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Mientras tantoUn viernes moderno

Un viernes moderno


 

Un periodista acostumbrado a dibujar columnas encontraría la forma de convertir un viernes frente al Museo Reina Sofía, Callao y el Barrio de las Letras en un bonito artículo.

 

Madrid tiene ese encanto.

 

Pero con el Madrid de los «no-juegos», el de la alcaldesa que no se hace responsable de las botellas que se amontonan en las calles de la capital, la cosa es más difícil. Papeles, desechos, cajas de cartón…

 

A mí, que vivo fuera de la capital, mi orgullo de periferia intentaba convencerme de que no había razones para acercarse a una ciudad sucia y maloliente. Para qué, si a mí me limpian las calles y tengo a dos minutos de mi casa una escultura de Antonio López que ya quisieran los capitalinos para su Paseo del Prado.

 

Y así, con un desahogo, que diría Elvira Lindo, comienzo el relato de un viernes moderno.

 

La última vez que me acerqué al Reina Sofía fue este verano, cuando el museo se convirtió en un centro comercial con la exposición de Dalí. Las largas colas bajo el sol de agosto han dejado paso a las hojas no recogidas del otoño y la porquería de la huelga de barrenderos. Pese al frío, las terrazas aguantan y allí me tomé un té, resguardado por las estufas callejeras y una conversación sobre el plan de vida que ofrece el mercado editorial español.

 

Si ser periodista ya es un atrevimiento, ser editor supera la osadía. Unos osados son los libreros del K.O., empeñados en publicar crónicas en papel. Historias que nadie lee en libros que nadie compra. Van a por su tercer año. El viernes presentaron en La Central de Callao una de sus últimas criaturas, una antología de columnas de Julio Camba sobre la profesión de los plumillas. Y allí que fui, del Reina Sofía a Callao.

 

Por la Calle Preciados bajaba una larga cola desde la Fnac. Ningún cartel anunciaba una firma de discos de David Bisbal. No. Era Patrick Rothfuss quien estaba firmando libros. Este señor es un escritor norteamericano, autor de ‘El nombre del viento’, una novela fantástica. Leo que unas dos mil personas «abarrotaron» la librería, en la «firma más multitudinaria en los 20 años de historia» de la Fnac de Callao. El aforo máximo del garito de La Central es de sesenta personas.

 

Un viernes moderno es rodearse de barbas desaliñadas perfectamente cuidadas y chicas armadas con libretas.

 

—Esto que estamos haciendo es de guays—me dijo mi acompañante.

—¿Y qué quieres tomar?—respondí, pensando que acercarse a la barra es lo más apropiado en una presentación de ese tipo.

—Una botella de agua.

 

Con vergüenza le dije a la camarera que quería una botella de agua y una Coca-Cola y no una cerveza y un gin-tonic. Quizá por eso las dos banquetas que había delante de nosotros quedaron libres. Las dos únicas banquetas que quedaron libres.

 

Más cómodos estaban en unos sillones los encargados de presentar el libro: Emilio Sánchez Mediavilla, editor del K.O.; Isabel Gómez Rivas, una profesora de Historia del Periodismo que anima a sus alumnos a leer a los viejos periodistas en lugar de acribillarles con leyes de imprenta y Francisco Fuster, ideólogo de ‘Maneras de ser periodista’. Faltaba la estrella de la noche, Manuel Jabois.

 

—Acabo de hablar con Jabois y ya está por Callao, así que cuando llegue empezamos—dijo Emilio.

 

Vi a algún colega soltar aire después de varios minutos conteniéndolo por la angustia. Todavía se retrasó un rato más para estar en Callao. Por un momento temí que el ejército de fans de Rothfuss lo hubieran reconocido, pero llegó.

 

Isabel Gómez Rivas arrancó entonces con una exquisita exposición sobre Camba, el articulista que «pone una sonrisa a esa edad en la que se han perdido las ilusiones». Solo por eso me entraron ganas de devorar todo Camba, a quien todavía no he leído. Sí, ya sé que tú lo has leído y releído, incluso antes de que todo el mundo lo empezara a citar como un autor de culto. Yo estudié en la Complutense; me podía dar por satisfecho con Larra.

 

«Por mi experiencia dando clase, Larra sigue siendo el preferido entre los alumnos», señaló Isabel. Esa bendita edad en la que se tienen ilusiones. El poder de los finales trágicos. La impotencia del ilustrado en la Nochebuena de 1836: «Inventas palabras y haces de ellas sentimientos, ciencias, artes, objetos de existencia. ¡Política, gloria, saber, poder, riqueza, amistad, amor! Y cuando descubres que son palabras, blasfemas y maldices. (…) Tú me mandas, pero no te mandas a ti mismo. Tenme lástima, literato. Yo estoy ebrio de vino, es verdad; pero tú lo estás de deseos y de impotencia…!»

 

Camba es todo lo contrario, explicó Isabel: es esa mirada cínica, escéptica. Camba no aspiraba a cambiar nada. Coleccionaba países sin aprender idiomas y escribía en periódicos. En ‘Yo y mi sirviente’, publicado en 1906, actualizó a su manera la Nochebuena de Larra:

 

Este aspecto sociológico de mi sirviente me produjo alguna inquietud. Entonces le propuse que se hiciera periodista.

