Estamos en el año 2013 y abordamos en este pequeño ensayo el análisis de algunos de los que en ese momento eran los ultimísimos movimientos sociales. No nos referimos únicamente al 15-M y a las revoluciones árabes, ambos entonces aún en curso y seguramente necesitados de un análisis mucho más profundo, por sus aristas, por su composición (son movimientos de movimientos), por el complejo contexto en el que nacieron y por las consecuencias a que pudieron dar lugar. Aunque algo más lejanos en el tiempo, también son relativamente recientes los movimientos que en Europa del Este pusieron fin al comunismo y los que en España ayudaron a construir la democracia y un sistema económico más justo entre finales de los años setenta y principios de los ochenta.
A primera vista, lo que observamos al enumerar los movimientos que vamos a estudiar es que unos se parecen porque pretendían acabar con regímenes dictatoriales. Pero hay otro que es diferente porque el régimen en el que se desarrolla la protesta es democrático, pero no lo suficiente, a juicio de quienes participan en ella.
En todo caso, todos los movimientos son eminentemente políticos: buscan cambios de régimen.
Como se adivina, el método que vamos a escoger para analizar todos estos movimientos es el comparativo. Comenzaremos por estudiar el contexto macrosociológico en el que se desenvuelve cada uno. A continuación, el nivel mesosociológico, es decir, cómo se organizan y con qué infraestructura social cuentan. Y, para finalizar, el nivel microsociológico, es decir, quiénes son los principales protagonistas de cada movimiento y cuáles son sus principales motivaciones para participar en ellos.
Nivel macrosociológico: cómo el sistema condiciona la protesta
Este nivel de análisis estudia las condiciones socio-políticas del sistema en que nace un movimiento social. Y es el más importante en este caso porque las protestas de las que hablamos son fundamentalmente políticas, dado que buscaban cambios de régimen. Las movilizaciones en los países de la Europa del Este buscaban libertades; también las de los países del norte de África; o las de la Transición española; mientras que las del 15M lo que ansiaban era una profundización de la democracia, una mejora de su calidad.
1. Las oportunidades políticas que dejan las dictaduras
Dentro de este apartado, empezaremos por las teorías del proceso político. Como explica Oberschall en su texto sobre las transiciones de los países del Este, la oportunidad política es una variable clave para la comprensión de los movimientos a favor de la democracia. Y muestra un esquema particular de oportunidad política. La divide en dos: la vertiente nacional y la internacional.
En cuanto a la situación interna, apunta la falta de legitimidad de unos Estados de partido único que contaban con unas élites divididas. Éstas, en su intento de reformar el régimen, fracasaron, lo que acabó por erosionar su autoridad.
En los años ochenta, además, existía un descontento generalizado en todos los países del Este, debido a la crisis del socialismo como sistema económico. Esa falta de legitimidad fue la grieta a través de la cual se coló la oposición para imponer una democracia y una económica de mercado que prevaleció al modelo de un comunismo reformado.
A nivel internacional, es importante el “factor Gorbachov”, por los signos de deshielo que enviaba, por su aprobación a las reformas y a la cierta apertura de los antiguos satélites de la URSS. Tampoco hay que olvidar los triunfos iniciales de los movimientos democráticos en algunos países: la liberalización política de los aliados creó expectativas de reforma y modelos a imitar que resultaban impensables antes.
Si en los movimientos por la democratización de los países de Europa del Este, los factores internos, las grietas surgidas en las dictaduras comunistas, tuvieron mucha importancia, en los países del norte de África, también. Los regímenes de este último área geográfica eran (son) hegemonías cerradas: la capacidad de discrepancia es limitada y el derecho a participar en elecciones libres, muy pequeño. Son tiranías poscoloniales en las que el centro autocrático se rodea de un ecosistema reducido que sustenta y alimenta la reproducción del régimen. Esa situación favorece la corrupción y la cleptocracia protagonizada por las élites. Todo ello da al régimen una apariencia de cierta estabilidad, algo que se hace más fácil si, además, cumple con tres características: la cooptación a la élite de los elementos más capacitados de la sociedad, la incorporación de las innovaciones tecnológicas globales, y una gestión política resuelta de los problemas por los que pueda atravesar el régimen. Una dictadura torpe descuida todos estos mecanismos. Y, en cambio, suele apoyarse en el estamento militar. Ello suele derivar en grandes debilidades, como mostró la vulnerabilidad de algunos países ante los cambios económicos: la globalización primero y la crisis económica global que comenzó en 2008 provocaron que los cimientos de los regímenes de Túnez y Egipto comenzaran a moverse.
