Lo iba guiando por la pieza que hacía las veces de salón. No encendía la luz. En el sofá, se inclinó y le susurró al oído:
“Cuando tenga que irme de aquí, ¿me acogerás en tu habitación de la plaza Blanche?”
Le acariciaba la frente. Y le decía, sin subir la voz:
“Haz como si no nos hubiéramos conocido antes. Es fácil…”
Sí, bien pensado era fácil, ya que ella le había dicho que había cambiado de apellido, e incluso de nombre.
Patrick Modiano, Para que no te pierdas en el barrio
Una sirena de un barco que no vemos
gime
haciendo jirones la niebla
que ha venido a coser
la costa
Cabo de Home
y el mar abierto
donde cada día se pierde un carguero
con todas las fantasías
que hemos ido urdiendo
desde que mi padre
parecía un faro intratable.
Cierto que cuando nos damos cuenta
de que la vida va en serio
no podemos volver
a los primeros labios de papel,
a los pechos cubiertos
como la inocencia
de ceniza.
Nos gusta pensar
que estamos a tiempo
de redimirnos.
Nos quedan esas jaculatorias
de cuando Dios vigilaba:
el corazón
y el mar entre las piernas
aquellas algas
salobres, agrestes, ebrias
un aroma para perder la voz.
Cómo quemaba la boca
aquella fiebre,
cómo nos costaba respirar
ante la carta manuscrita
como una flor de hierro
dulcísima
que acababa siendo un erizo
inmóvil
encerrado sobre sí mismo
mientras soñábamos
primero con una habitación de hotel
luego con una cama, una silla, una mesa
en la plaza de Blanche,
donde correr por fin
todos los riesgos,
mientras un barco que remonta
la corriente del Sena
desde Finisterre
viene lastrado
de grandes temporadas de lluvia
y calendarios,
este mismo gallo incansable
que no deja de picotear
los ojos de los muertos.
Queda verano
para el olvido
y para los crímenes,
para los que nadan a la desesperada
y para los que seguimos
como si nada
ensimismados
en nuestros asuntos
turbios
un mecanismo
de carne, liquen
cielo de humo
rosa enfermo de incendios
lo que no hemos sabido salvar
de nuestros mejores rasgos.
Un tren se arranca del muelle
con la misma potencia que un cuerpo
se aparta de su huella
en la piel carbón
de lo que queríamos ser a toda costa.
Plegarias atendidas.
Y tantos lamentos.
Volverá a llover.
Alguien que ya no sabemos ser
ha dejado una luz encendida
en la ventana
que da a la plaza Blanche.
Gracias a Modiano,
que entiende
que nada es remediable.
Pero no hay que llorar por ello.
Los besos que saben a niebla
son los que tienen que ver
con la realidad engañosa,
con el mapa borroso del deseo.
Con la verdad íntima
que es la del clima,
con los revisores
que no van a tener piedad
de nadie,
pero sobre todo
de los polizones.
Nadie nos va a salvar de nada.