–Es una cosa muy fácil —le dije–. Mire usted: esto mismo que usted me está preguntando sirve para hacer un artículo. Supóngase usted que, en vez de estar yo en esta cama estuviese Don Eugenio Montero Ríos, como debía ser. Pues bien: en vez de preguntarle usted cosas de periódicos le preguntaba usted cosas de política y lo que él le dijese a usted se lo decía usted al público de la misma manera. Le preguntaba usted qué había de la ley de Asociaciones, y ponía usted: «¿Qué hay de la ley de Asociaciones?—le preguntamos». Él le contestaba a usted, por ejemplo, que no podía darle su opinión. Entonces ponía usted: «No puedo darle mi opinión —nos contestó». Todo eso lo aprendería usted enseguida.

—Bueno; para decir que Montero Ríos no me había dicho nada, lo mejor era no decir nada tampoco.

 

Manuel Jabois tomó la palabra reconociendo su derrota de antemano: «Si hubiera sabido que Isabel se había preparado esta exposición habría hablado en primer lugar». Ganador del Premio Nacional de Periodismo Julio Camba con 24 años, destacó la habilidad del hombre del celebrado escritor para eliminar las «palabras que rompen la maqueta». El dibujo de las columnas es lo que diferencia a la alta costura, el papel, de internet, por mucho cambio de piel que haya. Leyendo a Camba, reconoció Jabois, ha aprendido a «llanear las frases»: utilizar grandes palabras no es escribir bien, eso es engolamiento.

 

«A veces, antes de escribir, leo a Camba y me salen unos artículos ‘cambianos’ que bordean el plagio», bromeó Jabois, que espera que nadie se empeñe en buscarle la ruina con la ayuda de Google. Cuando el articulista de ‘El Mundo’ empezó a ser tuiteado por las masas cibernéticas yo le leía intentando encontrar el motivo de su éxito, pero no lo conseguía. Ahora cada vez me gusta más. Ha dejado de lado ciertos vicios —A veces meto párrafos que me quedan bordados aunque no tengan nada que ver con el tema del artículo, vino a decir— y rara vez me pierdo sus columnas. Últimamente ha firmado algunas piezas excelentes.

 

En ‘Valer por lo que callas’ creí advertir un toque de Larra:

 

Es raro el día que en Madrid no se cuente un secreto de Estado en algún reservado. Se me dirá que es entre señores que están en el ajo, pero no, se cuentan directamente a periodistas. Es como si se dijese: «¿Usted trabaja en los medios? Pues venga aquí, que hay una historia que no queremos que se sepa nunca». En los corrillos de la última campaña de las autonómicas gallegas yo escuchaba aquí y allá, a veces por boca de sus protagonistas, asuntos divertidísimos que no abrirían ninguna página, pero que a mí me venían como anillo al dedo para entretener un rato al lector. Nunca me permitieron publicarlo. «Joder», le decía a un candidato, «pero déjame contar algo, que parecemos un matrimonio».

 

(…)

 

El caso es que después de un tiempo aquí me he dado cuenta de que tengo ya varios secretos, y efectivamente no es fácil contarlos. De hecho lo primero que hice al llegar fue ir a una comida off the record, que digo yo que si era off the record podían haber invitado a los pobres. Y observé de primera mano que rozarse con gente importante no proporciona información, sino enigma. ¡Con qué sonrisita de enigma salí yo de allí! Iba calle arriba mirando a la gente mientras pensaba: «Ay, ay, si yo hablase».

 

Leyendo ‘Yo y mi sirviente’ me di cuenta de que estaba equivocado:

 

Un gran periodista ha dicho que todos los hombres llevan un artículo dentro; la cuestión está en que lo echen fuera. Por eso hay tantos periodistas que viven sin gloria. Yo los admiro profundamente, no por lo que dicen, sino por lo que callan. La mejor palabra, según otro señor extranjero, es aquella que no se pronuncia.

 

Francisco Fuster explicó el «cúmulo de circunstancias» que le llevaron a convertirse en uno de los mayores expertos de Camba.

 

—A los que estáis estudiando periodismo os animo a que…

 

Echéis a correr ahora que estáis a tiempo, dije para mí. Seguro que no fui el único.

 

—… leáis a Camba.

 

Terminó la presentación y, para no pedir una segunda Coca-Cola, preferí marcharme. De vuelta al Madrid pordiosero. El Corte Inglés ya estaba lleno de adornos navideños. El árbol navideño que ilumina Sol cada invierno estaba a medio poner.

 

—Cada año llega antes la Navidad… Todos los años repetimos que cada año llega antes la Navidad. Vamos al Congreso, a ver si está igual de sucio—me comentó mi acompañante.

 

Unos ‘compro oro’, relaciones públicas y papeleras repletas de basura después, volvimos la esquina hacia la Plaza de las Cortes. Era otro Madrid. El de los que visten con traje y corbata. Si acaso alguna hoja madura alteraba el pavimento frente a un Congreso en obras. A la altura del Hotel Palace, donde sacaron a Camba con los pies por delante, volvía el Madrid de Botella. De camino a Huertas pensé que la porquería, en la Cámara Baja, se amontona los miércoles por la mañana.

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