En los países del Este, el comunismo había logrado algún grado de legitimidad: el comunismo no podía haber nacido sin la dedicación y el trabajo voluntario de cuadros del partido. Con el tiempo, la dedicación y el entusiasmo se desvanecieron y el hacer carrera o el obtener privilegios se convirtieron en la motivación principal, y la labor del partido y la ideología se ritualizaron, se vaciaron de contenido. Y, además, sus fortalezas, es decir, la promesa de igualitarismo, el logro de una sociedad justa y la promesa de abundancia material, se desvanecieron. Lo mismo sucedió en Egipto: el régimen satisfizo las necesidades funcionales que llevaron a su advenimiento, colapsó y perdió toda su legitimidad original. Los ciudadanos se dieron cuenta de que el régimen ya no podía solucionar sus problemas. Y uno de ellos era la terrible crisis económica que dejó sin trabajo y sin futuro a la juventud. El deterioro de las condiciones económicas se unió a la mejora que sí había registrado la educación y a la falta de participación política y de libertades. Todo eso formó un cóctel explosivo.
Además, en ambos lugares, tanto en los países comunistas como en los árabes, la élite se dividió ante las protestas: surgieron conflictos internos dentro del bloque dominante. Así, por ejemplo, en Egipto la milicia rompió con Mubarak y ese hecho se convirtió en el principio del fin de su mandato. Y en los países comunistas, la élite se dividió entre quienes apostaban por mantener posiciones más ortodoxas y quienes defendían la apertura.
Tanto en los países del Este como en el norte de África las razones para la protesta eran las mismas: deslegitimación del régimen y crisis económica. Y la falta de legitimidad de un régimen se convierte en una clara oportunidad para los disidentes. Porque cuando un Estado tiene legitimidad, sus agentes hacen cumplir la ley, no sólo por temor a un posible castigo, sino porque se entiende que es moralmente correcto hacerlo. En momentos de crisis es cuando el régimen se debilita y surge una oposición con posibilidades de éxito. Los medios comienzan a emitir información sobre personas que antes se consideraban inexistentes, critican al Gobierno y plantean preguntas que, hasta entones, habían estado prohibidas; la policía ya no es brutal con los manifestantes (la represión comienza a parecerles repugnante) y ya no los arrestan; y los responsables de los noticieros descubren que la disensión es noticia. Las secciones del partido que solían encargarse de intimidar a las agencias de noticias del gobierno y a los medios son las primeras en quedar situadas en el ojo del huracán. Y así se va generando un crescendo de crítica y oposición en todas las instituciones. Mientras, los líderes de los regímenes ya no podían tener la certeza de poderse fiar de los agentes encargados del control social. Se había roto la alianza de los líderes. Es lo que sucedió en los países del Este y en el norte de África.
También en ambos movimientos el contexto internacional tuvo mucha importancia. Si en el caso de los comunistas la apertura de Gorbachov fue fundamental, al igual que los primeros éxitos de los movimientos en pos de la democracia; en el caso de los del norte de África lo determinante fue que los poderes internacionales, o bien rechazaran seguir defendiendo a los regímenes, o bien los presionaran para que no utilizaran su fuerza represiva. Además, el éxito del movimiento tunecino, que llega a provocar la salida del dictador Ben Ali, dio ánimos y esperanzas al pueblo egipcio y a otros de Oriente Medio. Si la caída de los regímenes comunistas europeos respondía a la imagen de unas fichas de dominó cayendo una detrás de otra, respecto a las sociedades árabes, la imagen no parecía ser muy diferente.
Retrocedemos tres décadas. En la España de los años setenta se estaba fraguando la democracia, la transición de un régimen autoritario a otro con derechos y libertades. Pero, a medida que se afianza el sistema político parlamentario en España, que respondió a una ruptura pactada del régimen entre sus propios protagonistas y la oposición, fue disminuyendo la presión política en la calle. Esa progresiva desmovilización coincidió con el camino desde un sistema fuerte, centralista y con claro predominio del ejecutivo, es decir, cerrado a las demandas sociales y con capacidad de imponer sus ideas, a un sistema algo más débil, a medida que se desarrolla el Estado de las Autonomías, y se materializa la descentralización para lograr un cierto equilibrio entre los aparatos de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. De hecho, esta descentralización hace posible el desarrollo de nuevos puntos de acceso en los niveles regional, autonómico y local. Las oportunidades políticas se habían multiplicado en los noventa con respecto a dos décadas antes.
