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Mientras tantoUn vago deambular

Un vago deambular


 

En ocasiones, resulta de capital importancia prestar atención a las señales, sutiles como un ligero déjà vu, que la vida nos va dejando en el camino. He creído percibir su tenue llamada de alerta, casi apagada por los estridentes villancicos propios de estas pasadas fechas, que se desvanecía en el instante mismo en el que me proponía aguzar el oído; me ha sobrevenido su ligero amargor de almendra tostada con el último bocado del polvorón que ponía la guinda a la pantagruélica comida de Navidad. Hasta se me olvidó decir Pamplona. Sin embargo, creo que lo que, por fin, me puso tras la pista de esa corazonada, que llevaba varios días perturbándome, fueron un par de amables recordatorios recibidos por correo desde la dirección de esta revista: mi buen propósito del año nuevo tenía que ser revitalizar esta agonizante bitácora.

 

Y me puse desde ese mismo día manos a la obra. Prometo que lo he intentado, aunque los deseos a veces chocan con la cruda realidad… o con el crudo bistec que humea en el plato acompañado de patatas fritas, o con el crudo frio del gin-tonic posterior que entumece los dedos, la garganta y las ideas. Confieso, como Mike Tyson en sus recientes memorias, que me he visto con el materialismo hasta el cuello.

 

Ese abandono espiritual, esa dejadez, ha tenido, sin duda, sus consecuencias. El cuerpo orondo y la mente abotargada se rebelan ahora contra el impulso que les obliga a salir de su zona de confort, si no es, por supuesto, para ir al cine a ver la última de la Guerra de las Galaxias. Todo el resto da pereza. Tanta, que a punto estoy de dejar aquí este texto y volver a la cama a recuperar un poco del sueño que, como todo el mundo sabe, nunca se recupera del todo.

 

Sólo una férrea fuerza de voluntad me permite seguir sentado en la silla, encender el ordenador y deambular por la red en busca de alguna noticia científica que despierte el interés. El de los lectores, claro está, que el mío, como he dicho, retoza desde hace rato entre las sábanas. Consulto en las revistas Science y Nature, puntas de lanza de la investigación global, sesudos foros de trascendental sabiduría experimental, pero nada en ellas me cautiva hoy lo suficiente como para escribir un artículo.

 

Dudo que al lector le puedan interesar los últimos descubrimientos científicos de la semana, como que el número de células que contiene un humano medio sea de 30 billones, más del 80 por ciento de ellas glóbulos rojos, o que hipotéticas civilizaciones alienígenas tengan más posibilidades de sobrevivir al paso de los siglos en los densos cúmulos de estrellas que en los ligeros, así que me voy a lo fácil: me pongo a curiosear entre los artículos más leídos de las revistas especializadas.

 

Pero ya se sabe qué contenidos suelen aparecer con más frecuencia en estas singulares listas compiladas por los medios de comunicación, incluidos los científicos: frikadas y sexo. “El cliente siempre tiene la razón”, pienso. Y eso es precisamente lo que encuentro en la revista PLOS ONE, una de las más valoradas entre los investigadores de todo el mundo. Entre los seis artículos más visitados de los últimos meses en esta juiciosa revista, uno de ellos versa sobre las preferencias entre las mujeres del tamaño del pene del hombre con el que se acuestan, utilizando para ello, eso sí, un novedoso método de visualización en 3D, y otro, es una exploración psicológica del auge de la cultura friki (definida por zombis, el manga japonés, la ciencia ficción o los videojuegos) entre la población adulta americana, aunque sospecho que se podría extrapolar al resto de sociedades avanzadas.

 

Este último documento, una verdadera joya metodológica estructurada en varios niveles psíquicos, llega a la conclusión de que, si bien relacionado a priori con el disfrute y el entretenimiento, el compromiso personal con la cultura friki podría esconder en realidad un elevado narcisismo y, en ocasiones, leves episodios depresivos. Aunque los autores, para no herir los sentimientos de un cada vez más nutrido y diverso conjunto social, se curan en salud y también lo asocian a la extroversión y al desarrollo de la creatividad en los procesos adaptativos. Cada uno que se quede con lo que mejor le venga.

 

Yo, para no alargar en vano este vago deambular, me quedo en la cama mirando al cielo y escuchando a David Bowie, mientras pienso qué resultados arrojaría un estudio de estas características sobre la cultura futbolística.

 

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