L supo de Marta por una excompañera de trabajo, quien se la recomendó sin dudar: Marta había cuidado a sus hijos cuando eran niños y, aunque había pasado 15 años, seguían en contacto. Era de plena confianza. L decidió citarse con la futura niñera para hacer una “prueba” y ver cómo se desenvolvía con M.
Marta llegó puntual a la cita y, tras entablar una breve conversación con L, aceptó la invitación de la niña que con su manito le hacía gestos para que la acompañara a su habitación. M le enseñó sus juguetes. Marta le hacía preguntas. L observaba cómo la canguro se desenvolvía con naturalidad y facilidad mientras interactuaba con la niña. Marta le contó a M que ella tenía también una hija, casi de la misma edad que ella. M se mostró sorprendida y alegre con la noticia.
L le contó cómo era la rutina:
Qué tipo de dieta llevaba
Dónde estaban ubicados en la cocina sus utensilios para comer y beber
A qué hora hacía la siesta
Cuáles eran sus juegos favoritos
Dónde estaba su ropa e implementos de aseo
Dónde encontrar los números de emergencia
Marta prestaba atención e iba preguntando sobre algunos detalles que le quedaban por aclarar. Viendo su reacción L se fue sintiendo más segura y más relajada, así que decidió dar un segundo paso: le dijo a Marta que saldría a hacer unas gestiones y que regresaría pronto (antes L le había explicado a M que Marta la cuidaría en su ausencia).
Tras un par de horas regresó a la casa. Marta y la niña jugaban en el salón. M estaba tranquila y contenta. Habían leído cuentos. L y Marta hablaron sobre su disponibilidad y los horarios y acordaron un precio por hora. Marta lleva ya casi cinco años siendo la canguro de M y desde hace tres también cuida a S.