¿Cuál fue en España la oportunidad política que ofreció la Transición? Vino motivada, antes incluso de la muerte del dictador, por un gradual debilitamiento del régimen, además de por una cada vez mayor solidaridad internacional con los movimientos democráticos. Aunque el punto culminante fue el fallecimiento de Francisco Franco y que la mayor parte de la élite gobernante franquista optara por una transición pactada. Otra cosa en un país europeo y en el último cuarto del siglo XX hubiera sido impensable. De ahí que haya a veces dudas respecto al protagonismo del pueblo español en la gestación del sistema democrático que consagró la Constitución de 1978.
Pasados los años, una porción de la población dejó de estar conforme con la que quizás consideraba escueta democracia española y se organizó el movimiento del 15M.
2. ¿Y cuándo lo que se busca no es la democracia, sino una democracia de más calidad?
El 15M español coincidió más o menos en el tiempo con las revoluciones árabes. Pero la gran diferencia de la situación española respecto de la de los países del norte de África residía en que España era una democracia, pero quizás se percibía como incompleta o imperfecta.
La crisis económica atacó a los países del Este en medio de una dictadura comunista; al Norte de África, inmerso en regímenes autoritarios; a España, en una democracia representativa tan en crisis que los ciudadanos no creían que los políticos actuaran velando por los intereses de sus representados, sino en favor de la élite financiera. Así se muestra cuando Jaime Pastor cita a Fernando López Aguilar: «La emergencia de los indignados epitomiza así el tránsito desde un malestar difuso a una indignación colosal contra las limitaciones de la democracia representativa». El movimiento estableció una dinámica de confrontación contra el sistema, entendiendo por «sistema» la asociación estrecha entre los políticos y el poder financiero.
El 15M emergió en una determinada estructura de oportunidad política. El 15M surgió en medio de una campaña electoral buscando aprovechar la ventana de oportunidad que se puede abrir en un momento así e incidir en la agenda política. Respecto a la represión, algo similar a lo que ocurrió en el Este de Europa y en el Norte de África sucedió en España: «Conscientes de la creciente simpatía que estas movilizaciones obtienen entre una mayoría de la opinión pública, las autoridades gubernativas no tuvieron más remedio que permitir estas acciones». Algo relevante si tenemos en cuenta que las manifestaciones del 15M violaron la legislación vigente, al convocar una manifestación en la jornada de reflexión previa a las elecciones municipales y autonómicas.
El 15M también contó con un contexto internacional que lo alimentó: el ejemplo, el impulso y la inspiración de la primavera árabe es innegable.
3. ¿Nuevos movimientos sociales?
Puede que todos estos casos quepan en la denominación de «nuevos movimientos sociales», sean ejemplo de luchas postmaterialistas, siguiendo la denominación de Inglehart, aunque la crisis económica sea uno de los principales detonantes de todas las protestas de las que hemos hablado hasta el momento. Aunque sean circunstancias económicas las que desatan las protestas, todos estos movimientos luchan por la democracia. En el caso de los del Este de Europa y del norte de África, por una democracia burguesa, al igual que en el de la España de los años setenta. En el caso de la España más reciente, la del 15M, por una democracia participativa.
De hecho, respecto a estas últimas protestas, Offe habla del surgimiento de movimientos sociales como respuesta a la crisis de mediación de las instituciones políticas. Segmentos de la población muestran su descontento con la democracia representativa porque, en realidad, no perciben que sea expresión de los intereses de la gente, sino que observan que se ha convertido en un instrumento del poder financiero, una opinión que estalla a la vista de las medidas que se adoptan para gestionar la crisis económica: rescate de bancos, recortes del gasto público y retroceso en los derechos laborales.
Quizás venga bien establecer el hilo conductor de las protestas habidas en España entre la Transición y el 15M. Mientras se camina hacia la democratización, hay presión política en la calle. Luego, se reduce y le toma el relevo una mayor presión social, ya que se generan nuevos problemas y nuevas metas de difícil atención por parte de las maquinarias de los grandes partidos. En primer lugar, en el mandato de Adolfo Suárez, surgen protestas por la carestía de la vida. Se trata, pues, de reivindicaciones materialistas clásicas. En la legislatura de Calvo Sotelo, comienzan a despuntar reivindicaciones postmaterialistas, como la objeción de conciencia, el movimiento anti-nuclear, el derecho al aborto… En los mandatos de González, se produce una mayor presión sindical, acompañada de más movimientos postmaterialistas, como el anti-OTAN, contra la droga, a favor de los parques naturales… Este proceso también está trufado de protestas identitarias, tanto nacionalistas, como por la reclamación de derechos LGTBI y feministas.
