra que apuntarse a un cementerio
nuclear o al Gordo. En la Copa, salen a flote casi siempre aficiones de rancio
abolengo provincial que no han conquistado un título en su vida y que salen así
unos días del anonimato plantando los pies en Madrid como un auto de fe propio
de talibanes. Recuerdo, sin ir más lejos, la primera del Deportivo de A Coruña
contra el Valencia con toda mi familia instalada en mi casa porque el partido
tuvo que aplazarse por un diluvio que cayó en pleno mes de junio, circunstancia
muy gallega, como luego se demostró en esos veinte minutos que valieron el
mítico gol de Alfredo Santaelena.
El Atlético de Madrid tiene el más impredecible
comportamiento del fútbol universal y su afición presume de ello. Muchas veces,
en este Madrid de nuestros pecados, me he preguntado por esa “fe colchonera”
tan enraizada en barrios, familias, casas nobles e incluso intelectuales; una
fe limítrofe con la taurina y que siempre huele a un reguero de sangre y arena.
Nunca he hallado respuesta en tan conmovedora militancia. El equipo suele ser
un desastre, pero incluso cuando pasó dos temporadas en Segunda División el
Calderón se llenaba para ver un partido contra el Racing de Ferrol. Ahora,
después de endosarle un rotundo cuatro a cero al Racing de Santander, la
parroquia rojiblanca sueña ya con otra ofrenda a Neptuno, un dios colérico y, a
su modo, imprevisible. Tratándose del Atlético de Madrid hay que estar
preparados para cualquier cosa, pero se supone que disputarán contra el Sevilla
una final de alto octanaje y pierna fuerte.
Hablo del Atlético porque ha llegado hasta aquí, y no le
resto mérito, con la suerte de un cuadro que les ha llevado del Marbella al
Recreativo y del Celta al Racing de Santander, confrontaciones que para
cualquier entendido suenan a octavos de final como mucho, aunque la Copa ya
digo reparte sus bendiciones a los más necesitados y es un título de lo más
apreciado por el pueblo llano. Sin ir más lejos el año pasado el Athletic Club
de Bilbao celebró la hazaña de clasificarse para la final como en los tiempos
de Zarra, sin importarles un bledo que la apisonadora blaugrana les pasara por
encima. Ya digo, hay algo muy especial en la Copa. Hace un para de temporadas
el Valencia de Ronald Koeman se impuso en un visto y no visto en otra final que
acabó con el entrenador cesado y varios jugadores que no celebraron ni la
conquista. Esta vez, con el Atlético de por medio y el Sevilla más aguerrido de
los últimos tiempos parece que todo puede volver a su cauce en uno de los
cruces más “argentinos” que pueden verse en todo el continente.
El bombo de la Copa del Rey y la Real Federación Española de
Fútbol, son dos engendros bastante peculiares que cualquier españolito puede echar
de menos cuando se ausenta unos años de estos lares. Al menos este año, ya
digo, todo son cábalas, no le pitarán al monarca cuando llegue al palco: la
Casa Real tiene una gran simpatía por el Atlético y no digamos Del Nido por la
Casa Real. Cuando alguien dice que la Copa es un torneo devaluado, se equivoca,
simplemente se trata de un torneo de un torneo de los tiempos de la peseta, lo
que es algo muy distinto.