El efecto del cianuro es tan fulminante que solo existe un testimonio de su sabor, dejado a principios del siglo XIX por M. P. Prasad, un orfebre indio de treinta y dos años que alcanzó a escribir tres líneas luego de haberlo tragado: «Doctores, cianuro de potasio. Lo he probado. Quema la lengua y sabe agrio», decía la nota que encontraron junto a su cuerpo en la habitación del hotel que arrendó para quitarse la vida
Es muy escasa la bibliografía acerca del sabor del cianuro. Igualmente, se registraron pocos documentos durante la Revolución francesa sobre las sensaciones que provoca la guillotina en el cuerpo. Me llama la atención que este orfebre indio, en la desesperación que le llevó a suicidarse, encontrara un momento para pensar en la ciencia y en la posteridad. Sus motivos tendría, el pobre. Pavese, otro suicida, decía que un suicida era un asesino tímido. Quede registrada la agrura del cianuro de potasio, por si alguien tenía curiosidad.