La historia de los movimientos españoles más recientes parte de la lucha por la democratización hasta la pelea por la profundización de esa democracia que al principio era satisfactoria y después, cuando cumple los 35 años, se considera insuficiente, pasando por las luchas más materialistas de los ochenta y las postmaterialistas ligadas a la calidad de vida o a las identidades con episodios importantes en las cuatro últimas décadas.
En el 15M, además, subyacen las últimas teorías del riesgo de Beck o de la “liquidez” de Bauman, por ejemplo. El 15M es la reacción ciudadana ante la que prevén situación de previsible descontrol de sus vidas e inestabilidad e inseguridad crecientes. Y con una singularidad respecto a épocas pasadas: las consecuencias negativas de las formas establecidas de “racionalidad económica” ya no afectan únicamente a las clases bajas. Cualquier miembro de la sociedad se ve potencialmente vulnerable. Y ello en gran medida porque se percibe que las instituciones son incapaces de actuar eficazmente y resolver situaciones de privación, cuando no las agravan. Ésa es, quizás, la sensación que más ha movilizado a los miembros del 15M.
Nivel mesosociológico: los movimientos por dentro y en acción
1. La importancia de las redes sociales… virtuales y reales
A caballo entre el nivel macro y el meso, nos encontramos las redes sociales existentes. Podríamos haber enmarcado este capítulo dentro del nivel macro, puesto que es una de las variables que explican el contexto socio-político, pero también dentro del nivel meso, puesto que nos dice mucho sobre la organización interna de los movimientos. Lo hemos decidido analizar en este último apartado, sobre todo por la importancia que para la organización de dos de los movimientos, el 15M y las revoluciones árabes, tuvieron las redes sociales virtuales.
Muchos expertos apuntan la relevancia de que la generación del 15M fuera nativa digital y de que su activismo en las redes sociales fuera fundamental para ir difundiendo y extendiendo sus iniciativas mediante un efecto bola de nieve. La infraestructura tecnológica fue esencial para el 15M, porque hizo posible hablar de redes de verdad. Y esto era completamente nuevo. Éste es un punto en común con la Primavera Árabe, aunque Naím, citado por Salvador Aguilar, lo matice: «No hay duda de que las redes sociales, en especial Facebook y los mensajes a través de Twitter o las filtraciones de Wikileaks (…), tienen algo que ver con los alzamientos populares en el mundo árabe. Algo… Esta perspectiva no nos explica, por ejemplo, por qué Libia, un país con una bajísima penetración de Internet, o en Yemen, con índices aún más bajos, han sido de los países más sacudidos por las revueltas populares».
Pero, en general, sí podríamos decir que las nuevas tecnologías de la información han transmitido agilidad a la formación de las redes que son la base de las estructuras de movilización de los últimos movimientos sociales (incluso de los que después se convirtieron en partidos políticos).
Pero dado que las redes sociales de internet presentan algunas limitaciones, había que buscar, pues, redes sociales reales que hicieron posible la revolución árabe y el 15-M. En el caso de Egipto y Túnez, por ejemplo, antes de las revoluciones existían unas formas de oposición latentes, organizaciones larvadas, pero actuantes en la sociedad civil, es decir, formas de pluralismo limitado. Aunque los datos disponibles hablan de una sociedad civil pasiva típica de las hegemonías cerradas. En el caso de España, la debilidad de las organizaciones sindicales y políticas, además de su descrédito, provocó que el malestar se manifestara principalmente a través de las redes sociales de internet. Y ahí dice que se gestaron colectivos como Anonymous, No les Votes, Juventud Sin Futuro y sobre todo Democracia Real Ya, que fue la que tomó la iniciativa para organizar las primeras movilizaciones.
La infraestructura social, las redes sociales previas existentes en la España de los setenta, con vistas a la Transición de la dictadura a la democracia, eran, al principio, movimientos sociales históricos muy politizados; después, sindicatos y movimientos vecinales; a continuación, movimientos postmaterialistas… No faltaron estos grupos hasta que llegó su desmovilización y su posterior reaparición con motivos tales como la protesta contra la guerra de Irak, por ejemplo, o contra la globalización neoliberal. Pero sí había una cierta infraestructura participativa en España tanto para organizar el 15M (mucho más apoyada en internet), como para organizar la protesta democratizadora y las demandas económicas y postmaterialistas. Todos los ciclos de protestas contaron con un sustrato social más o menos importante.
