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Mientras tantoUna cárcel iluminada con luces de neón

Una cárcel iluminada con luces de neón


 

A falta de un relator ha habido una relatora. Carmen Calvo ha salido esta mañana a relatarnos una historia sórdida como quien nos explica en qué consiste una letra de cambio. Carmen Calvo, nuestra mamá Fratelli, siempre da esa impresión: que te abronca mientras te justifica una atrocidad como si diese una lección de Derecho. De Derecho inventado. “Menuda es mamá” a la hora de echar regañinas doctorales fantásticas”. En Cabra (Córdoba), de dónde es natural, dicen tenerla bien calada las señoras de su edad con la envidia natural y típica en estos casos, con sentencias del tipo: “Mira esta, quién se habrá creído…”. Pues toda una vicepresidenta, les decía yo. Claro que me respondían: “Pues mira tú qué cosa, mira quién es el presidente…”. Y tenían razón. Es una vicepresidenta de este presidente y eso hay que tenerlo en cuenta. Nada parece quitarle la ilusión, igual que a Pedro. Ellos están decididos a exprimir el jugo del gobierno, aunque ya les va quedando menos que exprimir.

 

Lo del relator es el signo de que ya sólo les queda la invención. Ya se han agotado las pruebas y las inercias y se van quedando solos, tal y cómo son, Carmen la de Cabra, por ejemplo, y Pedro, por ejemplo, el plagiador. Yo los miro y me recuerdan a malvados de cuento, malvados de relato, malvados relatores. Cada vez más desesperados, más desaforados en sus intervenciones. Luego escucho a Carmen regañarme con firmeza (cuando habla Carmen, sea a quien sea, siempre nos regaña a todos: es como el pantocrátor de las broncas, que siempre te mira y te encuentra, estés donde estés) aduciendo teorías legislativas y jurídicas delirantes, y me siento como si estuviera siendo reeducado por medio de la hipnopedia. Mucho hay de mundo feliz huxleysiano en esta enloquecida cruzada sanchista en la que se nos promete la felicidad a cambio del arte, de la literatura o del amor.

 

Es como si quisieran dormirnos con sus cuentos y todos esos ministros de atrezo, como Ábalos, fueran a llevarnos en brazos igual que celadores, una vez inconscientes, a nuestros lechos impersonales donde nos etiqueten con contraseñas o con nombres perfectamente inventados por Calvo. A veces sufro pesadillas en las que despierto vestido con un pijama blanco, rodeado de desconocidos todos vestidos como yo, en un lugar, una especie de cárcel iluminada con luces de neón, en el que la guardiana es una Adriana Lastra siempre con los brazos en jarras y donde en las paredes se suceden las imágenes de Sánchez diciendo primero una cosa y luego la contraria, constantemente, mientras un auditorio le aplaude arrebatado y él sonríe como si fuera Gregory Peck. Hay un antes y un después del relator y su corta pero fascinante historia. Su aparición (o su mención) parece haber iniciado el principio del fin definitivo de este gobierno que casi inmediatamente ha sustituido su vaga figura, en una rápida reacción incomprensible y sin embargo perfectamente lógica, por la no menos difusa y asombrosa del “dinamizador de diálogos”. Yo creo que una cosa así no la resiste ni Sánchez. Pero mejor me callo.

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