En la Europa del Este, los movimientos surgieron a partir de grupos carentes de líder y cuya cohesión se basaba en lazos interpersonales. Existían pequeños círculos de disidentes que llevaban vidas limitadas y contaban con algo más de libertad cuando el control social se relajaba, aunque volvía la represión y la persecución en cuanto retornaban los defensores de las líneas duras. De todas maneras, incluso cuando un régimen era permisivo, los disidentes empleaban mucho tiempo en ayudarse en lo cotidiano. Pero eran eso, grupos pequeños, no se podía hablar de movimientos sociales organizados. Quizás igual que en el Norte de África si no hubiera habido internet.
De ahí que la duda que se puede plantear el lector respecto a los movimientos de la Europa del Este sea cómo pudieron surgir manifestaciones multitudinarias de forma espontánea y cómo los disidentes lograron crear movimientos de oposición. Porque Oberschall reconoce que la capacidad de movilización de los movimientos democráticos en Europa del Este era muy limitada. Los movimientos no podían operar abiertamente: se trataba de regímenes comunistas. Y, por eso, no pudieron contar con recursos organizativos ni recurrir al reclutamiento masivo de comunidades y asociaciones viables: no las había.
Pero, entonces, ¿esos recursos sociales no existían? ¿surgieron de manera espontánea? Las protestas que analizamos tenían que contar con ese capital social. De lo contrario, los movimientos no hubieran emergido. En esto se basa la teoría de la movilización de recursos: siempre hay insatisfacción política, siempre hay conflictividad social. Por lo tanto, la constitución de movimientos no depende tanto de la existencia de problemas o de demandas insatisfechas, sino de la existencia de un número suficiente de organizaciones que movilicen a las personas, así como de la disponibilidad de dinero y otros recursos que permitan la creación de infraestructuras organizativas.
2. El principal recurso: las personas; la principal función: la construcción social de la protesta
El principal capital con el que puede contar un movimiento social es con las personas. Y, como hemos visto, de una u otra manera, había personas disconformes en los cuatro contextos de los que hablamos. La existencia de una determinada estructura de oportunidad política facilitó la protesta, como también lo hizo, en mayor o menor medida, el nacimiento de las nuevas tecnologías de la información.
Los jóvenes participantes en las protestas árabes tenían entre 20 y 30 años, siempre habían vivido gobernados por un solo presidente y bajo una ley de emergencia. Los textos de análisis de la época afirmaban que ningún partido político, ninguna organización civil o sindicato había guiado la protesta egipcia, por ejemplo. Pero también negaban que hubiera sido un movimiento espontáneo, sino que se había estado gestando en las calles y en las casas, en Facebook y en blogs.
La existencia de grupos sociales, o de una infraestructura social mínima, es fundamental en un movimiento social, porque sirven para construir socialmente la protesta. Un problema no existe si no es definido como tal. Y sólo puede ser así calificado en sociedad, cuando unos individuos interaccionan con otros. Las interpretaciones y significados atribuidos a la realidad son fruto de la interacción y comunicación las personas; son el resultado de sus relaciones y mutuas influencias.
Los jóvenes árabes toman conciencia en comunidad de que el sistema no funciona y de que quieren democracia, porque ésta les puede ser más útil y les puede sacar de su estado de humillación frente a los jóvenes de otras sociedades.
Algo parecido les sucede a los ciudadanos de Europa del Este disconformes con el régimen: el pueblo mismo, en manifestaciones multitudinarias dotó de estructura a los temas objeto de conflicto con el régimen.
En el caso del 15M, esa construcción social de la protesta también era parecida, también se hizo en la calle, y era visible en los lemas que se coreaban en las manifestaciones: «No nos representan», «Lo llaman democracia y no lo es», «No hay pan para tanto chorizo»… Esas frases resumen el análisis que el movimiento hizo de la sociedad y cuáles eran sus reivindicaciones de cambio. Aquí observamos cuál era el marco de diagnóstico: la democracia es imperfecta. Y, a continuación, se definían los marcos de pronóstico: las propuestas para corregir esta situación, así como los objetivos específicos, las tácticas y las estrategias. El movimiento se fue autoorganizando después de las primeras protestas. Y se formaron diferentes grupos de trabajo. Todos ellos funcionaban con democracia participativa, dando ejemplo de cómo debería funcionar la sociedad. Así se configuró la tabla reivindicativa del movimiento, aunque con cierta presión de los medios de comunicación, que exigían alternativas inmediatamente, sin dar tiempo a que se fueran construyendo con calma.
El marco de diagnóstico de la situación y el marco de pronóstico (el diseño de lo que se quiere, de las alternativas) y su suma es lo que hace posible formar el consenso, o hace posible la construcción social de la protesta: es fundamental que todo el mundo esté de acuerdo con la definición del problema y con las alternativas para resolverlo.
Además de ese consenso, es esencial también tener un marco de motivación: hay que crear la convicción de que existen razones para luchar y de que se puede tener éxito. En este contexto incluimos otro lema, el «sí, se puede» y, en general, la retórica optimista del cambio, frente a la resignación y la desmoralización, con la puesta en marcha de consultas populares alternativas, las Iniciativas Legislativas Populares…
3. Los medios de comunicación y su impacto en las audiencias
Aunque las redes sociales virtuales (internet) facilitan enormemente la movilización de grupos de personas disponibles para la acción colectiva, no lo hacen para desarrollar los procesos de negociación y creación de consensos. La acción presencial es esencial. Y todos esos movimientos cumplieron con ella. Aunque no hay que olvidar el papel de los medios de comunicación.
Los medios de comunicación «convencionales» tienen una gran importancia. Y lo pusieron de manifiesto, por ejemplo, Al Jazeera y Al Arabiya: permitieron crear una identidad panarabista, hicieron posible la génesis de una protesta interclasista y en pos de la democratización, cuando podría haberse quedado en una mera protesta por la carestía de la vida y por la crisis económica en la que sólo participaran las clases bajas. Pero la construcción social de la protesta en el mundo árabe fue más allá: se formó una alianza de facto entre las clases populares cada vez más frustradas por el aumento de los precios y la precariedad laboral, con unas nuevas generaciones de jóvenes urbanos pertenecientes a las clases medidas, hartos de constantes limitaciones en sus libertades individuales y de las escasas perspectivas de promoción social. De la interacción de estas dos clases sociales surgió la definición del problema de estas sociedades contra el que terminan luchando: pésima distribución de la riqueza y falta de democracia.
Podíamos hablar de campos pluriorganizativos, siguiendo la terminología de Klandermans. De la posibilidad de que en el mundo árabe hubiera organizaciones previas, o colectivos, que se unieran con motivo de la protesta. Eso mismo pudo suceder en la España de la Transición. Y en el 15M. Y a esa unión pudieron contribuir los medios de comunicación.
En Europa del Este los medios no crearon el marco interpretativo, sólo lo difundieron. En Alemania del Este, fueron los participantes en las manifestacions los que crearon el marco interpretativo y sus ideas prevalecieron tanto ante el régimen como frente a los disidentes. Y ese marco giraba alrededor de conceptos tales como elecciones libres, democracia y economía de mercado. Ante la inexistencia de un marco comunista creíble, se formó rápidamente una identidad colectiva para cientos de miles de ciudadanos que hasta ese momento habían sido apolíticos. Nació una oposición dialéctica entre «nosotros somos el pueblo» y «ellos, los comunistas», completamente deslegitimados.
¿Y en el 15M? Ya hemos dicho que los medios de comunicación presionaron al 15M para que presentara sus propuestas cuanto antes. Aunque también es cierto que tardaron en reaccionar y en dar la cobertura apropiada a las protestas. Asimismo, hubo una gran polarización entre aquellos que tuvieron una posición crítica y los que trataron de alimentar al movimiento. En cuanto a la transición española, los medios, sobre todo en papel, periódicos y revistas, tuvieron un gran papel en la construcción de la conciencia democrática en nuestro país.
4. ¿Cómo protesta cada movimiento?
También en el nivel mesosociológico hay que analizar el modo en que se protestaba. Oberschall, respecto a los movimientos de Europa del Este, explica que los disidentes actuaban con la convicción moral de que tenían derecho a pedir elecciones libres, democracia y la dimisión de los líderes comunistas de la línea más dura. Ése era su marco de pronóstico. El pueblo se manifestaba en las plazas y avenidas, planteando sus reivindicaciones. Emitían un mensaje moral por su número, su persistencia y su pacifismo. Parecían estar diciendo: «No queremos una insurrección violenta, ni derrocar al Gobierno para abrir la veda y cazar a los comunistas (…). Hasta que dimitáis y convoquéis elecciones libres, volveremos aquí día tras día».
En esto las protestas anticomunistas se parecen a los movimientos árabes: los jóvenes de Tahrir no se moverían de allí hasta que Mubarak no se fuera. Además, ambos responden al concepto de revueltas cívicas: es una mayoría de la población anónima, es la sociedad civil, la que a partir de redes marcadamente débiles de coordinación y de mecanismos novedosos de comunicación, impulsa el cambio. Tanto los jóvenes árabes como los de Europa del Este usaron la acción directa, pero sin violencia. Y en ello existe una conexión con el 15M: la protesta esta compuesta por movilizaciones de baja institucionalización y sin líderes, con autoorganización y recurso a la desobediencia civil y pacífica. Y la ocupación de la plaza Tahrir tuvo su eco en la de Sol, en Madrid.
Pero en ello reside su diferencia del movimiento español de la transición: aquí éste tiene lugar por la muerte del dictador y la evolución de la dictadura a la democracia se realiza bajo la guía del propio antiguo régimen dictatorial y de políticos moderados de la oposición democrática. Aunque en España hay un episodio que puede recordarnos tanto al movimiento árabe como al de la Europa del Este: nos referimos a la multitudinaria manifestación que tuvo lugar después del golpe de Estado en 1981. Ahí se vio de qué lado estaban los ciudadanos.
En todos estos casos, la concienciación tiene lugar durante los episodios de la acción colectiva. El proceso de construcción social no se da por acabado una vez que los individuos han decidido unirse a la acción colectiva. La protesta es la materialización de la movilización del consenso, pero mientras dura la acción, la construcción social de la protesta continúa.
Nivel microsociológico: ¿Quiénes protestan? ¿Por qué? ¿Para qué?
Vamos a comenzar con el análisis de la teoría de la elección racional. Podemos decir, como Olson, que la lógica de la acción colectiva responde a la maximización de los intereses individuales privados a través de acciones colectivas públicas. En ese sentido, alguien se unirá, o no, a un movimiento social según prevea que su participación, o no, va a tener como consecuencia beneficiarse, o no, de sus logros. Si alguien piensa que se beneficiará de las conquistas de la protesta incluso no participando de ésta, no tendrá muchos incentivos para involucrarse y significarse.
También hay quien plantea la elección racional como el resultado del cálculo de los costes y los beneficios que implican la participación. Si los beneficios superan a los costes, entonces está claro: el individuo se involucrará.
Pero aquí no hablamos únicamente de beneficios materiales o de los logros concretos derivados de la lucha. No. Los beneficios también pueden ser más etéreos, como el sentirse miembro de un grupo y ser valorado por ello. En este sentido, las movilizaciones en los países del norte de África, o las del 15M, incluso las de los países del Este, no traían consigo beneficios materiales concretos e inmediatos. Tampoco las primeras movilizaciones políticas que hubo en España en la Transición. La única motivación que podríamos encontrar en quienes protestaron, al menos desde esta perspectiva, es la sensación de pertenencia a un grupo, y la participación en un movimiento que merece la pena y que, en el futuro, traería consigo un bien superior, la democracia o su profundización, de las que todo el mundo disfrutaría. De triunfar, el movimiento favorecería a todo el mundo, hubiera participado, o no, en la pelea, pero involucrarse era un beneficio por sí mismo.
Y aquí entramos dentro del capítulo de las identidades. En el caso de los manifestantes de 1989, se forjó una identidad sobre la marcha, durante las confrontaciones mismas. Personas que no se conocían, pero que compartían las mismas convicciones, se daban ánimos mutuamente ante el peligro, se mostraban solidarias unas con otras y se comprometían a mantenerse firmes ante la policía y las fuerzas de seguridad. Por lo tanto, la fuerza moral no se esgrime sólo contra los oponentes, también va dirigida a los compañeros. Esa fuerza moral ejerció un enorme impulso sobre la masa de ciudadanos que hasta ese momento se había mostrado apática, tímida y atomizada y que, súbitamente, también se convirtió en disidente. Fue un cambio radical porque hasta hacía poco, los ciudadanos llevaban una vida anómica: no había sociedad civil.
En el 15M, el grupo motor del movimiento era principalmente la juventud mayoritariamente licenciada que contaba con un capital cultural alto, pero que afrontaba la amenaza de un futuro precario. Era, sobre todo, la capa de entre 23 y 30 años, que era la que presenta un mayor sentimiento de frustración ante las expectativas que tenían de llegar a ser trabajadores de clase media. Pero también se unieron hombres y mujeres de edad media e incluso jubiladas. Ello dio al movimiento una composición intergeneracional. El propio movimiento estaba construyendo identidad: gran parte de esa juventud estaba viviendo su primera experiencia política participativa, estaba aprendiendo sobre las injusticias del sistema y, también, a poner en marcha y a hacer funcionar un movimiento social.
Pero, como hemos dicho, en el 15M no había sólo jóvenes. Había gente mayor. Y, en este caso, volvía a la política después de un largo paréntesis, lo que reflejaba su voluntad de pasar de la resignación a la búsqueda activa de otra política.
Las revoluciones árabes se parecían al 15M en que los manifestantes eran, sobre todo, gente común, aunque dentro de esa masa anónima dominaran los grupos de edad jóvenes, los jóvenes desempleados o subocupados. Quienes condujeron la revolución fueron estudiantes moderados y con un aceptable nivel de educación, unidos a trabajadores asalariados. Y eso que el paro y la pobreza, en el caso de los países árabes, eran mayores entre la población rural y con menor nivel educativo. Pero es que la suya no era una revolución económica. Lo que se buscaba era democracia. Las protestas crearon la identidad de un sujeto en movimiento que se reconoció como necesitado de cambio por pura supervivencia, en algunos casos, pero también por hambre de libertad.
Conclusiones
Los ultimísimos movimientos sociales y con ellos nos referimos, fundamentalmente, a la Primavera Árabe y al 15M, se parecen más de lo que creíamos. Llegamos a esta conclusión incluso después de haber basado prácticamente dos tercios de este trabajo en su comparación desde el punto de vista macrosociológico y teniendo en cuenta que se desarrollan en sistemas políticos muy diferentes. Los países árabes son regímenes autoritarios y la España actual es un sistema democrático. Pero la globalización ha provocado que quienes se movilizan a uno y a otro lado del Mediterráneo se parezcan muchísimo, así como sus modos de protesta y los medios a partir de los cuales se unen, definen la situación y las alternativas. Además, el sur y el norte se han retroalimentado: los éxitos en Túnez y en Egipto dieron energías a los manifestantes españoles.
Lo que separa a los movimientos ciudadanos de los países del este de los del 15M y de los protagonistas de la Primavera Árabe es la tecnología, contar con las redes sociales virtuales acelera y facilita las cosas. En los tres lugares los ciudadanos aprovecharon las oportunidades políticas que se les abrían. Pero improvisaron en gran medida con sus protestas, porque no tenían una infraestructura social muy potente, aunque en algún momento hayamos hablado, de pasada, de la posibilidad de que hubiera organizaciones preexistentes, aunque débiles, y se pudiera considerar, incluso, por el pluralismo de la base de ciertos movimientos, pertinente hablar de los campos pluriorganizativos de Klandermans. Pero la tecnología no es determinante. Al fin y al cabo, en estos tres movimientos el consenso y la protesta se fueron montando casi sobre la marcha e insitu, en las propias manifestaciones.
Sin duda, hubo detonantes para la protesta: la crisis económica aceleró la pérdida de legitimidad de los tres regímenes de los que hablamos. Pero no fueron protestas económicas. Fueron eminentemente políticas.
¿Podemos decir lo mismo de las protestas que hubo tras la muerte de Franco? Como habrá quedado patente, es el movimiento sobre el que más lagunas han quedado. Aunque sí ha quedado algo claro: a medida que se fue caminando hacia la democracia, aunque fuera una democracia pactada entre los franquistas y quienes formaban parte de la oposición al régimen, las protestas dejaron de ser políticas para convertirse en económicas, trufadas de otras postmaterialistas, como la lucha anti-nuclear o contra la entrada en la OTAN.
Pero todas estas protestas coinciden en que su finalidad es mucho más global porque involucra a todo el sistema, a cómo éste es gobernado. Por lo tanto, en los movimientos sociales que acabamos de analizar su base social puede ser mucho más amplia y puede que más difusa y, por tanto, su modo de organización es mucho más complejo, porque puede llegar un momento en que los intereses de diversos grupos comiencen a discrepar e incluso a ser opuestos.
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